“Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. (Juan 11,25-26.)
Estas fueron las palabras que Jesús dijo a Marta después de la muerte de Lázaro, su hermano y amigo de Jesús.
Temprano en la mañana del lunes, dentro de la Octava de Pascua, todos nos enteramos del paso del papa Francisco a la plenitud de la vida eterna. Aunque lloramos su muerte, nos consuela el final de su sufrimiento, y nos llena el resplandor y la esperanza de la Pascua para él.
Creo que todos reconocemos en el papa Francisco a un papa de sencillez evangélica, de misericordia, de compasión, de esperanza y de diálogo, para todos. Se preocupaba por todos, especialmente por los más vulnerables, los débiles, las víctimas de todas las formas de injusticia, los migrantes y los que no tenían voz. Oró y trabajó incesantemente por la justicia y la paz en todo el mundo.
Todos somos conscientes de su gran devoción a la Santísima Virgen. Él expresó su deseo de ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma. Los invito a rezar a María, Madre de Jesús, y a san Ignacio de Loyola. Que su poderosa intercesión acompañe al papa Francisco.
Concédele, oh Señor, el descanso eterno, y que la luz perpetua brille sobre él. ¡Que descanse en paz!
Respetuosamente,

Mons. Peter I. Vaccari es el Presidente de la Asociación Católica para el Bienestar del Cercano Oriente y su agencia operativa en Oriente Medio, la Misión Pontificia.