Nota de la redacción: Cada hombre elegido papa aporta una perspectiva particular en el ejercicio de su ministerio. No obstante, hay una continuidad en constante evolución a medida que cada pontífice construye sobre las piedras colocadas por sus predecesores. En sus primeras semanas como papa, León XIV ha articulado con claridad su visión de la iglesia en un mundo fracturado que necesita sanación y esperanza, una visión parecida a la del Papa Pío XI cuando estableció CNEWA como su vehículo de apoyo a las iglesias orientales hace casi un siglo.
La elección el 8 de mayo del cardenal estadounidense Robert Francis Prevost como obispo de Roma fue sorpresa para muchos. Aunque puede o no haber coincidencias asociadas con su elección y la elección de su nombre, la sucesión de León XIV llega en un momento crucial para la humanidad, uno semejante a la era del Papa León XIII, quien hace 134 años publicó su histórica encíclica social, “Rerum Novarum”, o como se la conoce en español, “Sobre la Situación de los Obreros”.
Dignidad humana. Los teólogos consideran que la encíclica, profundamente ligada a las Escrituras, es el fundamento de la doctrina social católica moderna y de nuestro concepto de justicia social. En su encíclica, el Papa León XIII, quien dirigió la iglesia de 1878 a 1903, reconoció la dignidad innata de cada persona humana, afirmó el apoyo de la iglesia a los derechos de los trabajadores a un trabajo justo y seguro y a formar sindicatos, y se opuso al socialismo y al capitalismo de laissez-faire.
“Caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros”.
“Y hoy la iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo”.
“Hay varias razones, [para elegir el nombre León] pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica encíclica ‘Rerum novarum’, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial”, dijo el recién electo papa en su primer discurso al Colegio Cardenalicio el 10 de mayo.
Concluyó su discurso citando al Papa Pablo VI, expresando su esperanza de que su ministerio “que sobre el mundo entero pase una gran llama de fe y de amor que ilumine a todos los hombres de buena voluntad, allanando los caminos de la colaboración recíproca y que atraiga sobre la humanidad, la abundancia de la benevolencia divina, la fuerza misma de Dios, sin cuya ayuda nada vale ni nada es santo”.
El mejor constructor de puentes. La forma en que el nuevo pontífice guiará la barca de Pedro como su sucesor como vicario de Cristo —sirviendo de facto como la principal voz moral del mundo— domina gran parte de los medios internacionales. Pero, está claro, desde su primer discurso a los cardenales y sus primeras palabras públicas como papa pronunciadas desde el balcón principal de la plaza San Pedro, que tiene la intención de seguir construyendo puentes, estar abierto al diálogo y al encuentro y trabajar por la justicia y la paz para todas las personas.

“Tenemos que buscar juntos cómo ser una iglesia misionera”, dijo el Papa León XIV, “tendiendo puentes, dialogando, siempre abierta a recibir con los brazos abiertos a todos, como esta plaza, abierta a todos, a quien necesite de nuestra caridad, de nuestra presencia, del diálogo, del amor”.
En su discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, dijo: “En nuestro diálogo, quisiera que predominase siempre el sentido de ser familia —la comunidad diplomática representa, en efecto, la entera familia de los pueblos—, que comparte las alegrías y los dolores de la vida junto con los valores humanos y espirituales que la animan”.
“La diplomacia pontificia es, de hecho, una expresión de la misma catolicidad de la iglesia y, en su acción diplomática, la Santa Sede está animada por una urgencia pastoral que la impulsa no a buscar privilegios sino a intensificar su misión evangélica al servicio de la humanidad”.
“Ésta combate la indiferencia y apela continuamente a las conciencias, como ha hecho incansablemente mi venerado predecesor, siempre atento al clamor de los pobres, los necesitados y los marginados, como también a los desafíos que caracterizan nuestro tiempo, desde la protección de la creación hasta la inteligencia artificial”.
“La paz es ante todo un don. Es el primer don de Cristo”.
“En nuestro diálogo, quisiera que tuviéramos presente las tres palabras clave… La primera palabra es paz. Muchas veces la consideramos una palabra “negativa”, o sea, como mera ausencia de guerra o de conflicto, porque la contraposición es parte de la naturaleza humana y nos acompaña siempre, impulsándonos en demasiadas ocasiones a vivir en un constante “estado de conflicto”; en casa, en el trabajo, en la sociedad”.
“En la perspectiva cristiana —como también en la de otras experiencias religiosas— la paz es ante todo un don, el primer don de Cristo: ‘Les doy mi paz’ (Jn 14,27). Pero es un don activo, apasionante, que nos afecta y compromete a cada uno de nosotros, independientemente de la procedencia cultural y de la pertenencia religiosa, y que exige en primer lugar un trabajo sobre uno mismo. La paz se construye en el corazón y a partir del corazón, arrancando el orgullo y las reivindicaciones, y midiendo el lenguaje, porque también se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas”.

“La segunda palabra es justicia. Procurar la paz exige practicar la justicia. Como ya he tenido modo de señalar, he elegido mi nombre pensando principalmente en León XIII, el papa de la primera gran encíclica social, la ‘Rerum novarum’. En el cambio de época que estamos viviendo, la Santa Sede no puede eximirse de hacer sentir su propia voz ante los numerosos desequilibrios y las injusticias que conducen, entre otras cosas, a condiciones indignas de trabajo y a sociedades cada vez más fragmentadas y conflictivas”.
“Es necesario, además, esforzarse por remediar las desigualdades globales, que trazan surcos profundos de opulencia e indigencia entre continentes, países e, incluso, dentro de las mismas sociedades”.
“La tercera palabra es verdad. No se pueden construir relaciones verdaderamente pacíficas, incluso dentro de la comunidad internacional, sin verdad. Allí donde las palabras asumen connotaciones ambiguas y ambivalentes, y el mundo virtual, con su percepción distorsionada de la realidad, prevalece sin control; es difícil construir relaciones auténticas, porque decaen las premisas objetivas y reales de la comunicación”.
“Por su parte, la iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y sobre el mundo, recurriendo a lo que sea necesario, incluso a un lenguaje franco, que inicialmente puede suscitar alguna incomprensión. La verdad, sin embargo, no se separa nunca de la caridad, que siempre tiene radicada la preocupación por la vida y el bien de cada hombre y mujer”.
“Construyamos una iglesia fundada en el amor de Dios, signo de unidad, una iglesia misionera que abra sus brazos al mundo”.
Encontrar la unidad en la diversidad. La eficacia del ejercicio del ministerio petrino por parte de León y del testimonio de la Iglesia católica como instrumentos de paz, justicia y verdad está, según el nuevo papa, ligada a la unidad de la iglesia.
“Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia”, dijo el nativo de Chicago en su homilía al inaugurar su pontificado.
“Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro. … Cuando Jesús le pregunta a Pedro: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas?’ (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos ‘aún más’, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos”.

“A Pedro, pues, se le confía la tarea de ‘amar aún más’ y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”.
“Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”.
“En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno”.

“Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz”.
“Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”.
“Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad”.
“Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros”.