Recuerdo bien la pintura: dos figuras de blanco rodeadas de dolientes, claveteada en la pared de la iglesia muy por encima de mí. Una figura era Jesús de pie, con la mano en bendición, rodeado de una mandorla dorada y de ángeles. La otro, era la Virgen María, acostada en un féretro funerario envuelta en una prenda funeraria blanca; sus manos cruzadas sobre su pecho. Dos velas encendidas y un lirio asistieron a la escena íntima de la Virgen muerta, conocida como la Dormición.
Yo era un niño, fácil de impresionar, y esa imagen me obsesionó. ¿María muerta?
Mis padres tomaron una decisión arriesgada cuando decidieron enviarnos a mí y a mis hermanos al impetuoso centro de la ciudad de McKeesport, no lejos de Pittsburgh, para asistir a la escuela primaria después de que nuestra propia escuela parroquial en los suburbios cerrara sus puertas después del final del año académico 1972-73.
Una amistad de la familia en el sistema educativo recomendó la Escuela Santa María en la calle Olive. Conocido como Sta. María, alemana, fue construida por la comunidad alemana de la ciudad, católica y no católica, como un centro para la cultura y el idioma alemán. La escuela era conocida por su biblioteca y extensa colección de libros sobre arte, historia y literatura, y por las monjas alemanas que imponían disciplina académica y de conductua.
Para mí, sin embargo, fue una elección perceptiva que ha influido en mi vida académica, profesional e incluso espiritual desde entonces. Porque en el corazón de la parroquia se encontraba su majestuosa iglesia neorrománica de ladrillo, su elegante campanario y un interior cubierto de murales pintados entre 1908 y 1910 por dos monjes benedictinos, los padres Buenaventura Ostendarp y Rafael Pfisterer, artistas que habían estudiado en la Real Academia de Arte de Munich.
Los murales representaban la vida de María en un lado de la nave y la vida de Jesús en el opuesto. Los murales estaban unidos en el arco triunfal, donde santos y ángeles observaban la Asunción y Coronación de María por las tres Personas en la Trinidad. En el ábside, Cristo era entronizado en majestad, adorado por su madre, Juan el Bautista y los apóstoles.
La arquitectura y los murales hacían referencia a las iglesias y el arte sacro que adornaban Europa antes del desarrollo del arte y la arquitectura góticos. Sin embargo, eran raros ejemplos norteamericanos del arte sacro hermanado al renacimiento litúrgico de finales del siglo 19 y principios del siglo 20 impulsado por los monjes en la Abadía de Beuron en el suroeste de Alemania.
Todos los ojos eran atraídos hacia Cristo en Majestad, pero los míos estaban fijos en la Dormición. A medida que crecía y me atrevía, le hacía preguntas a mis monjas, las Hermanas de la Divina Providencia, Allison Park, sobre ese mural en la iglesia. Nada en nuestras clases de catecismo proporcionaba ninguna información sobre las circunstancias de la muerte de María. Ese silencio abrió un gran vacío en mi imaginación, cuyos detalles fueron completados por esa pintura.
Los cristianos de oriente y occidente conmemoran el 15 de agosto la transición de la Virgen María de su vida en la tierra a la vida eterna. Mientras que los católicos de rito latino enfatizan específicamente su Asunción al cielo, los cristianos orientales, católicos y no católicos, celebran la fiesta de la Dormición, el quedarse dormida de la Virgen María.
“Ni la tumba ni la muerte pudieron contener a la Madre de Dios, la esperanza inquebrantable, siempre vigilante en la intercesión y la protección, dice el kontakion bizantino, o himno, para la festividad.
“Como Madre de la Vida, ella ha sido tomada a la vida por aquel que habitó en su vientre siempre virgen”.
Como nos recuerda San Juan Pablo II, no hay referencias bíblicas para la festividad. Pero a través del curso de la tradición cristiana, comenzando en el período cristiano primitivo tanto en oriente como en occidente, la creencia en su quedarse dormida y entrar en la vida eterna, en cuerpo y alma, evolucionó. Este desarrollo en la creencia cristiana culminó en la declaración dogmática de la Asunción de María por el Beato Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950.
La hermana Mary Dolores Fauth (que su memoria sea eterna) solía recordarme que la muerte de María y su entrada en la vida eterna hacen eco del triunfo de Jesús sobre la muerte, y lo que les espera a todos los cristianos después de su muerte: la resurrección del cuerpo y la vida eterna. Incluso en su muerte, ella decía, María es un ejemplo, un modelo, para que todos la recordemos.
En efecto hay que recordar. Esa hermosa iglesia y sus gloriosos murales ya no sobreviven, fueron barridos después de que las fábricas de acero fueron cerradas y muchas de las familias que vivían y adoraban allí se mudaron. Sin embargo, esa imagen de la muerte de la Virgen me persigue todavía, y permanece indeleblemente marcada en mi mente, un recordatorio siempre de lo que nos espera a todos.