Mi trabajo como defensora de víctimas de la trata ante las Naciones Unidas (ONU) comenzó después de muchos años como misionera en Etiopía, donde fui testigo del dolor y trauma que experimentan.
Soy religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, designada por mi congregación hace 16 años para trabajar como representante de nuestra ONG ante la ONU.
El carisma de mi congregación, de defender los derechos de las niñas y mujeres, está inspirado en San Juan Eudes, sacerdote del siglo XVII que abordó este tema en Francia dando educación y cuidado pastoral a mujeres prostituidas.
Poner fin a la trata no es tarea sencilla. Es complejo, multidimensional e intrincado. La trata es una violación de los derechos humanos y una actividad criminal bien organizada, con una ganancia global estimada de 150 mil millones de dólares anuales.
En mis primeros años como defensora, me preguntaba: “¿Dónde y cómo me inserto en este mundo de la defensa de las mujeres maltratadas de manera que pueda marcar la diferencia?”
Mi objetivo en la ONU ha sido siempre crear conciencia sobre la trata y exhortar la adopción de políticas que aborden sus causas sistémicas, incluida la pobreza y la violencia contra niñas y mujeres.
Me gusta explicar qué hace una defensora de víctimas de trata con la imagen bíblica en Mateo 13, 33 de una mujer que pone un poco de levadura en tres medidas de harina, “hasta que fermenta toda la masa”. Aunque sólo es un poco de levadura, impregna toda la masa.
Por tanto, busco influenciar mediante el ejemplo, con una presencia proactiva, relacional y en redes. No se puede hacer en solitario. Los defensores de las víctimas de trata deben estar tan bien conectados como los de las redes criminales. Una defensa eficaz ocurre entre personas con ideas afines que coordinan sus resultados.
El surgimiento de defensores sobrevivientes de la trata ha sido para mí lo más notable. Son fundamentales al generar un renovado nivel de conciencia sobre los daños causados por la trata. Mi trabajo en la ONU es más eficaz cuando se basa en información actual sobre avances o retrocesos a nivel nacional, regional o local de parte de defensores sobrevivientes. Presentan múltiples experiencias y enriquecen poderosamente el debate. Su aporte ha sido decisivo para llegar donde estamos hoy.
La defensoría implica afrontar nuevos desafíos. Acceder a un lugar en la mesa de negociaciones de la ONU ha sido fundamental. Igualmente importante es reunirse, construir relaciones con los representantes de los estados miembros, y subrayar la necesidad de adoptar e implementar políticas y legislación conducentes a poner fin al flagelo de la trata. Investigar y organizar la información con recomendaciones claramente establecidas, es otro paso.
No obstante, en el mundo posCOVID-19, la confianza necesaria para el multilateralismo se ha roto. Con el surgimiento de regímenes autocráticos en el mundo, hemos visto una reacción intensa contra niñas y mujeres, y retroceso en la eliminación de la pobreza. Eso hace que la lucha contra la trata sea mucho más desafiante.
Las tendencias hacia la normalización y legalización de la prostitución, el proxenetismo y operación de burdeles, impulsadas por conceptos mercantiles de oferta y demanda y el capitalismo neoliberal en su afán de lucro —que incluso defiende el “derecho” a comprar sexo— son antitéticos a la dignidad y derechos humanos. A esto le llamo la “corporatización” de los cuerpos de las mujeres.
Los avances tecnológicos se han sumado al problema, pues los traficantes los usan para sus operaciones delictivas, identificando y reclutando personas de forma remota, a una escala mayor que la posible mediante esquemas tradicionales.
Características positivas de leyes recientes contra la trata incluyen criminalizar la demanda y un esfuerzo para seguir procesamientos judiciales. Es un cambio respecto a la postura de atribuirle la culpa a la víctima; aunque puede ser muy difícil implementar la ley y procesar a los perpetradores.
En mis años en la ONU, he visto la evolución de la Resolución de la Asamblea General de 2010, denominada ‘Plan Global para Combatir la Trata de Personas’, evaluada cada cuatro años; el establecimiento del 30 de julio como Día Mundial Contra la Trata de Personas; y la evaluación, cada cuatro años, del Informe sobre la Trata de Personas.
Pero mecanismos globales y días internacionales no son suficientes. Para ser eficaces deben adoptarse e implementarse a nivel regional y nacional, en cada país. En el caso de la trata, esto se complica por el tráfico transfronterizo, que exige coordinaciones entre el país de origen, el de tránsito y el de destino de la persona objeto de trata.
Pasé algunos años yendo a Viena a la Oficina de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito para abogar por un mecanismo de revisión del Protocolo para Prevenir, Reprimir y Sancionar la Trata de Personas, adoptado en el 2000, que finalmente se estableció en 2020. Lo menciono para subrayar el extenso trabajo tras de escena —reuniones entre estados para lograr un punto de vista global o el trabajo incansable de los defensores de las ONG—, así como la perseverancia y dedicación que se necesitan para implementar un mecanismo de revisión.
Cuando hablo de estos procesos, recuerdo a las muchas niñas y mujeres que he tenido el privilegio de conocer en tales situaciones: las niñas y mujeres de Etiopía que se dedicaban a la prostitución callejera y, especialmente, la niña de 11 años de Tailandia, a quien conocí mientras acompañé a dos hermanas religiosas cuya misión era visitar burdeles por las noches.
¿Qué tipo de sistema permite que una niña de 11 años esté en un burdel? Pues, los sistemas donde la pobreza es rampante, que permiten la explotación sexual de las niñas con total impunidad y que se benefician económicamente de la aplicación de la oferta y demanda en seres humanos, creando las condiciones para que se produzca el comercio de esclavos de la actualidad.
Cada día conservo en mi corazón y oraciones no sólo a las niñas y mujeres, sino a todos los afectados por estos sistemas y estructuras injustos. Son su sufrimiento y dolor los que me motivan a buscar todas las oportunidades posibles dentro de la diplomacia de las Naciones Unidas para que se respeten sus derechos.
Aquí radica la razón de ser de mi persistente y constante defensa para poner fin a la trata en todas sus formas en el mundo. Aunque no es la única plataforma para la defensoría, la ONU ofrece múltiples oportunidades a nivel global.
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