Cada mañana voy a la sede de CAPNI, donde 40 personas a las que llamamos la familia CAPNI trabajamos juntos, como una familia cristiana de diversas denominaciones y habilidades, en diferentes tareas, pero compartiendo una misión iniciada en 1993 por un grupo de voluntarios comprometidos con una misión desafiante: mantener viva la esperanza.
Saludo a mis amados miembros de la familia CAPNI y, luego de estar seguros que todos estamos bien de salud, nos enfocamos en las tareas del día para cumplir nuestra misión.
CAPNI comenzó́ siendo pequeña, como la semilla de mostaza, y hoy en día se ha convertido en la mayor organización humanitaria cristiana en Kurdistán en términos de estructura, territorio de misión y diversidad de programas y servicios. Su trabajo es para que toda la sociedad sea testigo del amor de Cristo por todos. Y como una organización ecuménica, CAPNI sirve a todas las comunidades vulnerables, incluyendo a desplazados internos, de todos los orígenes religiosos: cristianos, musulmanes y yazidíes.
Duhok sigue albergando a más de 300.000 personas que huyeron de Sinjar y la Llanura de Nínive en 2014 debido a la brutal violencia de ISIS. En Duhok y entre su gente ellos encuentran un cálido abrazo, seguridad, protección y esperanza.
El Duhok de hoy no es el Duhok que fue antes de ISIS ni el Dohuk que fue antes de la pandemia de COVID-19.
Los desafíos de la vida han aumentado y cambiado. Las personas desplazadas han agotado sus recursos y las organizaciones humanitarias han reducido sus actividades y asistencia.
La comunidad anfitriona se ha vuelto cada vez más vulnerable debido a la crisis fiscal de la región, la recesión económica y el limitado mercado laboral.
Una pregunta que escuchamos a diario en nuestras interacciones con los beneficiarios y en nuestras visitas a las personas desplazadas y otras personas resuena en mí y en los demás miembros del personal de CAPNI: “¿Hay alguna esperanza?”
La respuesta es con seguridad un gran “¡Sí!”
La esperanza existe y está viva, y somos testigos de ella todos los días. La esperanza para los afiliados y socios del programa CAPNI no es solo una emoción. Se pone en acción en la vida cotidiana.
La esperanza es más que un buen sermón. No se puede sembrar y hacerla crecer solo con palabras. Debe materializarse. Debe ser tangible. La gente debe ser capaz de tocar la esperanza. Este es nuestro desafío y nuestra misión.
Es cierto que podemos sentirnos impotentes a veces, pero nunca sin esperanza.
Le brindamos esperanza a los niños, desplazados de sus lugares de origen durante los últimos siete años y alojados en cinco centros. Cada centro alberga a 120 niños de diferentes religiones, entre las edades de 6 y 12 años. Los centros les brindan clases académicas, así como actividades deportivas, musicales y artísticas. Se les lleva a paseos a sitios arqueológicos y religiosos y se les ofrecen otras actividades recreativas para devolverles la sonrisa perdida.
También damos esperanza a través de una clínica móvil que realiza visitas periódicas a más de 30 pueblos cristianos aislados en zonas montañosas remotas. La clínica móvil brinda tratamiento a quienes lo necesitan, especialmente a los ancianos con enfermedades crónicas.
Con el gran pánico y la ansiedad experimentados durante la pandemia del coronavirus, CAPNI intensificó sus esfuerzos y se asoció con otras organizaciones y programas, incluyendo a CNEWA, para tratar de evitar la propagación del virus. Llevamos a cabo programas de concientización, ayudamos a los infectados y ayudamos a muchos a superar la ansiedad y el miedo.
La promoción de la esperanza y su permanencia se logra aumentando el número de “embajadores de la esperanza” y creando un espacio para que compartan su testimonio. Estos embajadores son los jóvenes de la iglesia, quienes, con sus actividades y programas, transforman a una iglesia inquieta en una iglesia que lleva esperanza como remedio al sufrimiento.
CNEWA-Misión Pontificia ha respaldado programas pastorales ecuménicos en nueve iglesias que atienden a más de 1.800 personas de varias regiones de Irak, incluyendo a Duhok, Kirkuk, Erbil y la Llanura de Nínive. Estos programas, que incluyen estudios bíblicos, campamentos juveniles, coros y discusiones comunitarias sobre los desafíos que enfrentan la iglesia, la familia y los cristianos en el desempeño de su misión bautismal para servir a la comunidad de fe y la sociedad iraquí, han producido muchos frutos.
La alegría en los rostros de los participantes comunica una sensación de seguridad, confianza y paz dentro de ellos mismos y con su entorno. Estas actividades también brindan una energía renovada a las actividades eclesiásticas e intereclesiásticas. Construyen puentes y fortalecen la unidad de la fe y la pertenencia cristiana.
Si bien es cierto que estamos orgullosos de nuestros servicios y programas para comunidades vulnerables, estamos más orgullosos de los programas pastorales y de la iglesia, ya que ninguna organización de la sociedad civil se preocupa por financiar tales programas. Y aunque siempre agradecemos y oramos por los que apoyan nuestros diversos programas humanitarios, estamos agradecidos de manera particular a quienes apoyan los programas pastorales por sus efectos positivos duraderos y sostenibles.
Nuestro día de trabajo a veces puede parecer largo o agotador, pero nuestras almas se llenan de alegría cuando escuchamos palabras de aliento de los niños desplazados, ancianos enfermos o jóvenes enérgicos, y nuestros rostros reflejan las sonrisas de aquellos con los que nos encontramos a lo largo del día, ya sea en una visita de campo o en uno de nuestros programas.
Ellos no deberían darnos las gracias. Somos nosotros quienes debemos agradecerles a ellos por vivir, predicar y difundir esperanza, y por acompañarnos en el cumplimiento de nuestra misión de mantener viva la esperanza.