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En Caída Libre 

La columna vertebral del Líbano —las iniciativas de servicios sociales de las iglesias— es la más afectada por un país en colapso

Un rayo de sol se cuela por la ventana, mientras Antonia, de 7 años, le muestra a la Hermana Gladys Sassine, los acordes que acaba de aprender en su guitarra. Antonia vive en la escuela Santísimo Sacramento en Beit Habbak, un pueblo remoto en el norte del Líbano. La hermana Gladys, la directora de la escuela, sonríe con orgullo, pero su mirada revela un atisbo de preocupación.

La congregación de la hermana Gladys, la Congregación Maronita de las Hermanas Misioneras del Santísimo Sacramento, como muchas otras organizaciones en el Líbano, está navegando una de las peores crisis económicas desde 1850, y el futuro de la escuela es incierto.

Desde 2019, Líbano está atrapado en un declive económico sin fin a la vista. Tres décadas de pésima gestión de la elite política y bancaria en un clima de corrupción y desigualdad estructural –exacerbado por los efectos de la pandemia del COVID-19 y la explosión del puerto de Beirut en 2020– han sumido al Líbano en una deuda pública de $103 mil millones.

Un oficial de las Naciones Unidas ha descrito Líbano como un “estado fallido”, incapaz de hacer frente a sus compromisos de pago, incluyendo sus deudas con hospitales y escuelas, asfixiando así a la sociedad civil. En enero, Líbano perdió su derecho a voto en la asamblea general de Naciones Unidos por no haber abonado su cuota. La pregunta que acecha a muchos libaneses es: ¿cuánto más podemos aguantar?

Una trabajadora de la salud en el Hospital Psiquiátrico de la Cruz, al este de Beirut, consuela a un paciente.
Una trabajadora de la salud en el Hospital Psiquiátrico de la Cruz, al este de Beirut, consuela a un paciente. (foto: Raghida Skaff)

En la escuela Santísimo Sacramento, los 1.400 estudiantes parecen ajenos a la precaria situación. Cuando suena la campana, sus risas inundan los pasillos, tal y cómo lo han hecho desde 1969, cuando la escuela abrió sus puertas para servir a las familias de la región.

El colegio paga la mayoría de sus facturas en dólares, pero gran parte de sus ingresos son en libras libanesas –una situación insostenible ya que la moneda ha perdido el 90% de su valor desde 2019.

“¿Cuánto más vamos a aguantar? No lo sé, pero no tenemos miedo. Dios está con nosotros”. 

En enero, la moneda libanesa alcanzó el cambio de 67.000 liras por dólar, lejos del cambio oficial de 1.500, que el banco central había mantenido por 25 años.

El 1 de febrero, Riad Salameh, el gobernador del banco central —quién está siendo investigado por lavado de dinero y malversación— decretó un nuevo cambio oficial de 15.000 liras por dólar en un intento de unificar los diferentes cambios. Pero, a mitad de febrero, el mercado paralelo, por el que se rigen los libaneses en su día a día, se hundió hasta los 80.000 en el cambio, su mínimo histórico.

Esta devaluación pone en peligro la supervivencia de muchas instituciones. 

En la escuela Santísimo Sacramento, el salario de un maestro oscila entre 2 millones y 4 millones de libras. Antes del 2019, 2 millones equivalían a $1.333, actualmente está entre $25 y $35. 

“Su salario es igual a dos tanques de gasolina para el coche”, dice la hermana Gladys. “¿Cómo van los maestros a pagar el costo del transporte a la escuela?”

CNEWA apoya a la escuela ofreciendo estipendios para la gasolina y pagando una parte de los salarios de los empleados en dólares.

La Hermana Therese Abou Nassif, directora del Hospital Psiquiátrico de la Cruz, habla con un paciente en el patio del hospital.
La Hermana Therese Abou Nassif, directora del Hospital Psiquiátrico de la Cruz, habla con un paciente en el patio del hospital. (foto: Raghida Skaff)

La factura de electricidad –$5.000 semanales– es el mayor gasto de la escuela. El estado raciona la electricidad, proporciona sólo dos horas de electricidad diarias, obligando al colegio a cubrir el resto del día con generadores de electricidad que funcionan a base de combustible. Costear el combustible es tarea casi imposible especialmente desde que el banco central retiró el subsidio al combustible el pasado septiembre. El Ministerio de Educación tampoco ha pagado a la escuela sus subsidios y les debe facturas desde hace cinco años.

Para recortar los costos, la escuela Santísimo Sacramento ha reducido sus días de operación de 5 a 4, y sus plazas del internado de 60 a 19. También ha eliminado los cursos de formación profesional. La escuela vive de donaciones, explica la hermana Gladys.

La Madre Arze Gemayel, directora del Hospital Al Saydeh en Antelias para Enfermos Crónicos, 7 millas al este de Beirut, se enfrenta a un gran desafío para atender a sus pacientes debido a que el gobierno canceló los subsidios para el cuidado de salud. Su congregación, las Hermanas Franciscanas de la Cruz, han dirigido este centro de cuidados de largo plazo desde 1946. Actualmente, atienden a 450 pacientes de la tercera edad y 100 pacientes con necesidades especiales. De éstos, el 75% proviene de familias de escasos recursos que en teoría están cubiertos por el gobierno –que paga al centro 50.000 liras al día por paciente.

“Eso es [ahora menos de] $1 por paciente por día, no es suficiente ni de lejos, pero, en cualquier caso, el Estado no nos ha pagado en un año”, dice la madre Arze.

El 25% restante de los pacientes, los que tienen recursos para pagar su cuota, ahora tienen dificultades para afrontar su pago mensual, añade.

En una soleada mañana invernal, Gariné Pambukian se sienta con su madre de 87 años en la cafetería del centro, rodeadas de árboles bananeros, limoneros y aguacateros, disfrutando de la vista del mar Mediterráneo.

La madre de Pambukian, quien padece Alzhéimer, ha vivido en el centro dos años. Pambukian y su esposo, con un salario de 3 millones de libras, ya cuidan en su casa de los padres de él, por lo que les es difícil pagar el millón y medio de libras ($20) de la estancia en el centro.

Los exiguos ingresos de estos pacientes no cubren los crecientes costos del hospital, incluyendo los salarios de los 200 empleados y los $6.000 que gastan semanalmente en combustible, explica la madre Arze. El salario medio de un empleado en el hospital es de 12 millones de libras y un suplemento de $200. En el Líbano, hoy en día es común que los salarios se paguen parte en libras y parte en dólares, para ayudar a los empleados a amortiguar la devaluación.

A pesar de ello, en los dos últimos años, 50 empleados dejaron el centro para ir a hospitales privados que pueden pagar el salario en dólares o han emigrado al extranjero. La debacle económica ha conducido a una ola masiva de emigración, convirtiendo Líbano en el país más dependiente de remesas a nivel mundial en 2022.

Un grupo de libaneses sostienen los retratos y efectos personales de sus seres queridos que murieron a causa de la explosión del puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020.
Un grupo de libaneses sostienen los retratos y efectos personales de sus seres queridos que murieron a causa de la explosión del puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, durante una Misa conmemorativa en el primer aniversario de la explosión. (foto: Maroun Bassil)

La economía libanesa –dependiente en gran medida de la entrada de moneda extranjera para apoyar el artificial y peligroso bajo cambio del dólar– implosionó en el verano de 2019, tras una escasez de dólares en el mercado libanés.

Al cabo de pocos meses, en octubre, se desataron protestas en todo el país, encendidas por el anuncio del gobierno de nuevos impuestos, contra la elite política a la que responsabilizaban de la raquítica infraestructura estatal y la débil economía. Pero la energía en las calles no se materializó en un movimiento político unificado ni tampoco pudo detener la devaluación de la libra.

En marzo del 2020, Líbano se declaró insolvente frente a su deuda extranjera. La crisis se agudizó debido a los devastadores efectos de la pandemia del COVID-19 y la explosión del puerto de Beirut el 4 de agosto que mató a más de 200 personas y ha causado hasta $4.6 mil millones en daños materiales.

La explosión del puerto se ha convertido en símbolo del desdén de la clase gobernante libanesa; desde el descuido criminal en almacenar toneladas de un material explosivo en el puerto, hasta sus intentos de descarrilar la investigación judicial sobre la explosión.

Las trabas políticas en el gobierno, incluyendo el fracaso en elegir un presidente, han impedido que se tomen reformas necesarias para obtener fondos internacionales, mayormente a través del Fondo Monetario Internacional. El Patriarca Maronita Bechara Boutros Rai ha criticado repetidamente a los políticos libaneses por su incapacidad para poner el bien común por delante de sus intereses y formar un gobierno que haga frente el colapso económico.

La crisis ha obliterado la clase media libanesa. El 80% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, y con escaso apoyo con excepción del trabajo social de las iglesias y organizaciones sin fines de lucro. Los exiguos programas estatales de asistencia ofrecen una cobertura mínima y muchos han sido suspendidos en la situación actual en un país que carece de una red de protección social.

El origen de este ‘débil Estado’ se remonta a las políticas del ex primer ministro Rafik Hariri en los años noventa, que “alentó a que el sector privado copara los servicios sociales, como la educación”, dice Michel Constantin, director regional de CNEWA en Beirut.

La privatización no era en sí misma una debilidad, “mientras tuviéramos una economía”, añade.

En aquel entonces, la sociedad civil se encargaba a través de sus proyectos de cubrir los huecos dejados por el Estado para atender a la población más vulnerable. Sin embargo, en la situación actual, estos grupos de la iglesia y organizaciones no gubernamentales tiene dificultades en proveer a las familias necesitadas, ya que la población vulnerable crece día a día.

Más allá de las políticas de Hariri, la fragilidad del estado como proveedor de servicios puede remontarse más allá de la guerra civil libanesas y la post-guerra, explica Karim Merhej, analista no residente del Instituto Tahrir para Políticas del Medio Oriente. 

“Los hombres de las milicias en la guerra civil se convirtieron en la clase dominante en el estado de post-guerra, en una época conocida como el ‘reparto de botín,’” explica. “El Estado, sus instituciones y sus recursos no se utilizaron para el bien común ni para ofrecer servicios públicos, sino que fueron usados para apoyar redes clientelistas sectarias, en las que cada señor de la guerra obtuvo su propio feudo en el Estado”.

El talón de Aquiles de la economía libanesa ha sido la dependencia de la entrada de dólares para sostener un ficticio tipo de cambio fijo, Merhej añade.

“En los años noventa, los sectores productivos de nuestra economía –agricultura, industria manufacturera– fueron decimados en favor de la financiarización de la economía”, dice.

Pero al final de esa década, “el estado estaba prestando (dinero) de bancos a través de la emisión bonos del tesoro con intereses ridículamente altos, por ejemplo, del 40%”, continúa. La deuda empezó a crecer y en el 2001, “ya quedaba claro que había un colapso a la vista”.

“El colapso bancario ha tenido un impacto dramático en las buenas obras de las iglesias y otros grupos sin fines de lucro”.

La comunidad internacional, a través de varias conferencias internacionales de benefactores, intervino para rescatar a la clase política libanesa. Pero el ingreso de dólares –principalmente a través del sector inmobiliario, productos bancarios y turismo– comenzó a disminuir en 2011. En 2016, el banco central respondió creando un “plan de ingeniería financiero” para atraer moneda extranjera: los bancos ofrecían intereses de hasta un 20% para atraer a inversores extranjeros que pusieran sus dólares en los bancos libaneses.

Esto se convirtió en una suerte de “esquema Ponzi, construido en una deuda insostenible adquirida por el Estado bajo la premisa que Líbano era demasiado importante para caer, y que siempre sería rescatado por la comunidad internacional”, dice Merhej.

Dicha premisa fue un error de cálculo, y el sistema bancario quebró. Cuando la crisis del 2019 golpeó el país, los ciudadanos libaneses vieron sus ahorros de una vida evaporarse con la devaluación de la libra. Los bancos respondieron bloqueando y negando el acceso a los ciudadanos de sus depósitos, prohibiéndoles sacar su propio dinero. El año pasado, decenas de ciudadanos desesperados robaron a punta de pistola sus propios ahorros en su banco. Los bancos respondieron blindado sus sucursales y contratando seguridad armada.

El colapso bancario ha tenido un impacto dramático en el trabajo social de iglesias y organizaciones sin fines de lucro. Por ejemplo, CNEWA ha tenido que detener su programa de préstamos a pequeños negocios en el Líbano que comenzó en 1999.

“Hemos dado préstamos a 1.000 personas, con un préstamo medio de $10.000”, dice Constantin. “Este programa ha cambiado la vida de pequeños negocios en el sector de la agricultura, de alimentos y bebidas, pero ahora hemos tenido que parar. Los depósitos están atrapados”.

La situación bancaria se ha convertido en una pesadilla, dice Manale Nehme, directora de Message de Paix, que brinda apoyo psicosocial para 150 personas con necesidades especiales. Message de Paix tiene tres centros: en Beirut, Maad y Bikfaya.

Los beneficiarios reciben formación profesional gratuita y aprenden capacidades básicas para vivir independientemente. Además, 45 personas han sido empleadas en los talleres de cocina, manualidades y producción de velas, mientras que otros 30 han conseguido trabajo en negocios fuera del centro. Sin embargo, ahora es cada vez más difícil persuadir a compañías que empleen adultos con discapacidad intelectual, dice.

La entidad se mantenía gracias a la venta de sus productos y a la financiación del Ministerio de Asuntos Sociales. Pero las ventas han caído, y la financiación del ministerio ha colapsado, del 30% en su presupuesto anual de 2019, al 3% en 2023.

La organización ha tenido que recurrir a los ahorros para llegar a final de mes –para ahorrar costos cerraron el centro en Beirut en febrero. Nehme dice que el banco no permite retirar más de 8 millones de libras al mes, una situación que hace peligrar su estabilidad.

“Hoy he tenido una pelea en el banco y he conseguido sacar 25 millones, eso equivale a $500, no cubre nada”, dice Nehme exasperada.

La ayuda de donaciones, grupos de la iglesia como CNEWA, y donaciones individuales son la única razón por la que Message de Paix puede seguir operando, explica. Otras organizaciones sociales gestionadas por la iglesia se encuentran en la misma coyuntura.

En la escuela Santísimo Sacramento, la hermana Gladys vive con la misma angustia. “Tratamos de perseverar y continuar. Si cerramos, estos niños no tendrán otra escuela católica a la que ir en esta región”.

“Es un milagro que gente de fuera del Líbano nos esté ayudando”, dice la madre Arze, directora del centro para mayores en Antelias. “¿Cuánto más vamos a aguantar? No lo sé, pero no tenemos miedo. Dios está con nosotros”.

La Hermana Gladys Sassine les lee a tres alumnos internos en la Escuela del Santísimo Sacramento en Beit Habbak.
La Hermana Gladys Sassine les lee a tres alumnos internos en la Escuela del Santísimo Sacramento en Beit Habbak. (foto: Raghida Skaff)

Alicia Medina es una periodista independiente española basada en Atenas. Su trabajo se ha publicado en medios internacionales como News Deeply, Syria Direct, Syria Untold, Deutsche Welle y Radio France International.

Conexión CNEWA

Tras la explosión del puerto de Beirut en agosto del 2020, CNEWA respondió inmediatamente enviando ayuda a familias afectadas, escuelas y centros de salud. La crisis libanesa, agravada por el rampante desempleo y la devaluación de su moneda, está devastando a individuos e instituciones.

En mayo del 2022, CNEWA recibió cuatro subvenciones por valor de $1.86 millones para cubrir los costos de funcionamiento de escuelas y centros de salud en el Líbano. Los fondos se distribuyeron a cinco hospitales católicos, el centro de rehabilitación de Message de Paix y 14 escuelas católicas.

 

Para apoyar el trabajo de la iglesia en apoyo al pueblo libanés, llama al: 1-800-442-6392 (Estados Unidos) o 1-866-322-4441 (Canadá) o visite https://cnewa.org/es/trabajo/libano/

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