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En Terreno Inestable

Múltiples crisis intensifican los esfuerzos de ayuda en Siria

“Nada que pueda decir, será suficiente para describir ese momento”, dice Abir Ahmar Dakno sobre el terremoto de magnitud 7,8 que sacudió el sur de Turquía y el norte de Siria la madrugada del 6 de febrero.

Eran las 4:17 a.m. La tierra tembló durante 45 segundos. Entre el estruendo de la tierra que se movía y el concreto que se desmoronaba, se podía escuchar a niños llorando y familias rezando.

Cuando cesó el temblor, una multitud de residentes de Alepo, una de las mayores ciudades de Siria más cercana al epicentro, se encontró en las calles oscuras en estado de pánico, a pesar de la fría lluvia invernal. Muchos se sintieron aterrorizados y pensaban que iban a morir.

Según un informe publicado en marzo por los Maristas Azules de Alepo, una organización católica local, unas 458 personas murieron y más de 1.000 resultaron heridas. Al menos 60 edificios se derrumbaron y cientos más sufrieron daños irreparables. En menos de un minuto, miles de personas quedaron sin hogar.

El terremoto, con epicentro a 98 millas al norte de Alepo en Gaziantep, Turquía, es el desastre natural más mortífero en la Turquía actual y el más grande que ha afectado a Siria en dos siglos, matando a más de 53.000 personas y desplazando internamente alrededor de 6 millones en ambos países en conjunto. Solo en Siria se informaron alrededor de 8.000 muertes relacionadas con el terremoto.

Voluntarios Maristas Azules preparan raciones de alimentos en una cocina, en Alepo.
Leyla Antaki, segunda de izq., cofundadora de los Maristas Azules, y voluntarios preparan la comida para los sobrevivientes del terremoto. (foto: Raghida Skaff)

Alepo no es ajena a la destrucción masiva. Durante los 12 años de guerra civil, fue escenario de intensos combates, entre 2012 a 2016, que mataron a más de 31.000 personas y destruyeron el 30% de la ciudad vieja. Pero todo empeoró exponencialmente para los miles de sobrevivientes que perdieron familiares, hogares y negocios el 6 de febrero.

“Es cierto que estamos ofreciendo ayuda, pero nos reconforta enormemente. Cuando nos piden que demos dos horas, damos cuatro”.

A pocas horas del terremoto, municipios, organizaciones de ayuda y líderes comunitarios pusieron en marcha esfuerzos de recuperación organizando refugios de emergencia en mezquitas, iglesias, escuelas, conventos, salones parroquiales y estadios deportivos.

CNEWA-Misión Pontificia fue una de las agencias de la iglesia que respondieron de inmediato, enfocando sus esfuerzos en Siria, brindando refugio y elementos esenciales hasta para 3.000 personas a través de sus socios en el terreno.

Hombre reparte paquetes a niños escolares sentados en el suelo, en Alepo.
Michel Constantin, director regional de la oficina de CNEWA en Beirut, distribuye paquetes a escolares en un centro de la Sociedad de San Vicente de Paúl en Alepo. (foto: Raghida Skaff)

Cientos de réplicas diarias, así como terremotos más grandes, mantuvieron a los lugareños en tensión y alerta máxima por semanas. Nueve horas después del primer terremoto, otro de 7,7 golpeó a unas 60 millas al norte de Gaziantep. Dos semanas después, el 20 de febrero, dos terremotos más sacudieron la región, con magnitudes de 6,4 y 5,8 respectivamente.

Para ese tiempo, los residentes de Alepo que habían regresado a sus hogares dañados pensando que la situación se había estabilizado entraron en pánico y regresaron a los refugios, donde algunas personas permanecieron durante casi 40 días.

Abir Ahmar Dakno encabeza la sección de jóvenes de la Sociedad de San Vicente de Paúl en Siria, que ha ayudado a los habitantes de Alepo con sus necesidades desde el primer terremoto.

“Desde el día 1, nos dimos cuenta de que los refugios necesitaban de todo”, recuerda. “Algunos albergaban 1.900 personas. Nuestro trabajo sobre el terreno comenzó de inmediato”.

“Muchas mujeres estaban en estado de shock y no podían amamantar. Teníamos una gran necesidad de fórmula para bebés o, de lo contrario, enfrentaríamos un desastre”.

Inmediatamente, Dakno y sus colegas se comunicaron con la oficina de CNEWA en Beirut, cuya “respuesta fue muy rápida”, dice.

“Nos proporcionaron fondos y pudimos ayudar a muchos albergues con alimentos, frazadas, fórmula para bebés, medicamentos. Proporcionamos pañales para bebés y para ancianos”.

La Sociedad de San Vicente de Paúl creó una célula de gestión de crisis de 40 voluntarios (el miembro más joven tenía 19 años) quienes distribuyeron artículos en múltiples refugios y entretuvieron a niños que tenían, y aún tienen, una gran necesidad de apoyo emocional, dice Dakno.

Hikmat Sanjian comenzó a ofrecerse como voluntario después de acompañar a su amiga Dakno a un refugio. Ingeniero y bailarín profesional, la tarea de Sanjian era distraer a los niños mientras los voluntarios distribuían alimentos y suministros. Lo hizo invitándolos a bailar.

“A los niños no les importa la comida”, dice. “Por supuesto, [es] importante, pero los niños quieren alegría, quieren moverse, reír”.

En los días que siguieron, visitó los refugios diariamente, y en cada uno invitó a los niños a bailar. Recuerda Fátima, una niña a la que le amputaron las piernas debido a una herida de guerra. Sus padres querían protegerla del baile que Sanjian estaba organizando. Temían que le molestara no poder participar. Pero él insistió en que participe y la niña se divirtió plenamente, dice.

Laura Jenji, 24, su hermano menor, Edward, 23, y su amigo George Hamoui, 23, son voluntarios unas 40 horas a la semana en la Sociedad de San Vicente de Paúl. Los tres universitarios hablan apasionadamente sobre el trabajo que realizan y el significado que le da a sus vidas.

“Es cierto que estamos ofreciendo ayuda, pero nos reconforta enormemente. Cuando nos piden que demos dos horas, damos cuatro”.

“La gente realmente nos necesita”, dice George, quien comenzó ayudando en los refugios, y luego a ayudar con las evaluaciones de los daños en las viviendas. “Para mí es importante seguir ayudando”.

En una visita de campo, Rawd Rafek, una joven madre de gemelos se esfuerza por encontrar las palabras para explicar cómo un cortocircuito después del terremoto provocó un incendio que quemó su apartamento. No puede terminar una oración sin llorar, una señal del profundo trauma que está sufriendo.

Rafek nunca quiso irse de Siria, ni siquiera durante la guerra de 12 años, que la obligó a huir de su pueblo y refugiarse en Alepo. Sin embargo, el terremoto la ha dejado sin nada y por primera vez, dice, está pensando en mudarse al extranjero.

El Dr. Nabil Antaki, 73, gastroenterólogo, y su esposa, Leyla, están comprometidos a permanecer en Siria y han hecho del apoyo y la solidaridad en la sociedad siria la misión de su vida.

“Mi esposa y yo tomamos dos decisiones importantes en nuestras vidas”, dice. “La primera, en 1979, cuando decidimos volver a Siria desde Canadá; la segunda, en 2013, cuando decidimos quedarnos en Alepo a pesar de la guerra porque vimos que había trabajo por hacer aquí con nuestra gente”.

En 1986, el Dr. Antaki, Leyla y el hermano Marista George Sabe lanzaron La Oreja de Dios, un proyecto de solidaridad social, que en 2012 se conoció como los Maristas Azules. Los Maristas Azules tiene 155 miembros en el equipo, que apoyan a las familias de Alepo afectadas por la guerra, independientemente de su afiliación religiosa. Operan 14 programas de ayuda, educación y desarrollo humano que atienden a los más vulnerables.

Jocelyne Orfali dirige el proyecto Compartiendo el Pan de los Hermanos Maristas, que proporciona una comida caliente diaria a 250 personas mayores que viven solas en Alepo. Después de acompañarla en un reparto un día, su hijo de 18 años también se unió a los Maristas Azules.

“La gente nos necesita. Eso realmente te hace querer ayudar”, dice Orfali.

Maristas Azules entregan comida caliente a mujer mayor en Alepo.
Maristas Azules entregan comida caliente a mujer mayor en Alepo. (foto: Raghida Skaff)

Los ojos de Lexa Nuhad Luxa brillan cada vez que habla de los Maristas Azules. El campeón nacional de artes marciales de 24 años está tratando de llegar a fin de mes como técnico de aluminio y ha encontrado un sentido de propósito al trabajar con los Maristas Azules.

“Créeme, cuando ves que a pesar de todas tus dificultades y decepciones todavía puedes ayudar y dar, sientes una gran alegría. Sientes que puedes hacer algo y quieres dar más y más”, dice.

En los días posteriores al terremoto, los Maristas Azules alojaron y alimentaron a 1.000 familias en Alepo. Menos de 30 minutos después del terremoto, abrieron su centro a cientos de personas durante más de 20 días. Ofrecieron albergue, comidas diarias, atención médica, medicamentos y apoyo. Desde que todos aquellos que recibieron cobijo regresaron a sus hogares, los Maristas Azules han ofrecido apoyo para el alquiler y asistencia para la reparación de edificios.

El hermano George dice que la crisis económica de Siria, incluida la inflación y el desempleo, es el desafío más importante desde el terremoto. Según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, el 90% de la población vive actualmente por debajo del umbral de la pobreza y los precios de los alimentos básicos se han disparado un 800% en los últimos dos años. Además de perder sus hogares en el terremoto, muchas personas también perdieron su fuente de ingresos: sus tiendas y equipos profesionales.

El segundo desafío, dice, es “el deseo cada vez mayor de salir del país”.

“La gente está desgastada por 12 años de guerra y luego viene el terremoto”, dice. “Los jóvenes están muy frustrados. Hay una pérdida de sentido. ‘¿Por qué estoy vivo?’, se preguntan”.

Los sirios también se sintieron abandonados por la comunidad internacional inmediatamente después del terremoto, agrega.

“No recibimos ninguna ayuda internacional. Recibimos ayuda humanitaria de organizaciones eclesiásticas. Las organizaciones internacionales se niegan a contribuir a cualquier reconstrucción”, dice. “Estamos muy agradecidos de que las instituciones humanitarias cristianas hayan tomado la iniciativa de acudir en ayuda del pueblo sirio en Alepo”.

La apertura de estos grupos de la iglesia para ayudar a todos los sirios, cristianos y musulmanes, “realmente muestra cuánto nuestra relación con estas instituciones se basa en valores humanos profundos”, dice el hermano George.

“Nos conmovió la solidaridad que mostraron individuos y organizaciones. No se trata sólo del dinero. Están realmente disponibles y listos para ayudar”.

En abril, dos meses después del primer terremoto, los trabajadores de ayuda humanitaria pasaron de la respuesta de emergencia a la segunda etapa del socorro en casos de desastre, que incluye reubicar a las familias en viviendas estables, realizar reparaciones menores en el hogar y reemplazar muebles y artículos del hogar.

Dakno dice que los sobrevivientes caen en una de tres categorías: aquellos que perdieron sus hogares, aquellos cuyas casas resultaron dañadas y necesitan reparación o muebles nuevos, y aquellos que sufrieron un trauma severo y están “aterrorizados de volver a casa”.

El equipo de socorro de la Sociedad de San Vicente de Paúl ha estado realizando visitas de campo para identificar las necesidades particulares de las familias, que ya eran significativas después de la guerra civil. Mientras que aquellos cuyos hogares quedaron inseguros e inhabitables después del terremoto están recibiendo subsidios de vivienda y alquiler, la gran mayoría de los residentes perdieron muebles y equipos, que no pueden reemplazar.

“Los platos y vasos de todos quedaron destrozados. Solo reemplazarlos le costaría a la gente una pequeña fortuna”, dice Dakno.

También son motivo de preocupación las necesidades psicológicas de las personas. “Hemos visto casos muy severos de trauma”, dice ella. “Tenemos una gran necesidad de apoyo psicológico”.

Debido a la falta de terapeutas profesionales en Alepo, la Sociedad de San Vicente de Paúl está preparando sesiones de capacitación en línea con profesionales de consejería en Beirut para acompañar a los sobrevivientes del terremoto.

“Necesitamos profesionales que ofrezcan parte de su tiempo, que estén constantemente en contacto con nosotros”, dice. “Así como hay grietas en los edificios, hay grietas dentro de cada uno de nosotros, y me temo que son mucho más difíciles de arreglar”.

Hay una gran cantidad de trabajo por hacer para que estas personas puedan volver a su rutina diaria sin el temor de perderse unos a otros”.

El hermano George también observa la necesidad de apoyo psicológico a raíz del terremoto.

“Cuando la tierra tembló, las familias se unieron y empezaron a orar”, explica. “Fue un momento de mucho miedo. Ahora los padres tienen miedo de dejar ir a sus hijos y los niños no quieren dejar a sus padres. Hay una gran cantidad de trabajo por hacer para que estas personas puedan volver a su rutina diaria sin el temor de perderse unos a otros”.

Sin embargo, en medio de la destrucción, el desastre trajo “nuevas experiencias, amor al pueblo, solidaridad, apertura al otro, no solo a nivel internacional sino también local”, dice el hermano George. A pesar del trauma colectivo, la gente de Alepo parece encontrar consuelo estando ahí el uno para el otro.

“Estuvimos muy abiertos el uno para el otro. Fue un hermoso ‘terremoto social’ y debemos aprender de esta experiencia para construir el futuro que queremos para nosotros”.

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Conexión CNEWA

El equipo de CNEWA con sede en Beirut, actuó rápidamente después que el terremoto del 6 de febrero sacudiera Siria y Turquía. En la primera fase de ayuda se proporcionaron alimentos, medicamentos, mantas, ropa y otros elementos esenciales a través de los Maristas Azules y la Sociedad de San Vicente de Paúl. CNEWA ha recaudado más de $1.5 millones en ayuda de emergencia desde que ocurrió el desastre. CNEWA en Beirut también ha financiado programas psicosociales, asistencia para el alquiler y la reubicación de familias, reparaciones menores de viviendas y suministro de muebles básicos.

Para apoyar este trabajo, llame al 1-800-442-6392 (Estados Unidos) o 1-866-322-4441 (Canadá) visite https://cnewa.org/es/trabajo/emergencia-siria/

Arzé Khodr es una escritora y dramaturga independiente que vive en Beirut.

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