El Puente Viejo de Mostar fue por siglos el distintivo de la mayor ciudad de Herzegovina-Neretva. Cruzaba el río Neretva, conectando barrios católicos y musulmanes a ambas orillas, un símbolo de amistad entre los pueblos.
Pero, los combates que estallaron en Bosnia y Herzegovina en 1992 destruyeron el emblemático puente del siglo XVI, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Por casi cuatro años, las tres principales comunidades del país —los bosnios, de mayoría musulmana, croatas bosnios católicos y serbios bosnios ortodoxos— se enfrentaron en una guerra civil, desencadenada por la disolución de Yugoslavia tras la caída de la Unión Soviética.
A medida que diferentes estados de la ex Yugoslavia declaraban su independencia, la arraigada ideología de la “Gran Serbia” —que buscaba reunir a “todos los serbios” en un solo estado absorbiendo territorios más allá de las fronteras actuales de Serbia— resurgió con fuerza. La República de Bosnia y Herzegovina declaró su independencia el 5 de abril de 1992, y estalló la guerra.
El costo humano fue devastador. Hasta 101.000 personas murieron o desaparecieron, más de dos millones fueron desplazadas (solo un millón regresó) y la violencia sexual relacionada con la guerra tuvo un saldo estimado de hasta 50.000 víctimas. El conflicto dejó unos 452.000 edificios residenciales (aproximadamente el 37% de las viviendas) parcial o totalmente en ruinas.
La guerra, exacerbada por el colapso del sistema federal, el auge del nacionalismo y los reclamos territoriales en pugna provocó asedios —incluido el asedio de años a la capital bosnia, Sarajevo— limpieza étnica y atrocidades masivas, que culminaron en el genocidio de Srebrenica.
En julio 1995, el enclave de Srebrenica, designado por las Naciones Unidas como “zona segura, albergó a unos 25.000 bosnios bajo la protección de las fuerzas de paz holandesas de la ONU estacionadas allí. Cuando las fuerzas serbias avanzaron, las fuerzas de paz de la ONU solicitaron ataques aéreos de la OTAN, pero la ayuda nunca llegó y las unidades serbias entraron en la ciudad.
Del 11 al 15 de julio, separaron a más de 8.000 hombres y niños musulmanes de las mujeres y otros niños, los ejecutaron y los enterraron en fosas comunes. Los demás fueron evacuados, aunque algunas mujeres y niñas también fueron violadas y asesinadas. Esta masacre es el único genocidio reconocido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Cuatro meses después, 21 de noviembre de 1995, se firmaron los Acuerdos de Paz de Dayton en Dayton, Ohio, que posteriormente se firmaron ceremoniosamente en París el 14 de diciembre, poniendo fin a la guerra de Bosnia y estableciendo una paz frágil.
Hoy, en Potočari, a cuatro millas de Srebrenica, el Memorial del Genocidio de Srebrenica se extiende sobre suaves colinas, con hileras de marcadores blancos que suben y bajan con el terreno: una topografía de pérdidas dedicada a la oración. Cada julio, se entierra a víctimas recién identificadas. Este año, en el 30 aniversario, se enterraron siete más, elevando el total a 6772.
“A nivel personal, humano, psicológico y espiritual, las personas necesitan libertad interior”, añade. “Algunos lo llaman la liberación de la memoria, dejar los recuerdos pesados”.

Treinta años después del genocidio, las heridas y el trauma de la guerra en Bosnia y Herzegovina persisten. Y no todos los bosnios están unidos en el recuerdo de la guerra, incluso mientras buscan una reconciliación y paz duraderas.
En Mostar, miembros de las comunidades católica, ortodoxa y musulmana han colaborado para reconstruir su ciudad. Brillantes murales adornan ahora los edificios restaurados, y el Puente Viejo, reconstruido en 2004, vuelve a unir las dos orillas de la ciudad: un símbolo de reconciliación.
La guerra dañó o destruyó lugares de culto en Mostar, incluyendo la Catedral Ortodoxa Serbia de la Santísima Trinidad. El edificio está de pie, pero parece un cascarón, con el interior inacabado. Aún no se reanudan las liturgias regulares. Los avances, desde el inicio de la restauración en 2011, son irregulares, obstruidos por financiamiento discontinuo y estrictas regulaciones patrimoniales. Robos, vandalismo, trabas burocráticas y políticas han alargado el plazo.
En septiembre, el sonido de martillos llenaba la nave. El supervisor de la obra, un croata bosnio que se identificó como Radmilo, se apresuraba, junto con su equipo croata católico, a terminar de instalar un mosaico de mármol en el suelo de la catedral antes de Navidad.
“Cuando asumimos un proyecto, no importa si es católico u ortodoxo”, dice. “Simplemente trabajamos juntos”.
Estuve allí. Sé cómo fue. Los medios y los políticos siguen manipulando los hechos.
Amanece cuando Mersudin Hasanović regresa de su turno nocturno en uno de cuatro cruces fronterizos con Serbia. Él y su esposa, Ismeta, rentan habitaciones en el piso superior de su casa en Srebrenica. Saluda a sus inquilinos mientras Ismeta prepara el desayuno en la cocina. El aire tiene aroma a huevos y café cargado; en la mesa hay verduras frescas, queso casero, un baguette crujiente y salsa picante de verduras.
Hasanović tenía 14 años y vivía en Rađenovići, una aldea bosnia a unos 25 millas al sureste de Srebrenica, cuando comenzó la guerra. Cada mañana, después de alimentar a su ganado, él y su familia se escondían en el bosque para sobrevivir los bombardeos.
“Éramos intensamente bombardeados desde el lado serbio”, dice. “El Ejército Popular Yugoslavo luchaba eficazmente contra los serbios de Bosnia”.
Recuerda claramente el 7 de julio de 1992, el día en que apenas sobrevivió. Soldados al otro lado del río Drina, en lo que era Serbia, le dispararon a él y otros bosnios con una ametralladora antiaérea pesada.

“Es una sensación extraña oír el silbido de las balas que explotan en el suelo justo a tu lado mientras corres a toda velocidad”, recuerda. En marzo del año siguiente, huyó de Rađenovići.
Antes de la guerra, dice, nadie se fijaba en una identidad religiosa. “En nuestra calle, la mayoría eran musulmanes, pero muchos hombres se casaban con serbias. Éramos amigos”, dice. Pero luego, las cosas cambiaron.
“Al principio, jugaron con el miedo y la vulnerabilidad de los serbios, y eso alimentó el auge del nacionalismo. Las instituciones se dividieron. La propaganda alteró la realidad”, dice. “Al final, nadie ganó en la guerra, solo unos pocos que se aprovecharon”.
Hasanović y su esposa no han visto las noticias en unos 15 años. Ellos y sus dos hijos solo ven películas y plataformas de streaming.
Describe la vida cultural actual de Srebrenica como vibrante. Con apoyo internacional, tiempo y trabajo de la propia comunidad para abordar el trauma, la ciudad se aleja poco a poco de su reputación de ser un lugar de dolor y horror interminables.
“Cuando regresé en 2004, todavía odiaba a los serbios”, dice. “Mi tío murió en esa guerra. Era un peso demasiado grande. Entonces me di cuenta de que estaba destruyendo mi salud. Soy un creyente. Creo que todos recibirán lo que merecen, si no ahora, más adelante”.
“No puedes construir tu felicidad sobre el dolor de otro”.
“El diálogo es el instrumento de las personas civilizadas en su búsqueda de soluciones”.
En muchas localidades, las familias de las víctimas viven junto a quienes se cree que perpetraron crímenes de guerra. Aunque la guerra terminó, el tema de la justicia sigue abierto.
Entre quienes están comprometidos con la pacificación en el país se encuentra la comunidad católica minoritaria, que representa alrededor del 15% de la población.
“Como católicos, creemos que, en Bosnia y Herzegovina, y en cualquier lugar donde la gente vive en situaciones de conflicto o posconflicto, es esencial predicar el perdón y la reconciliación”, afirma el arzobispo Tomo Vukšić de Sarajevo.
“Pero más allá de las palabras, lo más importante es dar testimonio en la práctica: demostrar, con ejemplos concretos, que hemos perdonado a quienes causaron daño y que queremos construir la reconciliación entre las personas”.
El arzobispo forma parte del consejo nacional interreligioso, integrado por líderes musulmanes, ortodoxos, católicos y judíos. El consejo se fundó en 1997 para promover el diálogo, la reconciliación y la cohesión social.
“En general, las tendencias en Bosnia y Herzegovina son positivas”, afirma. “Hay un creciente acercamiento y cooperación, aunque surgen malentendidos”.
“He dicho a menudo: No hay alternativa moralmente aceptable al diálogo. El diálogo es el instrumento de las personas civilizadas en su búsqueda de soluciones”.
“Esto nunca excluye la aplicación de leyes justas; esa es la tarea del Estado y sus responsables. Sin embargo, a nivel personal, humano, psicológico y espiritual, las personas necesitan libertad interior”, añade. “Algunos lo llaman la liberación de la memoria, dejar los recuerdos pesados”.

La reconciliación a escala nacional es un proceso complejo que va más allá de las mesas redondas y las cancillerías.
Sabina y Amir Zekić viven en un barrio de viviendas unifamiliares en Sarajevo, capital del país, en la ladera sur del monte Žuč, a unas 8 millas del centro de la ciudad.
La colina que domina la ciudad fue punto estratégico durante la guerra y escenario de una batalla donde el ejército de la recién formada República de Bosnia y Herzegovina repelió con éxito a las fuerzas serbobosnias el 8 de junio de 1992.
Los Zekić vivieron en Sarajevo durante la guerra y el asedio de la ciudad que duró casi cuatro años. Hoy, la pareja bosniaca alquila habitaciones de su casa a viajeros; inevitablemente, se han convertido en compañeros de conversación sobre la guerra. Muchos visitantes se detienen frente al edificio de al lado, acribillado por metrallas.
“Un proyectil impactó aquí”, explica Sabina Zekić. “Mi suegro murió. La hermana de mi marido resultó herida. Todo quedó destrozado y quemado, pero reconstruimos”.
Como enfermera de hospital durante la guerra, vio muerte, miedo y desesperación, de lo que aún le resulta difícil hablar. Un informe del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia reporta más de 9.500 víctimas del asedio, mientras que otras fuentes mencionan más, entre ellas más de 1.000 niños.
“Durante el bombardeo, nos escondimos con nuestros vecinos serbios”, recuerda ella. “Entonces, su hijo se fue repentinamente ‘al otro lado’. Más tarde, toda la familia emigró a Estados Unidos y nunca regresó. Él fue declarado criminal de guerra. Se decía que había participado en asesinatos”.
Zekić ha trabajado con personas de otras religiones a lo largo de su vida, incluso durante el asedio.
“Donde la política no interfería, las relaciones se mantuvieron normales”, dice. “No entendíamos por qué era necesaria esta guerra. La gente común no la empezó. Fue política”. Y cuando los políticos decidieron parar, la guerra terminó”.
“Seguimos viviendo en paz, pero prende la televisión, y comienza la división. Los canales cuentan versiones opuestas de los hechos”, continúa. “Estuve allí. Sé cómo fue. Los medios y los políticos siguen manipulando los hechos”.
Su esposo asiente.
“Perdí a mi padre y a mis tres hermanas”, dice él. “Nuestra familia se dispersó. Nos quedamos. Ahora tengo a mi esposa, a mis hijos y una paz frágil. Es lo que importa”.

En un país donde la afiliación religiosa se asociaba estrechamente con conflictos violentos y atrocidades, la separación de la religión y el Estado, como fundamento de la coexistencia pacífica, goza de un amplio apoyo. Según una encuesta del Instituto Republicano Internacional de 2017, 79% de bosnios, el 78% de croatas de Bosnia y 79% de serbobosnios prefieren un Estado laico.
Sin embargo, una encuesta de USAID realizada cinco años después entre jóvenes reveló que el mayor porcentaje de jóvenes bosnios (42%) expresa mayor confianza en las instituciones religiosas que en otras instituciones públicas, a pesar de que siguen siendo críticos con las instituciones en general.
Las comunidades religiosas siguen siendo vitales en la sociedad bosnia, y es precisamente en la intersección de lo laico y lo religioso donde se arraiga la confianza.
El Centro Juvenil Juan Pablo II de la Arquidiócesis de Sarajevo ha formado a jóvenes adultos en el diálogo interreligioso y la reconciliación desde su fundación en 2007. El padre Šimo Maršić afirma que concibió el centro como “un lugar donde los jóvenes pudieran reunirse, aprender y construir un futuro juntos, independientemente de su creencia”.
Atrae a jóvenes de todas las religiones y organiza iniciativas ecuménicas e interreligiosas, desde proyectos de voluntariado y sesiones de formación hasta eventos deportivos y excursiones. El Papa Francisco visitó el edificio de ocho pisos en 2015 y lo bendijo como un espacio de diálogo y esperanza.
Su programa insignia, “Demos un Paso Adelante Juntos”, es una de las iniciativas interreligiosas más exitosas de la región. El centro está desarrollando actividades de divulgación entre los jóvenes en redes sociales y otras plataformas digitales.
“Organizamos conferencias de paz, una Carrera por la Paz y apoyamos proyectos locales donde jóvenes de diferentes religiones juegan en el mismo equipo. Eso genera confianza”, afirma el padre Maršic, quien también enseña en la facultad católica de teología de la Universidad de Sarajevo.
La carrera de este año atrajo a unos 200 adolescentes. El padre Maršić revisó los resultados de la carrera con Željko Maksimović, coordinador del proyecto y miembro de la comunidad ortodoxa.
“Nuestro centro juvenil ortodoxo colabora con el Centro Juvenil Juan Pablo II”, dice Maksimović. “Todo lo que crea una plataforma para el encuentro y el diálogo tiene gran demanda: deportes conjuntos, sesiones educativas, intercambios; lo importante es hacer algo juntos”.
Las actividades se organizan a través de las escuelas y cuentan con fuerte apoyo de los padres. Cada año, el centro publica “Pequeños Pasos”, una recopilación de iniciativas cumplidas con éxito.
“Lo más importante es el encuentro”, dice Maksimović. “En eventos como este, los jóvenes se encuentran, conversan y traspasan fronteras invisibles. El diálogo es la clave. Los grandes avances empiezan con pequeños pasos”.
A pesar del optimismo público, en conversaciones privadas —en la mesa de la cocina, en los mercados, entre amigos— la misma ansiedad surge una y otra vez: el miedo a una espiral de venganzas por una u otra parte. La propaganda alimenta el deseo y el miedo a las represalias.
“Es difícil medir cuánto anhelo de venganza reside en personas específicas”, dice el arzobispo Vukšić. “Eso, como el perdón, está ligado a historias personales”.
“Cuando hablamos de perdón, no estamos pidiendo la suspensión de leyes justas ni que el mal quede impune. El perdón y la reconciliación liberan la conciencia y el alma; buscan el bien”, dice, subrayando distinciones vitales en el largo proceso de reconciliación.
“La justicia pertenece a los tribunales, a la policía, a la ley. La reconciliación es siempre la liberación del corazón”.
Conexión CNEWA
Treinta años después de la Guerra de Bosnia, la labor de paz y reconciliación continúa. Los vecinos trabajan juntos para reconstruir la confianza. Los líderes religiosos participan en los consejos locales. Cada 11 de julio, las Naciones Unidas conmemoran el Día Internacional de Reflexión y Conmemoración del Genocidio de 1995 en Srebrenica, Bosnia y Herzegovina. La labor de búsqueda de justicia, paz y reconciliación a través del diálogo con el otro ya sea en Europa del Este, el Noreste de África u Oriente Medio, sigue siendo un componente clave de la misión de CNEWA.
Para apoyar la labor de CNEWA en defensa de la paz y el diálogo, llame al 1-866-322-4441 (Canadá) o al 1-800-442-6392 (Estados Unidos), o visite cnewa.org/donate/.
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