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Grupos de la iglesia tejen una red de apoyo para los refugiados en el Líbano

Nota de los directores: Para conmemorar el 75 aniversario de la fundación de la agencia operativa de CNEWA en Medio Oriente, la Misión Pontificia para Palestina, cada edición de este año presenta al menos un artículo sobre este esfuerzo especial de la Santa Sede en Medio Oriente.

Esta edición presenta un reporte sobre el campamento de refugiados de Dbayeh en Líbano, apoyado por CNEWA-Misión Pontificia desde su creación para cuidar de los palestinos expulsados ​​de la entonces Palestina del Mandato durante la guerra árabe-israelí de 1948.

Los habitantes de un campamento de refugiados en Dbayeh, Líbano, apenas sobrevivían cuando, en septiembre 2024, empezó la guerra entre Israel y Hezbolá, una poderosa fuerza musulmana chiita con base en el sur del Líbano.

Un día después de que Israel comenzara a bombardear Gaza en represalia por los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, la milicia de Hezbolá, respaldada por Irán, lanzó misiles al norte de Israel en apoyo de Hamás. Hubo intercambio de fuego entre Israel y Hezbolá.

El conflicto se intensificó cuando Israel desató una guerra contra el Líbano el 23 de septiembre y una invasión terrestre el 1 de octubre. A fines de octubre, los bombardeos de Israel en el sur del Líbano, el valle de Bekaa y los suburbios de Beirut habían matado a más de 2.600 personas y desplazado internamente a alrededor de 1.2 millones, una quinta parte de la población del país.

A principios de octubre, 100 familias de desplazados internos llegaron al campamento de Dbayeh, a 8 millas al norte de Beirut, en busca de refugio en un lugar ya hacinado, establecido para albergar a refugiados palestinos cristianos expulsados ​​de Galilea.

“No estábamos preparados para recibirlos”, dice la hermana Magdalena Smet, P.S.N.

La hermana Magda, como la llaman en el campamento, es miembro de las Hermanitas de Nazaret, una comunidad belga de religiosas que han servido en el campamento desde 1987. Las tres religiosas que trabajan allí dirigen la respuesta a esta última adversidad.

“Las familias necesitan de todo: colchones, ropa, comida, mantas”, dice. “Tenemos que contar con la generosidad y hospitalidad de personas que ya tienen muy poco”.

En el campamento, como en la mayoría del país, la solidaridad con los desplazados fue inmediata.

“He cedido mi oficina y mi casa a tres familias, y usamos el salón de la iglesia para organizar la distribución de suministros y alimentos”, dice Joseph Raffoul, un sacerdote greco-católico melquita que sirve en la parroquia de San Jorge del campamento.

Rita Ghattas, palestina cristiana, dice que “la situación es estresante”. Ella nació y creció en el campamento, como su esposo, Bassel, y su hija de 15 años, Reem.

El padre de Bassel tenía 14 años cuando fue expulsado de su aldea, al Bassa, en el subdistrito de Acre, en la entonces Palestina del Mandato, durante la guerra árabe-israelí de 1948. La expulsión de más de 700.000 palestinos de sus aldeas en esa época se llama Nakba, que significa “catástrofe” en árabe. Acerca de 15.000 palestinos y 6.000 israelíes murieron en esa guerra.

El campamento de refugiados de Dbayeh fue establecido en la década de 1950. (foto: Raghida Skaff)

En 1949, el Papa Pío XII estableció la Misión Pontificia para Palestina para canalizar la ayuda católica a estos refugiados palestinos, confiando su administración a CNEWA.

El campamento se estableció en 1956, en terreno del Monasterio Maronita de San José, donde años antes los monjes habían levantado tiendas de campaña en respuesta a la crisis. El Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (UNRWA) y CNEWA-Misión Pontificia colaboraron para reemplazar las tiendas de campaña por refugios de una sola habitación.

El padre de Bassel se refugió en el campamento, que ha recibido refugiados sirios y libaneses desplazados por conflictos. La de Ghattas no es la única familia palestina que ha vivido en el campamento —destinado a ser solución temporal— durante tres generaciones. Antes de la guerra actual, albergaba a unas 610 familias: 264 familias palestinas, 271 familias libanesas y 75 familias sirias.

Gerasimos Tsourapas, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Glasgow, Escocia, explica por qué el campamento se ha vuelto hogar permanente para refugiados palestinos.

“Estamos marginados. La gente se preocupa por el futuro de sus hijos”.

Los países establecidos tras la Segunda Guerra Mundial entendieron la necesidad de un sistema global independiente “para gestionar la migración laboral y la forzada, para que no se repitan las atrocidades de la primera mitad del siglo”, afirma.

“Surgió un régimen global de refugiados, se crearon las Naciones Unidas y varias agencias”, afirma. “En el corazón de este régimen global para refugiados está el principio de proteger a los vulnerables”.

Un documento importante en este esfuerzo es la Convención sobre Refugiados de 1951, que “esboza las normas mínimas básicas para el tratamiento de refugiados, incluido el derecho a la vivienda, trabajo y educación… para que puedan llevar una vida digna e independiente”, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

ACNUR actúa como “guardián” de la convención y trabaja con los estados signatarios para garantizar que se protejan los derechos de los refugiados. Pero el Líbano no forma parte.

“El régimen global de refugiados no ha podido proporcionar protección adecuada a estos grupos” y los países de acogida siguen cargando la principal responsabilidad por su bienestar, dice Tsourapas.

Niños se reúnen en una sección deteriorada del campamento. (foto: Raghida Skaff)

Según la ACNUR, el 45% de los cerca de 250.000 refugiados palestinos que residen en el Líbano en marzo 2023 viven en los 12 campamentos de refugiados palestinos reconocidos del país y sufren diversas formas de discriminación en la ley.

El Líbano impone restricciones laborales que impiden a los refugiados palestinos trabajar en 70 profesiones, entre ellas la de ingenieros, médicos o abogados. Se les niega el derecho a poseer propiedades y se les prohíbe construir pisos adicionales en el campamento para aumentar su espacio vital.

La crisis económica del Líbano, exacerbada desde su colapso bancario tras la explosión del puerto en agosto de 2020, ha agravado estos desafíos. En marzo de 2023, el 80% de los refugiados palestinos del Líbano vivían bajo el umbral de pobreza del país, situado en $91.60 al mes, según el Banco Mundial. El ingreso mensual promedio del Líbano en 2023 fue de unos $122.

Aunque la mayoría de palestinos en Líbano son musulmanes sunitas, la mayoría en el campamento de Dbayeh son cristianos.

“Los refugiados cristianos están en una situación diferente a la de los musulmanes”, afirma Marie Kortam, socióloga asociada del Instituto Francés de Oriente Próximo en Beirut.

En general, la situación socioeconómica de los cristianos y los sunitas es similar.

“Todo el mundo sufre, es sistémico”.

“Enfrentan a las mismas restricciones en el mercado laboral, a menos que trabajen con organizaciones religiosas”, afirma. “Lo que se proyecta sobre los cristianos es una imagen de modernidad”.

“La solidaridad también es más fuerte, porque los palestinos cristianos son una comunidad pequeña en comparación con los palestinos sunitas. A algunos [cristianos] del campamento se les concedió la ciudadanía libanesa en 1991, con fines electorales”, afirma.

El Líbano es un estado confesional donde los representantes elegidos están afiliados a una religión y donde es habitual que se conceda acceso a los servicios sociales o al empleo a cambio de lealtad política.

Un comité civil actúa como organismo coordinador del campamento y organiza la ayuda humanitaria para los residentes. Elias Habib, el director del comité, dice que Dbayeh es “diferente” de otros campamentos palestinos “porque tenemos que hacernos cargo de nosotros mismos, porque tenemos muy pocos servicios de UNRWA”.

Grupos dirigidos por la iglesia, como CNEWA-Misión Pontificia, presentes en el campamento desde sus inicios, y las Hermanitas de Nazaret, ayudan a llenar los vacíos.

La escuela dirigida por la UNRWA en el campamento, construida por CNEWA-Misión Pontificia, fue destruida en 1978 durante la guerra civil del Líbano, y una nueva escuela de UNRWA construida fuera del lugar tras la guerra fue cerrada en 2013 debido a la baja matriculación. El campamento no ha tenido escuela desde entonces, a pesar del mandato de la UNRWA de proporcionar atención médica y educación.

El personal de CNEWA-Misión Pontificia entrega colchones de espuma a mediados de octubre para ayudar a los desplazados. (foto: Raghida Skaff)

“Las escuelas públicas dan prioridad a estudiantes libaneses, luego a sirios, antes de aceptar a los palestinos”, dice la hermana Magda. “Nuestros estudiantes palestinos se ven obligados a acudir a escuelas privadas caras. Este año, las matrículas se han duplicado; cuestan en promedio $2.500 al año”.

Las Hermanitas ayudan a coordinar la ayuda para la matrícula de los niños palestinos, ya que sus familias no pueden costearla.

“Sin la hermana Magda, no podemos hacer nada”, dice Ghattas, cuya hija, Reem, se beneficia de los esfuerzos de la hermana Magda. Al comienzo del año escolar, la familia recibió $250 para la matrícula de CNEWA-Misión Pontificia.

Sin embargo, el inicio de la guerra entre Israel y Hezbolá ha obligado a las hermanas a redirigir su tiempo y recursos de la educación de 150 niños palestinos a la ayuda de emergencia.

El ecuménico Comité Cristiano Conjunto para el Servicio Social del campamento se hace cargo de una parte de la matrícula. Su centro de dos pisos en el campamento ofrece apoyo con los deberes, formación vocacional, clases de recuperación y actividades para niños, y un campamento de verano. Las instalaciones deportivas del campamento acogen a unos 150 niños de entre 7 y 17 años que practican fútbol y baloncesto.

Reem, con el pelo recogido en un moño y los calcetines bien altos, dice que “jugar al fútbol es una forma de escapar de todo”.

El Dr. Elie Sakr examina a un paciente en un dispensario dentro del campamento. Abajo, las hermanas Magda y Cecilia visitan a una familia de refugiados sirios. (foto: Raghida Skaff)

El Líbano acoge a unos 1.5 millones de refugiados sirios.

Massab Alawi, su esposa, Hala, y sus cinco hijos son una de 75 familias sirias en el campamento. Huyeron de la guerra civil en Siria en 2012 y encontraron refugio en una ciudad costera al norte de Beirut. Pero sus hijos no pudieron ir a la escuela por dos años.

Mudarse a Dbayeh proporcionó a sus hijos de beneficiarse de las clases de recuperación que ofrece el Comité Cristiano Conjunto para 75 estudiantes sirios, cuya educación se vio interrumpida por la guerra civil.

“Los sirios, en comparación con los palestinos, están mejor”, dice Habib, que también dirige el Comité Cristiano Conjunto. “Muchos pueden visitar a sus familias en Siria y saben que la guerra terminará algún día”.

El Líbano ha visto un discurso público cada vez más xenófobo ante la presencia de refugiados sirios, pero la familia de Alawi dice que se siente aceptada en Dbayeh.

En el campamento, la tensión está vinculada a los partidos políticos cristianos y palestinos que hierve a fuego lento bajo la superficie. Sin embargo, la coexistencia de sirios, libaneses y palestinos “está yendo lo mejor posible”, dice Habib.

La crisis económica del Líbano, clasificada entre las peores crisis económicas del mundo desde mediados del siglo XIX por el Banco Mundial, ha exacerbado los problemas de atención médica en el campamento.

La UNRWA tiene un dispensario dos días por semana. Otro dispensario, fundado por la Universidad de Salud y Trabajo Social Santa Elizabeth de Eslovaquia desde 2014, donde decenas de trabajadores sanitarios libaneses realizan consultas voluntarias, funciona cinco días a la semana.

“Si necesitamos algo, venimos aquí”, dice Rachel Halawi, una madre libanesa de tres hijos.

Cada mes, unas 650 personas visitan el dispensario y se realizan 1.000 visitas a domicilio. El dispensario cubre el 50% de los medicamentos y las consultas médicas.

El cardiólogo Elie Sakr, que dirige el dispensario, dice que la salud de los residentes del campamento “es peor que hace 10 años”.

Las hermanas Magda y Cecilia visitan a una familia de refugiados sirios. (foto: Raghida Skaff)

Afirma que la crisis económica “reforzó la vida sedentaria de la gente, lo que genera estrés, que a su vez genera baja inmunidad, ataques cardíacos, etc.”. Las enfermedades prevalentes son la hipertensión, diabetes, problemas renales y cardíacos, y cáncer.

“Con los mismos factores de riesgo, la gente del campamento [sigue] teniendo mejor salud que la gente de afuera, ya que estos últimos tienen un acceso más restringido a los medicamentos”, dice Sakr, refiriéndose a las estadísticas del Banco Mundial que indican que el 95% de los hogares que viven bajo el umbral de pobreza en el Líbano no pueden acceder a los medicamentos que necesitan de forma regular.

Las Hermanitas ayudan a cubrir las facturas de atención médica de los residentes. Sin embargo, esperan que la ola de desplazados internos del sur del Líbano estiren aún más sus escasos recursos.

“Compartiremos lo que tenemos. Dios no nos defraudará”, dice la hermana Magda.

La psicóloga Hala Imad ha sido voluntaria en el campamento desde 2016. Dice que las crisis agravadas y las oportunidades limitadas en el campamento pasan factura a la salud mental.

“Todo el mundo sufre, es sistémico”, dice. “Las condiciones, el hacinamiento, están afectando a la gente”.

Imad dice que observa una prevalencia de depresión entre los residentes, y observa cómo el trauma y la tragedia de la experiencia de ser refugiada se han transmitido de una generación a otra.

“Esto es transgeneracional”, dice.

“Es muy duro”, dice Habib. “Estamos marginados. La gente se preocupa por el futuro de sus hijos”.

“El aspecto más duro de nuestro trabajo”, dice la hermana Magda, “es que es como cargar la cruz y no alcanzar nunca la luz ni la resurrección”.

Conexión CNEWA

La Misión Pontificia ha estado presente en el Líbano desde su fundación por el Papa Pío XII en 1949.

Confiada a CNEWA, la Misión Pontificia ha apoyado el campamento de Dbayeh desde que llegaron refugiados de Galilea en 1949. Solo en la última década, CNEWA-Misión Pontificia ha asignado más de 2 millones de dólares a las obras de servicio social de las Hermanitas de Nazaret y el Comité Cristiano Conjunto.

La Misión Pontificia también presta ayuda de emergencia cuando surgen crisis. Cuando el conflicto entre Israel y Hezbolá se intensificó en septiembre de 2024, la Misión Pontificia se movilizó de inmediato, coordinando la ayuda con sus socios sobre el terreno, incluido el apoyo al campamento de Dbayeh, que recibió a varias familias desplazadas del sur, así como a:

  • Las Hijas de la Caridad, que acogieron a más de 2.000 desplazados en sus escuelas y conventos.
  • La archieparquía maronita de Deir el Ahmar, que acogió a más de 9.000 desplazados.
  • El arzobispado melquita de Tiro, que acogió a más de 60 familias.

La CNEWA-Misión Pontificia ha lanzado un llamamiento para proporcionar a 8.000 familias cajas de alimentos y artículos de higiene, 2.000 colchones, mantas y almohadas, ropa, fórmula infantil, pañales y combustible para los meses de invierno, así como asesoramiento para traumas. Como muchas familias acogieron a desplazados y agotaron sus provisiones de alimentos para el invierno en el proceso, se prevé una escasez de alimentos más amplia.

Un millón de estudiantes no asisten a la escuela, ya que unas 1.000 escuelas públicas se están utilizando como refugios. La iglesia está tratando de repartir algunos de sus edificios para aliviar al menos algunas de las escuelas públicas, de modo que las clases puedan reanudarse.

A mediados de octubre, de los 1,2 millones de desplazados internos en el Líbano, solo 150.000 vivían en refugios. Si bien algunos de ellos estaban alojados en casas particulares, muchos se habían quedado sin hogar.

Se espera que las necesidades en el Líbano se agraven a medida que el conflicto se intensifique y se acerque el invierno.

Para ayudar a las familias desplazadas del Líbano, llame al 1-800-442-6392 (Estados Unidos) o al 1-866-322-4441 (Canadá) o visite cnewa.org/es/donacion/.

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Laure Delacloche es periodista en el Líbano. Su trabajo ha sido publicado por la BBC y Al Jazeera.

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