CNEWA Español

A las Puertas de la Muerte

Habitantes de Gaza luchan por sobrevivir a la hambruna desplegada como arma de guerra.

Las calles de Gaza están más tranquilas de lo que solían estar, y no porque haya regresado la paz. El profundo silencio del hambre ha reemplazado el ruido de la vida cotidiana. Cada rincón tiene las marcas de una catástrofe humanitaria cada vez más profunda: los rostros demacrados de los niños, largas filas en puntos de ayuda improvisados y padres que ya no tienen nada más que dar tan solo palabras de consuelo y oración.

El colapso humanitario en Gaza no ocurrió de la noche a la mañana. El 2 de marzo de 2025, las Fuerzas de Defensa de Israel sellaron todos los caminos hacia el enclave, 16 días antes del colapso del alto el fuego temporal entre Israel y Hamás. Con las fronteras selladas, el ya limitado flujo de alimentos, medicinas y combustible se detuvo por completo. En cuestión de semanas, el hambre y la malnutrición se propagaron a un ritmo sin precedentes. Las enfermedades prevenibles comenzaron a afianzarse. A principios de agosto, el Ministerio de Salud de Gaza, dirigido por Hamás, informó que 201 personas habían muerto de hambre y desnutrición desde el comienzo de la guerra, incluidos 98 niños. Esos números aumentan diariamente.

En el centro de la ciudad de Gaza, en medio de escombros y puestos de mercado que venden un puñado de dulces populares simples y caros, Ahmed Al-Sawafir, de 35 años, describe la realidad de la supervivencia:

“Debido a la pobreza, tenemos niños a los que queremos alimentar, ni más ni menos”, dice. “La situación en general es realmente difícil, realmente trágica, y confiamos en Dios para que las cosas mejoren”. 

El hambre, añade, ahora es parte de la vida cotidiana. “La hambruna es enorme; los niños a veces se duermen sin comer. ¿Qué podemos hacer? Solo tenemos que sobrevivir. Todo está en la voluntad de Dios”.

Para Al-Sawafiri, la fe es tanto un consuelo como un salvavidas. “Tenemos esperanza en que mejore”, dice, mirando la calle a su alrededor. “Le pedimos a Dios que las cosas mejoren”.

A unos pasos de distancia, un niño en un pequeño puesto, apenas lo suficientemente alto como para ver a la multitud del mercado, pasa sus días tratando de ganar lo suficiente para mantener a sus ocho hermanos, “para que podamos comer y vivir, y alimentar a mis hermanitos”. Abdul Rahman Barghouth, de 12 años, sueña con ir a la escuela, pero por ahora su esperanza es que “la guerra termine y los precios bajen”.

Muchas personas esperan en fila con contenedores de agua en medio de edificios destruidos.

Las familias esperan en fila para obtener agua potable que, como todo lo demás en Gaza, es cada vez más escaza. (foto: Diaa Ostaz)

La fe corre a través de estas conversaciones tan naturalmente como la respiración. La gente habla de la voluntad de Dios incluso cuando relatan las decisiones imposibles que enfrentan, ya sea enviar a un niño a hacer fila para recibir ayuda a pesar del riesgo de bombardeos, ya sea vender la última joya que tienen por una bolsa de arroz, ya sea dejar de comer [su ración] para que un niño pueda comer.

Para Mozayal Hassouna, de 54 años, esas elecciones dejan profundas cicatrices emocionales. “Algunos días pasábamos hasta cuatro días sin pan”, dice. “Mi hijo menor me dice: ‘Me dejaste dormir con hambre, mamá’. Pero no puedo proporcionar nada. Mi esposo tiene 65 años y está enfermo; no puede correr detrás de los camiones en busca de ayuda. Perdimos nuestro puesto en el mercado; nuestra casa fue bombardeada como otras. No tenemos ingresos, no nos queda nada para vender, pero no nos oponemos a la voluntad de Dios”.

Su hijo ha empezado a tartamudear, que según un médico es el resultado de un trauma por el bombardeo. Ahora viven en una tienda de campaña, desplazados durante dos meses. “Espero que la guerra termine en toda Gaza”, dice. “Que nos dejen vivir, y que los niños vivan un poco”.

Ninguna historia captura la cruel intersección de la guerra, el asedio y el hambre más claro que la de Muhammad Al-Mutawaq, de 2 años. Su madre, Hidaya, ha sido desplazada siete veces desde que comenzó la guerra. Su esposo fue asesinado al principio del conflicto en Jabalia, dejándola sola con cuatro hijos. Antes de la reciente escalada, Muhammad pesaba 20 libras. Hoy, pesa solo 13. “No hay ayuda que ingrese a Gaza”, dice. “Las fronteras están cerradas; los precios son muy altos. Su única cura es comer y beber”.

Ella ha ido a hospitales, grupos de ayuda y comedores comunitarios, pero nada ha sido suficiente. “Me inscribí en muchas asociaciones como madre de huérfanos, pero no me beneficié en absoluto”, dice. “Me cansé de ir a hospitales, asociaciones, escuelas, tratando de encontrar algo para él”.

Muhammad sufre de relajación muscular, empeorada por la desnutrición. La fisioterapia ha ayudado, pero sin una alimentación adecuada, la recuperación es imposible. “Desde que perdí a mi esposo, todas estas son pruebas de Dios”, dice. “Seremos pacientes, y esperamos que todo esto termine, y que Muhammad sea como antes”.

El portavoz de UNICEF, Salim Oweis, califica la situación como “una catástrofe provocada por el hombre”. Advierte que el hambre ahora está matando a los niños en cantidades asombrosas. “Más de 90 han muerto de desnutrición desde que comenzó la guerra, un aumento asombroso de más del 50 por ciento en menos de tres meses”, dice. “Estamos presenciando una generación que crece con estrés tóxico, privaciones y traumas que probablemente durarán toda la vida”. 

En julio, casi 12.000 niños fueron diagnosticados con desnutrición aguda, en comparación con 2.000 en febrero.

La Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases, una iniciativa de colaboración de organizaciones mundiales para ayuda de emergencia, que incluye a UNICEF, advirtió a mediados de julio que los indicadores de consumo de alimentos y nutrición de Gaza estaban en su peor momento desde que comenzó la guerra. Más de una de cada tres personas pasaba días sin comer, y medio millón de personas, casi una cuarta parte de la población de Gaza, soportaban condiciones similares a la hambruna. 

“Cada hora que esperamos, más niños morirán, si no por las bombas, por la crisis humanitaria que los persigue en cada esquina”, dice Oweis. Aunque llega algo de ayuda, lo describió como «una gota en el océano de necesidades». 

Las entregas [de ayuda] en paracaídas, aunque simbólicas, son ineficientes, costosas y peligrosas, y a veces matan a personas en la lucha por los suministros. “No se comparan con lo que podría entrar a través de rutas terrestres si se permite el acceso completo y sin obstáculos”, dice.

En el Hospital Al-Ahli, el director médico, el Dr. Maher Ayyad, describe un sistema de salud al borde del colapso. 

“Realmente, es catastrófico”, dice. “Nos faltan medicamentos, suministros, equipos. Nuestras máquinas están dañadas y no hay piezas de repuesto ni ingenieros para repararlas. Dependemos completamente de los generadores, necesitamos alrededor de 238 galones de combustible al día, que a menudo no están disponibles”.

Gran parte del personal capacitado del hospital ha huido o ha sido desplazado. 

“A veces recibimos 400 víctimas en un solo día”, dice el Dr. Ayyad. “No podemos lidiar con todos estos pacientes, y lamentamos perder algunos debido a la escasez”. 

Aunque Al-Ahli es principalmente un hospital quirúrgico, la sombra de la hambruna también es visible allí. 

“Podemos ver que la gente se muere de hambre”, dice. “Algunos productos están en el mercado, pero son tan caros que nadie puede comprarlos”.

El Dr. Ayyad expresa su gratitud por los gestos simbólicos de la ayuda lanzada desde el aire, pero advierte que si no se detiene la guerra, la ayuda siempre quedará corta. 

“Por favor, trabajen por la paz”, insta. “Si no se para esta guerra, el problema será cada vez más profundo”.

Las ramificaciones del colapso en Gaza llegan a todos los aspectos de la vida. El agua potable es escasa, lo que obliga a las personas a beber agua no tratada que conlleva el riesgo de cólera y otras enfermedades. Decenas de miles viven en tiendas de campaña o refugios sobrepoblados, sin privacidad y con poca seguridad. Los sustentos para la vida han sido borrados a medida que se bombardean los mercados, se bloquea la pesca y las tierras de cultivo son inaccesibles. Las escuelas están en ruinas o sirven como refugios, y muchos niños han olvidado cómo leer o escribir bajo el peso del trauma. El Ministerio de Salud advierte sobre un peligroso aumento del síndrome de Guillain-Barré y otras enfermedades relacionadas con la mala nutrición y el saneamiento, calificando la situación como «una advertencia de un desastre infeccioso real y potencial».

El estribillo común no es solo que la ayuda es escasa, sino que es desigual. “Algunas personas comen y otras no”, dice Al-Sawafir. 

Hassouna describe cómo su familia no puede llegar físicamente a las entregas de ayuda aérea, ya sea porque caen demasiado lejos o porque la pelea por agarrar algo es demasiado peligrosa. Salim Owais, de UNICEF, lo confirma, diciendo que los riesgos de seguridad, los retrasos en la coordinación y las multitudes desesperadas hacen que sea casi imposible distribuir la ayuda de manera justa. La diferencia entre sobrevivir y morir de hambre, dice, puede reducirse a si alguien es lo suficientemente joven y fuerte como para correr por un paquete de harina.

A pesar de la destrucción, hay una frase que todos comparten: “Alhamdulillah”, alabado sea Dios. La fe se convierte en el lenguaje que llena el espacio donde solía estar la certeza. 

Para Al-Sawafiri, eso significa creer que las cosas “mejorarán cada vez más”. Para el joven Abdul Rahman, significa agradecer a Dios por cualquier comida que llegue. Para Al-Mutawaq, significa ver el sufrimiento de su hijo como una prueba de Dios, una que algún día terminará. 

Las agencias internacionales insisten en que esta crisis no es inevitable, sino que se puede prevenir. UNICEF ha pedido un alto el fuego inmediato y permanente, la entrada sin restricciones de suministros humanitarios y comerciales, y la protección de los civiles y los trabajadores humanitarios. Sin estos pasos, las advertencias son duras: la hambruna se profundizará, las enfermedades se propagarán y morirán más niños.

“Toda la ayuda no será suficiente si no se detiene esta guerra”, dijo el Dr. Ayyad. “La situación es catastrófica. Espero que pronto los líderes alcancen una paz integral en esta área”.

Mientras los habitantes de Gaza esperan la paz, Mozayal Hassouna repite su deseo lleno de fe:

“No tenemos ninguna objeción a la voluntad de Dios. Pero anhelo que la guerra termine por completo, para que podamos vivir y los niños puedan vivir un poco”.

Haga clic aquí para apoyar la campaña de emergencia de CNEWA en Gaza

El periodista Diaa Ostaz informa desde Gaza.

Relacionado:

Entradas Recientes

Conozca nuestro trabajo y manténgase informado del impacto que brinda su apoyo.

Nous constatons que votre préférence linguistique est le français.
Voudriez-vous être redirigé sur notre site de langue française?

Oui! Je veux y accéder.

Hemos notado que su idioma preferido es español. ¿Le gustaría ver la página de Asociación Católica para el Bienestar del Cercano Oriente en español?

Vee página en español

Compartir