Nota del director: India ha experimentado una de las peores tasas de infección por COVID-19 del mundo. En su punto máximo, la primavera pasada, India registró 400.000 nuevos casos por día. Para el otoño, la cantidad de casos nuevos se redujo a 10,000 por día. A pesar de la espectacular mejora, la batalla está lejos de terminar. A mediados de noviembre, India había registrado más de 465.000 muertes relacionadas con COVID. En esta carta, la hermana Supriya comparte su experiencia y el papel de la iglesia durante el apogeo de la pandemia. Sin embargo, su trabajo entre los más afectados por COVID-19, los pobres y marginados, continúa.
El aullido de la sirena se hizo más fuerte cada segundo.
Mientras miraba con curiosidad por la ventana de mi habitación, pude ver pasar una ambulancia con las palabras “COVID-19”. Se detuvo cerca a mi casa y vi, por primera vez, hombres vestidos con EPP (Equipo de Protección Personal), escoltando a un hombre enmascarado de mediana edad hasta la ambulancia. Eso fue hace unos 18 meses, al comienzo de la pandemia de coronavirus en India. A medida que pasaban los días, esta escena se volvió demasiado común.
Durante muchos meses, que se han convertido en casi dos años, el misterio de COVID-19 continúa desarrollándose lentamente, lo que me lleva a reflexionar sobre mi papel como religiosa en esta situación sin precedentes.
Este contagio es tan tremendo que el mundo entero continúa combatiéndolo, y la humanidad experimenta un miedo y una ansiedad implacables por lo que está por venir. Las naciones intentan implementar diferentes medios para contrarrestar la pandemia. No obstante, ha matado a más de cinco millones de personas y ha volcado la vida de muchas otras. Es al mismo tiempo una crisis sanitaria y una catástrofe socioeconómica en todo el mundo.
Todos los segmentos de la población se ven afectados, pero en particular los pobres, los ancianos y los enfermos. El grave sufrimiento de quienes viven en condiciones lamentables, sin lo básico de comida, agua y refugio, se agrava.
Las pandemias no son algo nuevo en la historia de la humanidad. Durante milenios, han determinado el destino de naciones, culturas y pueblos, provocando el ascenso y caída de reyes y gobernantes, de acuerdo con la manera como ellos respondieron.
Es apropiado entonces que como iglesia global nos preguntemos: ¿Cómo hemos respondido a esta pandemia desde principios de 2020, cuando se impusieron las primeras cuarentenas?
He observado cuatro tipos de respuestas de la iglesia. La primera, particularmente visible durante las primeras semanas de la pandemia en la India, fue el ausentarse totalmente de la sociedad y sus desafíos para quedarse en la seguridad de las casas religiosas para vivir en una paz egoísta y observar las prácticas religiosas sin preocuparse por la situación de las personas en las calles.
Otra respuesta fue adoptar una postura muy agresiva hacia la pandemia, las personas afectadas por el virus y quienes sucumbieron a él, sugiriendo que el virus era el resultado del pecado.
“Nos lo merecemos debido a nuestras acciones”, dirían las personas que sostenían este punto de vista. “Es un castigo de Dios”.
El tercer tipo de respuesta fue complacer a las víctimas de la pandemia de labios para afuera, expresando lo que se debe hacer sin mover un dedo para ayudar.
El cuarto implicó adoptar una postura, con un riesgo muy calculado, para llegar a las personas necesitadas proporcionándoles comida, refugio y atención médica, así como apoyo psicológico y espiritual. Implicaba orar por las víctimas, por los que viven con miedo y por los héroes de primera línea.
Entre los héroes de primera línea, han muerto más de 500 sacerdotes y religiosos y religiosas en la India hasta ahora, después de haber asumido el riesgo de cuidar a los necesitados durante la pandemia. Conocí a algunos de ellos, incluyendo al padre Kuriakose Mundaplackal, vicario general de nuestra Eparquía católica siro-malabar de Bhadravathi, quien participó activamente en el trabajo de socorro ante el COVID-19. Fue un duro golpe para todos nosotros. Sin embargo, el trabajo de socorro no se detuvo.
En mi caso, reforzó mi compromiso de asumir el riesgo y tener un papel activo en la labor de socorro, aunque con las debidas precauciones. Estas muertes me hicieron reflexionar sobre lo frágil que es la vida y, por lo tanto, utilizar el precioso tiempo disponible para nosotros de manera fructífera. En mis 13 años con las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, y a través de las experiencias de mis compañeros religiosos, me he dado cuenta de que los desafíos que enfrentamos como religiosos hacen que nuestra vida sea más significativa.
Los primeros días de confinamiento fueron un período de prueba para mí, ya que tenía el sentimiento de egoísmo, el deseo de estar más segura evitando el contacto con la gente. Pero el llamado de mis deberes y responsabilidades me ayudó a rectificar esta premonición.
Me siento muy bendecida de estar asociada con la Sociedad de Servicios Sociales Malnad de nuestra eparquía (MSSS.), que ha realizado una gran labor de socorro durante la pandemia. Las deliberaciones sobre si actuar durante el encierro, así como las diferentes estrategias que adoptamos, me convencieron de que podemos hacer todo por la gracia de Dios.
Se crearon equipos de voluntarios dedicados a asegurar la efectividad de nuestras actividades, y tengo el privilegio de guiarlos con la ayuda de nuestro director. Siendo nativa de este lugar, conozco el idioma local, lo que ha hecho que mi trabajo en el campo y con mis compañeros de trabajo sea más efectivo. También nos cuidamos unos a otros durante los momentos más difíciles, apoyándonos y ayudándonos unos a otros según sea necesario.
Seis miembros de nuestro personal, así como dos de las hermanas de mi comunidad que trabajan en un centro de salud para HIV, contrajeron COVID-19 y, en un momento, todos estuvimos en cuarentena. Sin embargo, ninguno de estos eventos disuadió mi enfoque; me motivaron a llegar a los necesitados con más vitalidad. Todos marchamos juntos como comunidad para superar este obstáculo.
La principal estrategia en nuestro trabajo ha sido difundir el mensaje del distanciamiento social, higienizar las manos y usar máscaras, especialmente entre los pobres y vulnerables, quienes son los más afectados por este virus. El objetivo principal ha sido distribuir alimentos y kits de higiene a las familias necesitadas.
Uno de nuestros proyectos más eficaces ha sido ofrecer asesoramiento individual a personas que luchan contra el cáncer, quienes han estado solas con su dolor y su destino, lo que estaba allanando el camino hacia una tristeza extrema y una depresión que podría empeorar su enfermedad.
Muchos pacientes con cáncer no pudieron continuar el tratamiento ya que la mayoría de los hospitales no pudieron acomodarlos. Algunos pacientes temían acudir a tratamiento debido al riesgo de contraer el virus. En este contexto, nuestra asesoría telefónica individual ayudó a inculcarles un sentido de esperanza y aliento para seguir luchando contra esta enfermedad.
También he visitado y consolado a niños que han quedado huérfanos por el COVID-19.
Este trabajo continuo, en medio de la pandemia, ha sido una gran plataforma para compartir el amor de Jesús. Y a través de este trabajo, he encontrado cuatro actitudes, arraigadas en Cristo, que contribuyen al desarrollo y empoderamiento de las personas en tiempos tan difíciles.
El primero es el enfoque. No debemos cambiar nuestro enfoque del Señor; si perdemos ese enfoque, caeremos en la desesperación.
El segundo es la humildad. El coronavirus nos recuerda la fragilidad de la naturaleza humana. Nosotros, que nos enorgullecíamos de los avances científicos y tecnológicos del siglo 21, nos hemos dado cuenta de que seguimos siendo vulnerables, incluso a un virus diminuto e invisible. Por tanto, humillémonos en la presencia de Dios y él nos exaltará.
En tercer lugar, debemos combinar la vida activa y contemplativa, lo que yo llamo el “Síndrome de María y Marta”. Debemos ser activos en la contemplación y contemplativos en nuestra acción. Debemos encontrar nuevas formas de llegar a los necesitados, satisfaciendo sus necesidades físicas, espirituales y psicológicas. Se deben proporcionar alimentos en forma de raciones o comidas. Sin embargo, también deberíamos publicar discursos espirituales sobre la Biblia y el catecismo en línea para ayudar a fortalecer la fe de la gente. Un tiempo de oración de calidad con Dios sería más eficaz que todas nuestras actividades.
Cuarto, debemos seguir el llamado a ser un testimonio vivo de Cristo. Las obras de caridad, por amor a Dios y al prójimo, seguramente cobrarán impulso y resaltarán nuestra identidad como cristianos. Nuestro atrevimiento y nuestra voluntad de hacer trabajo de socorro en una situación tan alarmante nos conforman con el verdadero discipulado.
Depende de cada uno de nosotros crear una realidad impregnada de amor y cuidado por todos, desprovista de malicia. Necesitamos renovar nuestro compromiso y tratar a todos como iguales. Necesitamos ser lo suficientemente humildes para aceptar nuestras limitaciones y vulnerabilidades. De una manera seria, necesitamos conectarnos con Dios, quien nos ha creado y tiene un plan para cada uno de nosotros, y debemos cooperar con él. Dejemos que Jesús esté a la vanguardia y revivamos nuestra relación con él en nuestra vida. Seamos otro Cristo. Aprovechemos este período como una oportunidad para volver a nuestras raíces espirituales y proclamar a Jesús para nuestro tiempo.
La gratitud a Dios impregna mi mente, cuerpo y alma cada mañana que me despierto para ver la luz de un nuevo día. La convicción de pasar las primeras horas del día en la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento ha sido una bendición y la fuerza motriz de mis actividades diarias. Esta contemplación es seguida por la oración comunitaria y el Sagrado Qurbana, nuestra Divina Liturgia. Creo firmemente que estas son las horas que marcan el día.
Al final de mi día con MSSS, es una gran alegría estar con mi comunidad religiosa, con quien puedo compartir mis experiencias. Después de la oración común de la tarde y del cumplimiento de mis responsabilidades en la casa, me preparo para una lectura espiritual personal y un examen de conciencia. Con la convicción de que todo lo que sucedió durante el día fue para mayor gloria de Dios, según su voluntad, me retiro a la cama, entregándome a sus cuidados, agradeciéndole las hermosas lecciones que me ha enseñado.
Reflexiono sobre las palabras de la Escritura: “La misericordia del Señor no se extingue ni se agota su compasión; ellas se renuevan cada mañana, ¡qué grande es tu fidelidad! El Señor es mi parte, dice mi alma, por eso espero en él. El Señor es bondadoso con los que esperan en él, con aquellos que lo buscan. Es bueno esperar en silencio la salvación que viene del Señor” (Lamentaciones 3, 22-26).
Quisiera recordarles a los que sufren de aprensión y preocupación que, aunque todavía no hemos podido contener el virus, Dios tiene el control de la situación. Entonces, pongamos nuestra confianza en el Señor y procedamos con una actitud positiva ante la vida.