La revista ONE en español publicó “Ninguna Generation Se Salvó” en su edición de junio 2024. El artículo cubría la situación en el sur del Líbano, destacando las comunidades afectadas por el conflicto entre Israel y Hezbolá. Estos pueblos, mayoritariamente cristianos, incluyendo a Yaroun, han sido devastados por la escalada en las últimas semanas. Un informe del New York Times publicado hoy muestra que Yaroun y otras aldeas fronterizas, como Maroun al-Ras, han sido arrasadas por el ejército israelí. Lea un extracto de “Ninguna Generation Se Salvó” a continuación.
Jamil Salloum huyó de su aldea, Yaroun, situada a menos de un kilómetro y medio de la Línea Azul.
“El bombardeo comenzó el 8 de octubre. Al día siguiente nos fuimos sin nada”, recuerda.
Salloum, su hermana y su sobrina buscaron refugio en un pueblo cercano. Luego, todos se mudaron a Tiro, a 15 millas de la línea de demarcación. A mediados de abril, 92.621 libaneses del sur estaban desplazados internamente, según la Organización Internacional para las Migraciones. Tiro acogió al 28% de ellos.
Salloum habla poco y admite que es doloroso depender económicamente de su sobrina y su marido, con quienes se mudó a un apartamento, junto con sus hijos y su hermana.
“Trabajo en una plantación de tabaco y en invernaderos. En Tiro no puedo trabajar: las tierras agrícolas están allá arriba”, dice, refiriéndose a Yaroun. “Los israelíes tiraron fósforo blanco”, alega, “así que cuando regresemos, necesitaremos sanar la tierra, también sanar a la gente”.
Visiblemente conmovido, busca en su teléfono fotos de lo que queda de su casa: impactada dos veces por el ejército israelí, ahora está destruida. Las fotos muestran ventanas rotas y ruinas humeantes de sus pertenencias.
“La vida es dura. Hablo en nombre de todo el país, no sólo por mí, ni tampoco por el sur”, afirma. “Si queremos volver [a nuestras aldeas], necesitaremos apoyo. Nadie nos ayuda”.
Salloum tiene razón. Frágil, corrupto y en quiebra, el estado libanés ha sido incapaz, por décadas, de dar seguridad a sus ciudadanos.
Desde que comenzó la crisis económica en 2019, la población ha dependido de las remesas de la diáspora y de la ayuda de organizaciones humanitarias, políticas y religiosas internacionales para sobrevivir.
Para muchos en Tiro, la última red de seguridad ha sido la archieparquía greco-católica melquita, donde el padre Khairallah coordina la asistencia social.
Primer plano de una niña sosteniendo una valla, Líbano. Mirella Boutros, de 14 años, vive en Qana, en el sur del Líbano. (foto: Raghida Skaff)
En el pueblo de Qana, las cicatrices de la guerra se transmiten a una nueva generación. Recostada en su sofá, Mirella Boutros, de 14 años, busca en su celular y comparte una foto de una ventana rota de su casa, a 20 minutos en coche de Tiro.
“Oímos mucho los aviones de combate, así que no puedo concentrarme mucho”, dice Mirella sobre la situación en su escuela, cercana a pueblos bombardeados regularmente.
“Cuando hay un ataque, algunos estudiantes pierden el conocimiento, otros gritan. En los baños, si [los israelíes] atacan una vez más, las paredes se derrumbarán. Las ventanas ya están rotas”, afirma.
A medida que oscurece, Ziad Boutros, su padre, dice: “Esperen un poco más y [el bombardeo] comenzará. Sucede todos los días”.
“Estamos esperando que la situación mejore”, afirma. “Ni los musulmanes ni los cristianos pueden hacer nada”.
Qana es el hogar de 53 familias cristianas, pero la mayoría en el pueblo es chiita. Boutros dice que las comunidades viven juntas serenamente.
“Hablamos de temas sociales, no de política. La política y las armas no son nuestro problema”, afirma. “Todos somos hijos del país”.
El padre Khairallah dice que los pañales y las fórmulas infantiles están fuera del alcance de muchas familias.
“Un envase puede costar hasta $8”, afirma.
El sacerdote prepara una lista de 30 familias cuyos bebés recibirán fórmula por unos meses, gracias a una subvención de $4.000 de CNEWA.
“Puede que no tengamos mucho dinero, pero trabajamos lo mejor que podemos con sabiduría”.
El arzobispo metropolitano Georges Iskandar de Tiro dice que la archieparquía ha tratado de responder a la angustia de su rebaño desde el inicio de la guerra y apoyar su presencia continua en sus aldeas.
“Las necesidades son inmensas y no podemos solventarlas”, afirma.
“Estamos en contacto con líderes religiosos de otros grupos y les hemos pedido [a Hezbolá, Hamás, la Jihad Islámica Palestina y Amal] que eviten tomar acciones cerca de las casas”, afirma.
Casi seis meses después de la guerra, el arzobispo dice que uno debe tener “la misma fe que tuvo la mujer cananea” en el Evangelio de Mateo cuando le pidió a Jesús que curara a su hija en
“Dios nos ayudó, Dios nos está ayudando y nos ayudará a evitar la guerra [total]”.
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