El autor Michael J.L. La Civita se unió al presidente de CNEWA, Mons. Peter I. Vaccari, en una visita pastoral a Tierra Santa, encabezada por el director de la junta ejecutiva de CNEWA, el cardenal Timothy M. Dolan, en abril. El viaje descubrió un elemento común en todos los pueblos de la región: los corazones de todos están destrozados.
Fue a conmemorar. El rol pastoral del arzobispo de Nueva York —ministra a más de 2.5 millones de católicos en 10 condados de Nueva York— también incluye liderar iniciativas locales, nacionales e internacionales de la iglesia. Una de esas ellas es la Asociación Católica para el Bienestar del Cercano Oriente (CNEWA), que cada arzobispo de Nueva York ha dirigido ex officio después de que la Santa Sede reorganizó su administración en 1931.
Desde que el Papa Benedicto XVI nombró a Timothy M. Dolan como arzobispo de Nueva York en 2009, él ha liderado las delegaciones de CNEWA en visitas al Líbano (dos veces), Jordania, India, Irak, Polonia, Eslovaquia y Ucrania. Del 12 al 17 de abril, viajó a Israel y Palestina para conmemorar el 75 aniversario de la Misión Pontificia para Palestina, la agencia operativa de CNEWA en el Medio Oriente.
El aniversario conmemora el cuidado de la Santa Sede por los vulnerables que viven en las tierras que llamamos santas. Conmovido por el despojo de más de 750.000 palestinos durante la guerra árabe-israelí de 1948 —conocida como Nakba, o catástrofe, en árabe— el Papa Pío XII estableció la Misión Pontificia como un comité ad hoc para coordinar la ayuda católica mundial para ayudarlos, y estableció su administración bajo CNEWA.
“Los consideramos socios”, dijo el cardenal a los sacerdotes, religiosos y laicos de las organizaciones que se han asociado con los equipos de la Misión Pontificia en Jerusalén, Ammán y Beirut durante una misa el 13 de abril en la capilla del Centro del Instituto Pontificio de Nuestra Señora de Jerusalén.
“Los vemos como miembros de nuestra familia. Siempre han sido parte del carisma de la Misión Pontificia y de la Asociación Católica para el Bienestar del Cercano Oriente que veamos nuestros esfuerzos, no como que hacemos algo por ustedes, no que les hacemos algo, sino que hacemos algo con ustedes. Con ustedes, juntos. Juntos somos”.
Desde la dispersión de los refugiados palestinos, el Medio Oriente ha sufrido décadas de conflictos civiles y militares, convulsiones políticas y colapso socioeconómico, que han impactado a generaciones de israelíes y palestinos, iraquíes y jordanos, libaneses y sirios. Posteriormente, los sucesores del Papa Pío XII ampliaron el alcance y la circunscripción de la Misión Pontificia para brindar asistencia humanitaria a los más vulnerables en toda la región, sin importar de su etnia, nacionalidad o identidad religiosa.
Fue a escuchar. Como pastor, el arzobispo de Nueva York atiende las almas de todos, tanto católicos, como no católicos. Por lo tanto, el cardenal Dolan anhelaba reunirse con los sobrevivientes de los ataques terroristas del 7 de octubre por parte de Hamás contra Israel, y con las familias de aquellos que han sido tomados como rehenes. Los conoció, escuchó sus corazones y mentes, compartió su dolor y ofreció su consuelo y el de todos los neoyorquinos, cuyos corazones todavía están dolidos después de los ataques del 11 de septiembre.
Señaló que a quienes atacó Hamás eran las mismas personas que habían abierto sus puertas al diálogo, patrocinando eventos para que israelíes y palestinos se conocieran mejor, hombres y mujeres que buscaban dejar atrás la confrontación y hacer algo más que simplemente coexistir, buscaban desmantelar la noción del “otro”.
Les agradeció su generosidad de espíritu, por abrir esa puerta y, aunque reconoció que sus corazones estaban destrozados y sus espíritus aplastados, y que sentían ira y temor por la suerte de sus seres queridos, les pidió que nunca perdieran la esperanza, y que sigan abriendo sus corazones a la esperanza de una paz justa y duradera.
Fue a inspirar. “Mientras contemplamos con gratitud los 75 años de la Misión Pontificia”, dijo en su homilía en Nuestra Señora, “pienso en las madres”.
“Madres. Siempre que hay alegría o tristeza en nuestras vidas, está la presencia de las madres”.
“Y con todo el trauma, todas las dificultades y todos los desafíos que ha atravesado el pueblo de Dios aquí en Tierra Santa, incluso hasta ahora, las madres, con sus bebés e hijos, siempre están en la primera línea de la necesidad de amor y apoyo”.
“Pienso en nuestra Santísima Madre María, para quien este también era su hogar. Pienso en nuestra santa madre, la iglesia”.
El cardenal pensaba también en su propia madre, fallecida hace algunos años.
“Después de su muerte”, dijo, “me di cuenta de que, en cierto modo, no tengo un hogar. … porque un sacerdote que no se ha casado, siempre considera su hogar donde vive su madre”.
“Y me di cuenta de que, como católico, como creyente, siempre tenemos una madre. … en la Santísima Madre de Jesús. … en la santa madre iglesia. … Siempre tenemos una iglesia madre aquí en Jerusalén, en Tierra Santa. Entonces, para mí, venir y estar con ustedes es en muchos sentidos, volver a casa.
“Por eso, nos sentimos en casa aquí. Somos familia. Somos uno, y eso nos da un gran estímulo en nuestro trabajo, una gran esperanza…. Y cuanto más difíciles se vuelven las cosas, más esperanzas tenemos y trabajamos más”.
“Ustedes lo hacen bien”, concluyó, “y son una inspiración para nosotros”.
Al día siguiente, después de que la Cúpula de Hierro de Israel neutralizara la mayoría de los drones y misiles disparados por Irán en represalia por el ataque de Israel a una estructura diplomática iraní en Damasco, el cardenal Dolan viajó a la ciudad cristiana palestina de Beit Jala, un suburbio de Belén. Celebró la misa dominical en la iglesia de la Anunciación, repleta de familias ansiosas por escuchar al cardenal.
“Estos son días de angustia y dificultad para ustedes. … Tienen todas las razones para tener miedo, estar triste. Pero cuando entramos a esta iglesia esta mañana, no vi miedo”, dijo, mientras su voz se elevó con premura, sentimiento y volumen.
“No vi tristeza. ¡Los oí cantar, Aleluya! ¡Aleluya! Los vi sonreír. Vi sus ojos dándonos la bienvenida y eso, amigos míos, nos da esperanza”.
“Y por eso, les digo, gracias”.
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