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Asociación Católica para el Bienestar del Cercano Oriente

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Manos Sanadoras en las Sombras de la Guerra

Los sirios dependen de las redes de la iglesia para la atención de la salud

El Dr. Antoine Dibs conoce Alepo como la palma de su mano. Al conducir por las calles polvorientas, estrechas y, a menudo, caóticas, saluda a caras familiares, hombres que juegan al backgammon en las esquinas, mientras evita motocicletas y curvas cerradas para llegar a sus pacientes. Usa la linterna de su teléfono para subir las escaleras sin luz de los edificios.

El cirujano visita a una paciente conocida, Rita Shahoud, que lo saluda sonriendo. En su apartamento, sus gemelos preadolescentes le ofrecen dulces y le hablan de deportes. Tras la charla, llegan al asunto: la enfermedad cardíaca de Shahoud y cómo se las arregla ahora que su esposo se fue a Europa, con la esperanza de obtener estatus de refugiado y pueda trabajar para cubrir las facturas médicas y llevar a su familia con él.

Shahoud es una de muchos pacientes que Dibs apoya a través de un programa de salud patrocinado por la comunidad cristiana, que trabaja a través de una red de iglesias, diversa y de gran alcance, en toda Siria. Los médicos y cuidadores voluntarios ayudan a quienes no pueden pagar la atención médica, ni otros servicios de salud, como deudas médicas, costosos análisis médicos, cirugías, medicinas, apoyo emocional y controles de salud regulares.

La ayuda se ofrece a cualquier persona que lo necesite, independientemente de su credo.

Esta iniciativa, que comenzó durante la guerra civil de 14 años que devastó la vida de millones, ha ayudado a unos 1.500 sirios por año, a través de eparquías en áreas urbanas y rurales.

Después de visitar a Shahoud, Dibs visita a Gila Asadouhi, profesora de piano, cuya madre tuvo una cirugía de reemplazo de rodilla, parcialmente financiada por la red. Conversan sobre cómo la madre ha mejorado la movilidad, recuperado algo de independencia y cómo eso ha levantado el ánimo de todos en el hogar. Estas pequeñas victorias en tiempos difíciles son las recompensas que lo mantienen en marcha.

Más tarde, visita a Magi Azar, una viuda, de unos 50 años, con cáncer de mama. Aunque continúa trabajando, el costo de su mastectomía y tratamiento la han llevado al borde del colapso financiero. Con el apoyo de la Iglesia maronita y la Sociedad de San Vicente de Paúl de Alepo, recibe ayuda para pagar la deuda y atención médica supervisada por Dibs. Azar dice que ha encontrado una comunidad en los grupos de apoyo de mujeres organizados por la comunidad maronita.

“Me dan la fuerza para seguir adelante”, dice. 

Un hombre y dos mujeres sentados en la sala de una casa.
El Dr. Antoine Dibs visita a Bika Qiu Mjian, dcha., y su hija Gila Asadouhi. (foto: Ahmad Fallaha)

El programa de salud es una de varias iniciativas que la Sociedad de San Vicente de Paúl lleva a cabo en colaboración con parroquias de Alepo, que brindan educación, apoyo psicosocial y atención médica. 

Una de sus mayores iniciativas en Alepo, donde han estado activos por más de 50 años, es un hogar, detrás de la iglesia católica griega melquita local, para personas mayores, muchas de las cuales ya no tienen parientes, y donde reciben amor y compasión por parte de sus cuidadores. Durante la guerra, la Sociedad de San Vicente de Paúl proporcionó transporte para los heridos y prótesis para los amputados. 

“La gente trata de adaptarse. Se sienten perdidos y sienten mucha incertidumbre sobre el futuro”. 

Gilberte Janji, que trabaja en el hogar y saluda a sus residentes con familiaridad y calidez, dice que la Sociedad de San Vicente de Paúl apoya a 450 familias en el área de Alepo. Janji anticipa que las necesidades continuarán en el futuro.

“Es una crisis prolongada”, agrega Alain Ayoub, voluntario que administra las cuentas de los programas de atención médica de la archieparquía maronita en Alepo.

Dice que la necesidad de atención médica sigue siendo asombrosa e implacable, pero ve el papel de la comunidad cristiana como inquebrantable.

“Como miembros de la iglesia, no podemos decir que no podemos ayudar”, dice. “Debemos ayudar.” 

Una mujer cocinando en una olla grande.
Una voluntaria de los Maristas Azules en Alepo prepara una comida caliente para ancianos necesitados. (foto: Raghida Skaff)

Aunque Siria tiene un sistema de salud pública, por falta de fondos no brindó atención adecuada a la población, incluso antes de la guerra. Para la mayoría, la atención privada a precios exorbitantes se convirtió en la única opción. Muchos se quedaron sin atención médica, especialmente después de que la guerra devastara la frágil infraestructura de salud del país. 

Según una inspección de 38 hospitales sirios realizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en junio 2012, solo el 50% estaba en pleno funcionamiento en todo el país, “debido a la falta de personal, equipos y medicamentos”. La guerra exacerbó la escasez de personal, ya que hasta el 70% de los trabajadores de la salud huyeron del país, según estima la OMS.

Estos factores obstaculizaron el tratamiento de los heridos de guerra y de aquellos que necesitaban tratamiento por otros problemas de salud. La guerra y la falta de acceso a los servicios de salud dieron como resultado que casi seis millones de sirios, más de una cuarta parte de la población, tuvieran discapacidades permanentes.

La tambaleante inflación y la falta de oportunidades económicas, agravadas por las sanciones internacionales, han hecho que el costo de la atención médica se dispare. Dibs estima que la cirugía a corazón abierto, que antes costaba unos $2.500 se disparó a $6.000 durante la guerra civil. El costo de los tratamientos, mayores o menores, se volvió inasequible para una gran parte de la población. Según el Programa de Desarrollo de la ONU, la pobreza en Siria aumentó del 33% en 2010 al 90% en 2024. 

El gobierno de Bashar al-Assad cayó el 8 de diciembre de 2024, tras una sorpresiva ofensiva de 12 días del grupo rebelde islamista Hayat Tahrir al-Sham. Siria está saliendo lentamente de años de aislamiento después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se reuniera con el nuevo líder sirio, Ahmad al-Sharaa, en una cumbre política en Arabia Saudita en mayo. Trump se comprometió a eliminar las sanciones que Estados Unidos había impuesto para castigar al régimen de Assad por crímenes de guerra. 

Los sirios, conscientes de cómo las sanciones habían afectado sus realidades económicas diarias, salieron a las calles a celebrar. El 30 de junio, Trump emitió una orden ejecutiva revocando órdenes ejecutivas anteriores que implementaban sanciones; seguido de una legislación, del congreso estadounidense, para derogar la Ley César de Protección Civil de Siria de 2019.

Mientras mantienen vivas sus esperanzas de que la situación mejorará, la violencia doméstica —el ataque a la comunidad alauí (a la que pertenece la familia Assad) a lo largo de la costa en marzo; un atentado suicida contra la iglesia parroquial ortodoxa de Mar Elías en Damasco el 22 de junio; y los enfrentamientos con la comunidad drusa en la región sureña de Sweida en julio, que mataron a más de mil personas, han disminuido el entusiasmo de muchos sirios, especialmente de los miembros de su diverso pero vulnerable mosaico religioso. 

No obstante, quedan destellos de esperanza.

Akram y Rajaa Abdallah viven en un bien iluminado apartamento en Homs adornado con rosarios y fotos de sus hijos y nietos. A cuadras de distancia, los edificios yacen en ruinas después del brutal asedio de la ciudad que duró de 2011 a 2014. Una de sus hijas, una funcionaria que gana solo $10 al mes, estuvo atrapada en la zona sitiada de la ciudad durante meses. Sin ingresos, la familia dependía de la iglesia, que ayudó a financiar la cirugía de tiroides de Rajaa y los tratamientos de visión de ella y Akram.

Sentado junto al padre greco-católico melquita Edwar Karam, Rajaa describe cómo su parroquia local ha ofrecido más que medicinas. Sus nietos están inscritos en clases de catecismo y otros programas para mantenerlos ocupados e involucrados, incluso en medio de la inestabilidad y el estrés aparentemente interminables de la guerra. 

“La iglesia nos hizo fuertes”, dice Rajaa, y agrega que “lo más importante es el sentimiento de comunidad para los niños”.

Mujer sentada en un sofá revisa sus radiografías.
Rita Shahoud mira su radiografía de tórax y sus archivos médicos. Recientemente se sometió a una cirugía cardíaca, financiada por una red de salud cristiana apoyada por CNEWA en Siria. (foto: Ahmad Fallaha)

Los Maristas Azules, una organización católica laica, ha apoyado el trabajo de los Hermanos Maristas en Alepo desde su fundación en 2012. Los 30 voluntarios, dirigidos por el hermano marista George Sabè, se ganaron su apodo por las camisetas azules que usan para ayudar a las personas necesitadas.

Desde que comenzó la guerra, dice el hermano George, la salud mental de los miembros de la comunidad a la que sirven ha disminuido, volviéndose más frágil después del terremoto de magnitud 7,8 en 2022 que dejó miles de personas muertas y desplazadas. 

Según la OMS, casi el 20% de la población en el noroeste de Siria, alrededor de un millón de personas, vivían con enfermedades mentales el otoño pasado, pero el área solo tenía dos psiquiatras y 78 médicos disponibles. El hermano George dice que un número cada vez mayor de personas está buscando ayuda.

“La guerra hizo que la gente enfrentara [el hecho] de que su futuro y sus medios de vida son muy inciertos”, dice. “Tenían y tienen miedo acumulado: de la guerra, la pandemia, el terremoto”. 

Los Maristas Azules, con apoyo externo que incluye subvenciones de CNEWA, brindan asesoramiento individual y grupal a personas, de 3 a 60 años, de todas las religiones y etnias. Estas sesiones tienen como objetivo ayudar a los beneficiarios a desarrollar resiliencia y esperanza para su futuro. 

“Como miembros de la iglesia, no podemos decir que no podemos ayudar. Debemos ayudar”. 

El psicólogo Bajat Azrie, que supervisa los programas de salud mental de los Maristas Azules, relata algunas historias de éxito, como las de adolescentes huérfanos por la guerra que ahora son voluntarios en sus comunidades hasta la de una paciente con cáncer que dijo que su grupo de apoyo la había ayudado a sentirse amada y animada al final de su vida. Los Maristas Azules han registrado un mayor éxito a través de la consejería grupal. 

“La gente trata de adaptarse”, explica. “Se sienten perdidos y sienten mucha incertidumbre sobre el futuro”. 

El fortalecimiento de la comunidad y la reducción de las divisiones interreligiosas están en el centro del enfoque de los grupos eclesiásticos con poblaciones vulnerables. El padre Jihad Youssef, jefe de la comunidad monástica del monasterio de Deir Mar Musa, al norte de Damasco, describe cómo los vecinos de la cercana Nabk, una pequeña ciudad predominantemente musulmana que enfrentó intensos combates en 2013, lo buscan para compartir sus luchas. También reciben asistencia de la comunidad cristiana para las facturas médicas.

Antes de la guerra, Deir Mar Musa aceptaba hasta 50.000 visitantes al año, principalmente otros sirios de diferentes comunidades religiosas curiosos por aprender más sobre el cristianismo y la historia de la iglesia medieval, tallada en la pared rocosa del desierto. Cuando la guerra detuvo el flujo de visitantes internacionales y prácticamente eliminó los viajes internacionales, el programa de atención médica permitió a la comunidad monástica continuar con su misión, aunque a menor escala, de establecer conexiones significativas con sus vecinos musulmanes.

El corazón de la misión de Deir Mar Musa es promover no solo la coexistencia interreligiosa, sino un abrazo alegre entre todas las comunidades religiosas del Medio Oriente. El padre Youssef dice que estos momentos de ofrecer té y consuelo encarnan el corazón mismo de las enseñanzas de Cristo.

El padre Youssef cree que el pueblo de Dios está cumpliendo el llamado del Evangelio “a ser un puente entre las comunidades” en su servicio a todos los sirios, que incluye la provisión de medicinas básicas para los más vulnerables, sean cristianos o no.

Conexión CNEWA

Un asombroso 90% de la población de Siria vive en la pobreza, y más de una cuarta parte vive con discapacidades permanentes, físicas y emocionales. La intrincada red cristiana de Siria, que incluye comunidades católicas y ortodoxas, ofrece asistencia financiera y médica a los más vulnerables, independientemente de su credo o etnia. Los esfuerzos por el cuidado de la salud, como los que se destacan aquí, ya sea en Alepo, Damasco o en comunidades a lo largo de la costa o las periferias de la nación, necesitan asistencia financiera y técnica externa para ayudar a llenar las enormes brechas en el país que alguna vez fue próspero. CNEWA sigue comprometida a apoyar las muchas iniciativas de la iglesia en la restauración y reconstrucción de Siria.

Para apoyar la misión de CNEWA en Siria, llame al 1-866-322-4441 (Canadá) o al 1-800-442-6392 (Estados Unidos) o visite https://cnewa.org/es/donacion/

Claire Porter Robbins es una periodista independiente y ex trabajadora humanitaria que ha trabajado en el Medio Oriente y los Balcanes.

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