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Lejos de Casa

Trabajadores migrantes encuentran consuelo en medio de la difícil situación en Jordania

Rhea Fernando tenía 22 años cuando dejó su país de origen para trabajar a 5.500 millas de distancia. Estaba en medio de obtener un título de enfermería cuando decidió abandonar la escuela para ayudar a sus padres, que tenían dificultades económicas.

“Por supuesto, eres inocente”, dice Fernando, riendo nerviosamente y recordando sus primeros años en el Reino Hachemita de Jordania como trabajadora doméstica. “No sabes lo que está pasando. No sabía cómo trabajaría ni qué haría”. 

Fernando, ahora de 40 años, es una de miles de filipinos que se mudan al Medio Oriente cada año en busca de empleo —generalmente las mujeres se inscriben como empleadas domésticas, niñeras, cuidadoras, dependientes de tiendas y limpiadoras. Ella encontró un trabajo en Jordania a través de una agencia de empleos en Manila que conecta a los filipinos con el trabajo doméstico en el extranjero.

“Cuando estaba en el avión, pensaba: ‘Señor, espero que el empleador no me haga algo, como violarme, o algo así’”, dice. Sus temores no eran infundados; grupos de derechos humanos han documentado violaciones entre los diversos delitos y formas de abuso que sufren con frecuencia los trabajadores migrantes en todo el mundo.

La agencia de empleos colocó a Fernando con una pareja jordana en Ammán, la capital. Ella se adhirió diligentemente a sus peticiones de cuidar a los dos hijos, cocinar, limpiar y, a veces, dar masajes a la esposa y al esposo. Era más que un trabajo de tiempo completo, dice ella. Trabajaba siete días a la semana con solo cinco horas para dormir cada noche; le pagaban $150 al mes.

Sus condiciones de trabajo son típicas del “sistema kafala” de Jordania, una estructura de empleo para trabajadores extranjeros utilizada en las naciones del Golfo, Líbano y Jordania. Según las últimas cifras de la Organización Internacional del Trabajo en 2019, hay 24,1 millones de trabajadores migrantes en 12 estados del Medio Oriente. 

Los trabajadores, a menudo procedentes de países socioeconómicamente deprimidos de África y Asia, suelen firmar un contrato jurídicamente vinculante —por un período inicial de dos años, en el caso de Jordania— que concede al empresario el pleno control sobre las condiciones de trabajo y de vida del trabajador, incluyendo sus horas de trabajo, el tiempo libre, las condiciones de renuncia y su movimiento dentro del país.

“Cuando vas a la iglesia tienes paz. La iglesia es una de las únicas maneras de aliviar tu dolor, ansiedad o cualquier cosa que tengas como una carga en tu corazón”.

A primera vista, el sistema parece adecuado. Por ejemplo, un empleador cubrirá los gastos de manutención y viaje, y la mayoría de los trabajadores domésticos viven en la casa del empleador. Después de los dos primeros años, el empleado tiene derecho a renovar su contrato, encontrar un nuevo empleo o regresar a su país de origen. Sin embargo, los grupos de derechos humanos dicen que este sistema ha creado condiciones propicias para el abuso físico, mental y sexual, la explotación y el racismo. 

La trabajadora migrante Leonida Pagsuguiron, izquierda, vive en la casa de su amiga y recibe asistencia de la Institución Teresiana.
La trabajadora migrante Leonida Pagsuguiron, izquierda, vive en la casa de su amiga y recibe asistencia de la Institución Teresiana para sus necesidades, mientras se recupera de una enfermedad. (foto: Raghida Skaff)

La legislación laboral de Jordania estipula que los trabajadores extranjeros tienen derecho a un día libre por semana, que los pasaportes no deben ser confiscados y que las horas de trabajo no deben exceder ocho por día, pero rutinariamente se viola la legislación. Los empleados a menudo están atrapados en trabajos en los que están sobrecargados de labores, restringidos de la comunicación con el mundo exterior, limitados en su acceso a los alimentos y se les niega el tiempo personal.

Fernando recuerda cuando envolvió un pedazo de pan que sobró y lo escondió en el bote de basura para comerlo en secreto por la noche. Era habitual que su “señora” y “jefe” —los términos que usa para referirse ala esposa y su esposo, respectivamente, que una vez la emplearon— la encerraban dentro de la casa cuando salían. Cerraban con seguro las ventanas y puertas y activaban la alarma de seguridad. Un día, mientras limpiaba las ventanas, comenzó a preguntarse cómo haría para escapar en caso de emergencia. ¿Rompería el vidrio y saltaría los dos pisos a la calle?

“Nunca salí de la casa”, agrega Fernando, excepto para acompañar a los niños. Se le prohibió hablar con nadie en esas salidas. Si lo hacía, los niños informarían a sus padres. Durante ese tiempo, Fernando recurrió a la oración, pidiendo a Dios que le de coraje para soportar las dificultades y encontrar fuerzas para continuar trabajando para apoyar a sus padres en casa. 

A pesar del costo personal y los riesgos asociados con el sistema de kafala, más de 43,000 filipinos viven y trabajan en Jordania, según cifras de la embajada de Filipinas allí. De este número, solo una minoría está registrada con permisos de trabajo válidos. Este pequeño porcentaje es indicativo de dos problemas recurrentes: el de los auspiciadores que no pagan la renovación del trabajo del inmigrante y el de los trabajadores que huyen de los empleadores que les prohíben renunciar. Ambas situaciones hacen que el trabajador tenga un estatus de ilegal y lo ponen en riesgo de encarcelamiento.

La cristiandad juega un papel muy importante en la vida de las mujeres filipinas, que provienen de un país donde el 80% de la población es católica romana. Han encontrado consuelo, fuerza y amistad en el trabajo de la Institución Teresiana, una comunidad católica de laicos que desde hace mucho tiempo están comprometidos en el país, y que trabajan tanto con jóvenes como con trabajadores migrantes. Ellos lanzaron un programa de apoyo para trabajadores migrantes en 2018. 

La institución fue fundada en España en 1911 por San Pedro Poveda Castroverde, un sacerdote que fue martirizado durante las persecuciones religiosas de principios del siglo XX en España. Entre sus miembros hay hombres y mujeres laicos, que viven al valor de “la fe y la razón” al cumplir su misión de contribuir a la transformación humana y social a través de actividades educativas y socioculturales. Lo hacen a través de sus diversas profesiones y talentos. En la actualidad, hay dos miembros teresianos que viven en comunidad en Ammán dedicando sus vidas a esta misión a tiempo completo.

Elisa Estrada, una teresiana, ha pasado casi 40 años en Tierra Santa, habiendo servido en Jerusalén, Belén y ahora Ammán. Ella es la directora de la Biblioteca y Centro Comunitario de CNEWA-Misión Pontificia, donde se llevan a cabo la mayoría de actividades para migrantes. Amabel Sibug, otra compañera teresiana, supervisa las actividades para los migrantes y trabaja con la capellanía filipina en Ammán.

Estrada dice que el cuidado pastoral de los trabajadores migrantes implica más que simplemente ofrecerles oportunidades para reunirse mientras están lejos de casa. El programa ofrece a estas mujeres filipinas un lugar seguro en el que encontrar comunidad y apoyo mutuo, y para desestresarse mientras alimentan su fe.

Una vez a la semana se celebra una Misa para la comunidad de migrantes en cada una de las dos iglesias católicas de rito latino en Amman —en San José, los domingos, y en la Anunciación de María, los viernes, para acomodar los diferentes días libres que tienen los trabajadores. 

Lucy Obejas es una de las aproximadamente 100 personas que asisten a la Misa de los viernes, en la parroquia del Patriarcado Latino de Jerusalén. Es su día libre de cuidar a los hijos de un diplomático europeo. Ella vive y trabaja en Ammán desde 2005.

“Cuando vas a la iglesia tienes paz”, dice Obejas, de pie en el aire fresco de un soleado día de invierno. “La iglesia es una de las únicas maneras de aliviar tu dolor, ansiedad o cualquier cosa que tengas como una carga en tu corazón”.

Después de la Misa, muchos hacen el viaje de 10 minutos para reunirse en el Centro Comunitario de CNEWA-Misión Pontificia para el almuerzo comunitario semanal. Disfrutan de un buffet mixto de platosárabes, como pollo y arroz con especias o un postre dulce, llamado “knafeh”, así como de platos filipinos, como fideos, caldo de cerdo y ensalada de mango, todos preparados por las mujeres que asisten a la iglesia. 

El ambiente es jovial y cálido; las mujeres charlando o participan en un grupo coral. Fernando, que está muy satisfecha con su nuevo empleo como empleada doméstica para un diplomático europeo, un puesto codiciado, ya que estos empleadores son conocidos por su respeto de las leyes laborales y su compensación adecuada, se ofrece como voluntaria para ayudar a preparar actividades cada semana. Es una forma de demostrar su aprecio.

Elisa Estrada, miembro de la Institución Teresiana, conversa con dos trabajadoras migrantes de Filipinas en la Biblioteca de CNEWA-Misión Pontificia en Ammán.
Elisa Estrada, miembro de la Institución Teresiana, conversa con dos trabajadoras migrantes de Filipinas, Leonida Pagsuguiron, derecha, y Aurea Perlas, izquierda, en la Biblioteca de CNEWA-Misión Pontificia en Ammán. (foto: Raghida Skaff)

“Te hace sentir diferente”, dice sobre el día, “lejos de, cómo lo llamas, ¿la tristeza?»  

Se toma un momento para expresar lo que había estado sintiendo: nostalgia sobre su lugar de origen. 

“Es muy especial”, reitera sobre la reunión semanal. “Es mi medicina”.

Las teresianas también han jugado un papel importante en la vida de fe de Fernando, organizando subautismo, confirmación y matrimonio con Ismail, su esposo filipino, en Jordania. 

La biblioteca y centro comunitario son el corazón de la atención ofrecida por las teresianas, quienes brindan servicios a la población local, además de a la comunidad cristiana y a los trabajadores migrantes. La biblioteca, una de las pocas bibliotecas públicas de la ciudad, tiene más de 30.000 libros y revistas en árabe, inglés y francés.  

Estrada y Sibug, ambas bibliotecarias y ambas filipinas, dirigen la biblioteca, que funciona como un centro comunitario que alberga seminarios, estudios bíblicos, sesiones de asesoramiento y talleres para el desarrollo espiritual, así como clases de inglés para refugiados iraquíes, sirios y africanos. La comunidad también tieneactividades interculturales e interreligiosas, y personas de todas las edades, religiones y nacionalidades son bienvenidas. 

Los programas específicos para trabajadores migrantes incluyen charlas de abogados y expertos en derechos humanos sobre la situación jurídica de los trabajadores en Jordania. Sibug también ofrece sesionessemanales para ayudar a las mujeres que han sido abusadas por empleadores o que se encuentran en situaciones difíciles. 

Las estrictas condiciones en el sistema de kafala permiten que las mujeres puedan quedar indefensas si están en un entorno de trabajo abusivo. Con frecuencia, se ven forzadas a huir de sus empleadores. En una situación de desesperación y con miedo de tomar cualquier pertenencia, incluyendo sus pasaportes, que a veces están en posesión de los empleadores, se presentan en la embajada o buscan ayuda de otras mujeres filipinas o feligreses.

Con el paso del tiempo, la embajada de Filipinas ha aumentado sus iniciativas e intervenciones en favor de los trabajadores migrantes, mejorando lentamente la vida de los trabajadores. Por ejemplo, la embajada ofrece apoyo legal y coordina con el Ministerio de Trabajo de Jordania en casos legales presentados contra mujeres filipinas por un empleador. Un día de orientación para los recién llegados ahora garantiza que los ciudadanos filipinos conozcan los datos de contacto de la embajada, sus derechos y las diferencias culturalesy las costumbres del estado árabe y de mayoría musulmana.

Estrada explica por qué muchas mujeres optan dejar atrás sus hogares y familias: las opciones de trabajo son escasas en la nación isleña y el acceso a la educación superior sigue siendo algo exclusivo económicamente, dejando a las personas atrapadas en ciclos de pobreza. Estos factores empujan a muchos a buscar trabajos en el extranjero que ofrezcan salarios en una moneda extranjera fuerte. Sin embargo, realizan enormes sacrificios para hacerlo. 

“Normalmente, la filipina viene aquí a ganar dinero para pagar las matrículas escolares de sus hijos, esa es la razón número uno”, dice Estrada. 

Ella explica las constantes tareas que involucra en el cuidado de las mujeres que a menudo llaman o envían mensajes de texto para pedir ayuda. 

“Por ejemplo, si están enfermas o necesitan ayuda con medicamentos o tal vez con sus papeles”, dice. 

Ella comparte la precaria situación de una mujer, que lleva cuatro meses trabajando sin permiso legal; y su nuevo empleador no ha actualizado sus documentos. Si la policía la atrapa sin permiso, será encarcelada, explica Estrada. 

“Una vez que [las mujeres filipinas] están en prisión, ya no tendrán contacto con nosotras … hasta que intervenga el personal de la embajada de Filipinas”, explica.

La trabajadora migrante Alma Mutuc abraza a Elisa Estrada, miembro de la Institución Teresiana de Ammán.
La trabajadora migrante Alma Mutuc abraza a Elisa Estrada, miembro de la Institución Teresiana de Ammán. (foto: Raghida Skaff)

Arlene Sánchez, 51, ha pasado los últimos 16 años trabajando en Amman como empleada doméstica para financiar la educación de sus hijos. Durante los primeros 12 años que trabajó para la misma familia, la madre soltera nunca vio su salario mensual. Su empleador, a quien se refiere como “señor”, transferiría sus ingresos directamente a sus hijos en Filipinas. Sánchez comenzó con un salario mensual de $150. 

“Pero mi ‘señor’ [fue] muy bueno. Cada seis meses me subía el salario”, dice. 

“Incluso si trabajas duro en Filipinas, no es suficiente”, agrega. “Si tienes cinco hijos [y] si eres pobre como yo… No puedes enviar a tus hijos a la universidad”. 

Ahora trabaja como empleada doméstica para otra familia. A pesar de los desafíos, expresa su gratitud por el trabajo que le permite mantener a su familia en Filipinas, así como por las actividades de las teresianas.

“Es como una familia; te olvidas de todo el estrés”, dice Sánchez sobre el ambiente de hogar lejos del hogar creado en Ammán por las teresianas.

“Trabajas toda la semana y vienes aquí feliz, disfrutando el poder charlar y cantar aquí en la biblioteca”.


Rosabel Crean es una periodista independiente con sede en Beirut. Escribe para The Telegraph, The New Arab y New Lines Magazine, e informa para el semanario católico The Tablet. 

Conexión CNEWA

CNEWA se ha asociado con la Institución Teresiana durante décadas, apoyando su trabajo entre las iglesias locales, cubriendo los gastos operativos y financiando nuevos programas. Al hacerlo, CNEWA ayuda a las teresianos a expandir los programas, proporcionar apoyo catequético y ofrecer asesoramiento psicológico y social a las familias desplazadas, trabajadores migrantes y refugiados.

Los teresianos son hombres y mujeres laicos comprometidos con una misión de educación, solidaridad y transformación social. En Jordania, brindan apoyo a mujeres migrantes que son injusta e ilegalmente reclutadas por empleadores locales. Les ofrecen un lugar de encuentro fura de sus trabajos regulares.

Para apoyar este trabajo vital, llame al 1-866-322-4441 (Canadá) o al 1-800-442-6392 (Estados Unidos) o visite cnewa.org/es/trabajo/Jordania.

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