Nota de los directores: La caída del régimen de Bashar al Assad en Siria el 8 de diciembre, 2024 ocurrió después de casi 14 años de guerra civil, que comenzó poco después de las protestas de la Primavera Árabe a favor de la democracia y contra Assad en 2011. La guerra mató a más de 606.000 personas, incluidos 159.774 civiles, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos. Los daños a la infraestructura y las instituciones, agravados por las sanciones occidentales, dejaron a la población vulnerable y sin servicios sociales básicos.
No está claro el futuro de los sirios, en particular los cristianos sirios, en el cambiante panorama político. El grupo militante islamista Hayat Tahrir al Sham nombró un nuevo primer ministro para el Gobierno de Transición sin consultar al consejo nacional, lo que cuestiona la dirección del gobierno. Además, la devaluación de la libra siria ha exacerbado los desafíos a los que se enfrentan los sirios en este período de transición.
En esta Carta Desde Siria, el Dr. Nabil Antaki escribe sobre el mal estado de la salud en Siria desde el inicio de la guerra civil y los desafíos que persisten hoy en día. El Dr. Antaki es miembro de los Maristas Azules, un apostolado laico católico que brinda asistencia social a los sirios necesitados, financiado en parte por CNEWA-Misión Pontificia.
Cuando completé mi especialización en Canadá después de graduarme de la escuela de medicina de la Universidad San José de Beirut, mi esposa y yo decidimos regresar a Alepo, mi ciudad natal, en Siria. Pensamos, con razón, que sería más útil para los sirios enfermos que en Canadá.
Durante años, ejercí la medicina en condiciones aceptables entre mis pacientes y yo. Como no había seguro médico, la atención era privada. Los pacientes pagaban de su bolsillo. Tratamos gratuitamente a los pobres en nuestras instituciones cristianas o buscaban atención en hospitales públicos, también gratuitos.

En 2011, estalló la guerra en Siria. Las bombas y los francotiradores causaron estragos. Decenas de personas morían cada día, quedaron centenares de heridos y muchos hospitales destruidos o dañados. Los civiles heridos por la guerra murieron por falta de atención debido a la saturación de las salas de emergencias de los hospitales públicos operativos. Con los Maristas Azules, inicié el proyecto “Civiles Heridos de Guerra” para tratar gratis a los civiles heridos en el mejor hospital privado de Alepo, donde trabajaba.
“Después de las bombas militares, explotó la bomba de la pobreza, y sus efectos continúan hasta hoy”.
Cirujanos trataron de manera voluntaria a los civiles heridos y el hospital aceptó tarifas reducidas. Mis colegas hicieron un trabajo heroico, pasando noches en el hospital cerca de pacientes en estado crítico o yendo al hospital bajo la caída de bombas y balas de francotirador. Durante años, tratamos a decenas de miles de personas lesionadas de forma gratuita y salvamos la vida de cientos más.

Cuando cesaron los combates, descubrimos una situación humanitaria, social y sanitaria catastrófica: hospitales destruidos, personal médico reducido debido a la emigración, inflación galopante y pobreza extrema. Más del 90% de la población vivía, y sigue viviendo, bajo el umbral de la pobreza y no podía llegar a fin de mes. Después de las bombas militares, explotó la bomba de la pobreza, y sus efectos continúan hasta hoy.
La gente ya no podía cuidar de sí misma. Sus ingresos, si los tenían, eran insuficientes para pagar tratamientos, medicamentos o procedimientos quirúrgicos.
En respuesta, los Maristas Azules, como otras asociaciones cristianas, iniciaron un proyecto para ayudar a las personas en busca de atención médica. Hicimos acuerdos con hospitales, médicos y cirujanos para pagarles directamente y obtener tarifas reducidas. Sin esta ayuda, incluso alguien con un ingreso promedio no podría pagar los costos. Un procedimiento pequeño, como la extirpación de la vesícula biliar, cuesta alrededor de 6 millones de libras sirias ($475), mientras que el salario mensual promedio es de unas 600.000 libras sirias ($46) o menos.
“Sería una verdadera lástima que Siria, la cuna del cristianismo, quede sin cristianos”.
Recuerdo a Jeannette, una viuda con cuatro dependientes. No tenía ingresos y necesitaba una cirugía a corazón abierto, que costó 100 millones de libras sirias ($8.000). Aunque nuestra asociación no pudo cubrir tal suma, la Providencia, que nunca nos ha fallado, nos envió dos donantes extranjeros que cubrieron cada uno la mitad del costo.
Pienso en M.K., un niño de 13 años que nació sin brazos. Durante la guerra, en 2015, una mina explotó cuando él y su familia huían para escapar de ISIS. A M.K. tuvieron que amputarle las piernas. Sus necesidades médicas son inmensas. Los Maristas Azules lo tomamos a nuestro cargo y se convirtió en mi protegido.

Para recibir tratamiento, los enfermos están obligados a hacer solicitudes a diversas asociaciones cristianas para cubrir los costos. Cada organización —el Servicio Jesuita a Refugiados, Caritas, la Asamblea de Obispos Católicos en Siria y los Maristas Azules— contribuye para cubrir la cantidad. Los Maristas Azules reciben apoyo de CNEWA, que contribuye una buena suma mensual para la atención médica. Sin embargo, los fondos que recibimos son insuficientes dadas las inmensas necesidades de la población.
Además, la infraestructura médica de Siria es inadecuada, insuficiente y obsoleta. Nuestros equipos son viejos y no pueden ser reemplazados debido a la falta de recursos, debido en parte a las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea.
El 8 de diciembre, 2024, el régimen de Bashar al Assad fue derrocado por Hayat Tahrir al Sham, un grupo rebelde yihadista islámico. Si la gente se siente aliviada por la caída de un régimen autocrático, los cristianos en Siria están preocupados, ya que no quieren vivir en un estado islámico bajo la ley Sharía.
La población cristiana se ha visto especialmente afectada por la guerra civil y sus consecuencias, pasando de unos 2 millones en 2011 a unos 500.000 ahora. La población total de Siria es de unos 23 millones de habitantes. Los Maristas Azules quieren ayudar a los cristianos, para que permanezcan en el país y no emigren. Sería una verdadera lástima que Siria, la cuna del cristianismo, quedara sin cristianos.
Actualmente enfrentamos tres retos en la atención de la salud en el país. Primero, debemos mejorar las condiciones de vida de las familias porque la pobreza agrava las enfermedades e impide que las personas busquen tratamiento. Segundo, tenemos que garantizar el empleo y unos mejores ingresos para la gente. Esto no puede lograrse sin mejoras en el sector económico, y la economía sólo puede crecer mediante el levantamiento de las sanciones internacionales. Tercero, debemos seguir ayudando a las personas a recibir tratamiento, lo que requiere mayores recursos financieros y el reemplazo de nuestros dispositivos médicos viejos o inutilizables.
El cambio de régimen no ha afectado hasta ahora al cuidado de la salud. Nos enfrentamos a los mismos retos y dificultades que antes. La única buena noticia es que Estados Unidos decidió el 6 de enero levantar algunas de las sanciones en materia de salud.
Actualmente, estoy agotado y pesimista. La población está agotada. Catorce años de conflicto, privaciones y escasez, pobreza y crisis económica, además de un terremoto catastrófico en 2023 y la amenaza constante de los yihadistas islamistas, han mermado las esperanzas en la gente. Algunos cristianos sirios también creen que la esperanza en Siria está muerta y enterrada.
En cuanto a mí, guardo en lo más profundo una llama de esperanza que no se ha extinguido, sino que está enraizada en mi fe cristiana. Esta pequeña llama de esperanza me da fuerza cuando todo a mi alrededor es inestable. Me dice que, al final de la oscuridad, habrá luz.
Recen por mí, recen por nosotros, recen por Siria.
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