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Hola, mi nombre es Laure Delacloche y soy una periodista que trabaja en el Líbano. He escrito este artículo sobre la vida y las dificultades que enfrentan los cristianos en el sur del Líbano en el contexto de la guerra en curso entre Israel y Hezbolá. Llevo tres años en el Líbano y, desde luego, no había venido a escribir reportajes sobre la guerra.
Pero el 7 de octubre ha cambiado la vida de la gente en el Líbano, incluida la mía. El 8 de octubre, Israel comenzó a bombardear Gaza en represalia por los ataques de Hamás. Fue entonces cuando Hezbolá, el brazo armado de un partido político libanés, intervino para apoyar a Hamás, su aliado. Y así es como comenzaron los intercambios de cohetes y disparos de drones entre Israel y Líbano.
Y, al igual que muchos colegas y lectores, no considero que el periodismo de guerra sea un tipo superior de periodismo. Yo no esperaba en Beirut a que estallara la guerra para acelerar mi carrera. Soy periodista de paz. Me interesa cómo se organizan los libaneses, cómo innovan, cómo se las arreglan. Cuando estalló la guerra, estaba aterrorizada de que destrozara la vida de mis amigos y parientes.
Elegí seguir siendo periodista de paz, aunque hice una excepción con la revista ONE. Me di cuenta de que se me ofrecía una oportunidad fantástica para informar con cautela desde localidades que aún no habían sido alcanzadas por el fuego israelí. Tendría la oportunidad de darle una plataforma a las voces de los del sur del Líbano. Vivo en Beirut, una ciudad a unos 50 millas al norte de los pueblos del sur que visitamos, y aquí la vida sigue normal.
Estoy sentada en un café mientras hablo. No hay que correr a los refugios, no hay el zumbido permanente de los drones sobre nuestras cabezas, no hay humo que se eleve sobre nuestras casas. El día que regresé del sur del Líbano a Beirut, mi peluquero me preguntó: “¿Crees que habrá guerra en el Líbano?”. Y yo respondí: “Acabo de regresar del sur y el Líbano está en guerra”.
Sin duda, la matanza de civiles, la destrucción de sus medios de vida y el destino de los desplazados ocupan los titulares nacionales. Pero la participación de la comunidad sigue siendo desigual, definida en gran medida por las simpatías políticas, y obstaculizada por el hecho de que una gran parte de la población ya tiene dificultades para poner comida en la mesa.
Consciente de esta brecha entre Beirut y el sur del Líbano, trato de terminar cada entrevista con una pregunta. “Soy de Beirut. Por supuesto que debe haber algunas cosas sobre lo que es vivir en el sur ahora que desconozco. ¿Qué te viene a la mente?”
Las respuestas giraron en torno a dos aspectos: que esta guerra es la gota que colma el vaso después de cinco años de crisis económica, y que nadie ayuda a los habitantes del sur del Líbano.
Espero que mi artículo ayude a cerrar esa brecha.