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En Etiopía: Escuela Enseña a Invidentes Cómo Ser Independientes

Nota del director: Los nombres de los estudiantes han sido cambiados para proteger su privacidad.


Los delgados dedos de Meseret bailan sin esfuerzo sobre una gruesa hoja de papel blanco mientras lee en voz alta un extracto de su libro de texto de arte. Sus trenzas están atadas hacia atrás. Una máscara gris cubre su rostro. Sentados detrás de escritorios individuales de madera, otros cuatro estudiantes de segundo grado escuchan atentamente mientras sus manos descifran simultáneamente el relieve punteado en braille que cubre las páginas.

Meseret y su hermana menor nacieron ciegas en la zona rural de Etiopía. Cuando su madre escuchó que podían asistir a una escuela especial, aprovechó esta oportunidad, poco común en el país, y las inscribió. Ahora las dos niñas pueden leer y escribir braille y se les enseña un plan de estudios escolar completo.

Hermana religiosa abraza a dos estudiantes ciegos
La hermana Haregewein Kiflemariam se sienta con dos estudiantes de San Rafael. El Internado San Rafael Para Invidentes está ubicado en la ciudad de Azezo, en el norte de Etiopía, a unos 25 km de la ciudad de Gondar. La Hermana Hargewein ha estado trabajando en la escuela durante doce años, junto con otras dos Hijas de las Hermanas Santa Ana y varios empleados de la escuela. (foto: Petterik Wiggers)

“Nuestro mayor objetivo es que se mantengan a sí mismas y no dependan de los demás”, explica la hermana Haregewein Kiflemariam, la supervisora de la escuela.

Vestida con un hábito gris, ella camina tranquilamente por las instalaciones de la escuela, saludando ocasionalmente a los niños a su paso.

“Todos nuestros estudiantes que se han graduado son independientes”, dice con orgullo.

El Internado San Rafael Para Invidentes fue establecido por las Hijas de Santa Ana en 2002 en respuesta a las pésimas condiciones para los niños ciegos nacidos en Etiopía. Fue el primer internado formal para niños con discapacidad visual en el país.

Ubicado en la ciudad de Azezo, a unas 16 millas de la ciudad de Gondar, en la región norteña de Amhara en Etiopía, se cree que el área alberga alrededor del 40 por ciento de la población con discapacidad visual del país.

Los subtítulos de este video sólo están disponibles en inglés.

La hermana Haregewein trabaja en la escuela desde hace 12 años, junto con otras dos hermanas de las Hijas de Santa Ana y unos 20 empleados. La Eparquía Católica Etíope de Bahir Dar-Dessie supervisa la escuela.

En una tarde de enero, el sol brilla incansablemente en el cielo azul celeste. A la sombra de un refugio sin paredes, un grupo de estudiantes se acurruca, escuchando con atención una estación de radio local. Otros estudiantes pasean, tomándose del brazo, por el jardín o estudian en las bibliotecas, deteniéndose en sus estudios para contarse alguno que otro chiste.

El tranquilo recinto de la escuela incluye varios edificios de una sola planta, pintados de gris, blanco y beige, que contienen aulas, una biblioteca, un centro de recreación, talleres y dormitorios. Las aulas cuentan con libros de texto en braille y mapas de geografía en relieve. No hay pizarras colgadas en la pared y el golpe de los estiletes reemplaza el crujido de la tiza.

Actualmente, 63 estudiantes viven en la escuela, pero solo los estudiantes de primero a cuarto grado reciben enseñanza dentro del complejo. Los niños mayores asisten a escuelas públicas administradas por el gobierno en el área, una transición a la vida “en el exterior” que es a menudo difícil.

“Antes, me sentía mal por mi ceguera … Pero una vez que vine aquí, entendí que una persona ciega puede hacer lo que quiera”.

Un camino ancho separa el recinto del internado del camino empedrado que conduce a la escuela primaria pública de Azezo. Cruzar con seguridad es un desafío. Los estudiantes caminan de la mano, utilizando bastones blancos para orientarse y evitar obstáculos. A menudo son asistidos por transeúntes y amigos, quienes velan por su seguridad con delicadeza.

Pero el terreno alrededor de la escuela pública es quizás el desafío más abrumador. Raíces de árboles gigantes cubren el suelo irregular y rocoso, donde cientos de niños corretean en un alegre caos.

“La escuela no es hospitalaria, ni siquiera para los estudiantes que pueden ver, y mucho menos para los discapacitados visuales”, dice Yilak Mamo, director de la escuela pública.

La mayoría de las instalaciones se están cayendo a pedazos. Pocos escritorios y bancos son útiles; las ventanas son simples aberturas con travesaños de madera.

Los estudiantes de San Rafael siguen las mismas clases que todos los demás en la escuela primaria pública. Raramente usan sus herramientas braille aquí, principalmente por el ruido de las regletas y los punzones. Su única opción es escuchar las lecciones y memorizarlas.

“Cuando asistimos a clase [en las escuelas públicas] tenemos que aprender de la misma manera que los demás niños. No se nos proporciona nada, ya sea tecnología u otras cosas”, explica Hailu, estudiante de noveno grado de San Rafael. Sin embargo, la escuela hace algunas adaptaciones para los exámenes, si es que no son inconvenientes, agrega.

Sentados bajo la sombra de un viejo eucalipto, cuatro estudiantes de quinto grado están tomando sus exámenes semestrales de ciencias sociales. Temesgen está vestido con su uniforme escolar beige y zapatillas rosas. Se enfoca en las preguntas que lee en voz alta un maestro de aspecto cansado. Responde levantando uno, dos y hasta ocho dedos para comunicar sus respuestas. Temesgen es un niño ingenioso, traído a Azezo por su familia gracias a que su hermano, que vive en Gondar, convenció a sus padres para que le dieran esta oportunidad de educarse.

A pesar de ese difícil contexto, los resultados de las pruebas de los estudiantes de San Rafael son asombrosos, entre los mejores de sus respectivas escuelas. Entre los alumnos de San Rafael hasta la fecha, 35 se han graduado con títulos universitarios y trabajan en diferentes organizaciones gubernamentales y no gubernamentales. Algunos exalumnos han encontrado trabajo en oficinas locales; otros se han convertido en abogados muy respetados.

La hermana Haregewein conoce las historias de los niños y admira su progreso. Su mayor recompensa, dice, es ver a los estudiantes embarcarse en una vida independiente después de la graduación, con un empleo remunerado y, a veces, con una familia propia.

Selamawit, un graduado de San Rafael, ahora enseña en la escuela. Es un trabajo que se extiende mucho más allá del salón de clases, dice ella.

“La relación que tenemos con los estudiantes es como de hermanos y hermanas. Están pasando por lo que hemos pasado nosotros”, explica.

Con modelos a seguir como Selamawit, la hermana Haregewein espera que los estudiantes continúen soñando en grande.

Estudiantes invidentes toman examen en escuela etíope
Los estudiantes del internado de San Rafael toman los exámenes en la escuela administrada por el gobierno. (foto: Petterik Wiggers)

Hanna acaba de graduarse del grado 12 y comenzará la universidad. Su sueño es convertirse en periodista. Lleva 14 años en el internado.

“Antes, cuando estaba en el campo, me sentía mal por mi ceguera. Estaba lastimada psicológicamente. Pero una vez que vine aquí, entendí que una persona ciega puede hacer lo que quiera. Eso es lo que aprendí y ha traído una gran felicidad a mi vida”, dice Hanna.

Su experiencia en las zonas rurales no es una excepción. En las ciudades, la gente se ha vuelto gradualmente más tolerante y respetuosa con las personas con necesidades especiales. Pero en el campo, el estigma aún es profundo. Un niño ciego a menudo se considera una maldición para toda la familia. A veces, la madre o el padre, o ambos, abandonan al niño. En muchos otros casos, a los niños ciegos se les mantiene escondidos dentro del hogar.

“Esconden a sus hijos, especialmente a las niñas”, dice la hermana Haregewein. “Al menos algunos niños, cuando crecen, pueden ser admitidos en la escuela parroquial. Pero las chicas están hechas para quedarse en casa. Es de conocimiento común”.

En respuesta a estas costumbres, parte de la misión de la escuela también ha sido crear conciencia de que los niños con discapacidad visual son capaces y aptos para aprender, desarrollarse, ser autosuficientes y contribuir con sus familias y su país.

Yalaw, de 10 años, fue llevado a San Rafael cuando tenía 7 años. Sus padres, que eran pobres, les dijeron a las hermanas que Yalaw nunca antes había estado expuesto al sol y que nunca había aprendido a caminar.

“Estaba tan blanco como el papel”, recuerda la hermana Haregewein.

“Está mejor ahora, a pesar de que tiene problemas con su educación. Pero es muy bueno con la música, canta mucho”, agrega, observando al niño mientras él se dirige lentamente hacia el comedor.

niños invidentes etíopes en comedor escolar
Estudiantes almuerzan en el comedor del internado San Rafael. (foto: Petterik Wiggers)

La sociedad etíope generalmente presta poca atención a las condiciones, sentimientos y oportunidades de las personas con necesidades especiales. Según una encuesta de 2015, alrededor de 7.8 millones de personas en Etiopía, que representan un poco más del 9 por ciento de la población del país, viven con algún tipo de discapacidad. La evaluación más reciente sobre discapacidad visual encontró que la prevalencia nacional de ceguera es del 1.6 por ciento. Este porcentaje incluye a aquellos que desarrollan discapacidad visual más tarde en la vida debido a enfermedades o accidentes.

Para aquellos que pierden la visión más adelante en la vida, adaptarse a la ceguera es un proceso largo que requiere apoyo psicosocial. En Etiopía, las organizaciones de la sociedad civil llenan los vacíos que dejan las casi inexistentes instalaciones públicas para ciegos.

“Sentía lástima por los estudiantes debido a su condición. Pero ahora, estoy feliz. Me di cuenta que se necesita un humano para hacer un humano”.

El Centro Hiwot para Ciegos en Addis Abeba, la capital nacional, es una de esas organizaciones. Su directora, Atsebayush Abebe, cofundó el centro hace casi 22 años.

En Etiopía, “un porcentaje muy pequeño de personas con discapacidades asisten a la escuela. ¿Por qué? Porque el gobierno y la comunidad no les están dando suficiente atención. Antes de quedarme ciega, tampoco prestaba atención a estos grupos”, dice ella.

Cuando comenzó a trabajar en el centro, la Sra. Abebe estaba decidida a cambiar las cosas.

“Proporcionamos diferentes actividades en este centro de rehabilitación para permitir que las personas continúen con su vida, por ejemplo, para atender su educación o continuar con su trabajo”, dice la Sra. Abebe.

Pero sin el respaldo del gobierno y la investigación adecuada, el progreso a mayor escala es limitado. Los desafíos se ven reforzados por una falta general de fondos y oficinas públicas con poco personal.

De acuerdo a un informe de UNICEF, más del 40 por ciento de los niños discapacitados nunca han ido a la escuela en Etiopía. Pocos estudiantes pueden asistir a las instalaciones donde la educación se adapta a sus necesidades.

De regreso en San Rafael, la directora del centro, Tareke Mekonnen, observa con orgullo a un grupo de niños de kindergarten estudiosos.

“Ellos son afortunados”, señala. “Muchos otros se quedan mendigando en las calles”.

Finalizada la semana de exámenes, los alumnos disfrutan de un merecido descanso. Un grupo de niñas juega a las cartas en braille, mientras que otro grupo escucha música etíope, moviendo los hombros hacia arriba y hacia abajo, un movimiento que forma parte de la danza tradicional etíope llamada Eskista.

toma de manos sobre hoja braille
Lectura braille. El Internado San Rafael Para Invidentes está ubicado en la ciudad de Azezo, en el norte de Etiopía, a unos 25 km de la ciudad de Gondar. La Hermana Hargewein ha estado trabajando en la escuela durante doce años, junto con otras dos Hijas de las Hermanas Santa Ana y varios empleados de la escuela. (foto: Petterik Wiggers)

Esta aparente despreocupación esconde un mundo de comprensión y conocimiento que sorprende incluso a la hermana Haregewein.

“Ellos entienden todo lo que está pasando”, dice ella.

La región de Amhara, donde se ubica la escuela, fue hasta diciembre escenario de enfrentamientos entre las fuerzas de la vecina Tigray y el ejército etíope, respaldado por las fuerzas regionales de Amhara. Azezo y Gondar se salvaron de la lucha, pero en varias ocasiones se escucharon sonidos de entrenamiento militar o disparos de celebración después de una victoria provenientes de un campamento militar cercano.

“Los estudiantes estaban muy asustados y llorando, pensando que morirían antes de volver a encontrarse con sus padres”, recuerda la hermana Haregewein.

La situación se ha calmado en Amhara, para alivio de sus residentes.

En el césped de la escuela, un grupo de chicos ha comenzado un partido de fútbol. Este no es un juego ordinario, ya que los jugadores tienen que seguir el sonido de la pelota. El árbitro está encargado de golpear la pelota con la mano, para que los jugadores puedan identificar su ubicación cuando está fuera de juego.

“Cuando vine aquí por primera vez, luché durante algún tiempo porque sentía lástima por los estudiantes debido a su condición”, dice la hermana Haregewein.

“Pero ahora, estoy feliz. Me di cuenta de que se necesita un humano para hacer un humano”, agrega.

“He estado aquí durante muchos años y probablemente debería empezar a aburrirme. Pero no estoy aburrida de esto”, dice ella. “Cuando ves que los estudiantes ya son adultos, hay felicidad en tu corazón”.


Maria Gerth-Niculescu its una periodista independiente con base en Addis Ababa. Ella ha trabajado para France 24 y Deutsche Welle.

La Conexión CNEWA

Las raíces cristianas de Etiopía son profundas, y CNEWA busca nutrir estas raíces profundas y su crecimiento a través de una serie de programas, incluyendo a el acompañamiento de personas con necesidades especiales. Entre estos programas, CNEWA apoya a la Escuela San Rafael Para Invidentes. Desde su fundación en 2002, esta escuela de las Hijas de Santa Ana ha estado enseñando a los niños ciegos las habilidades que necesitan para ser autosuficientes, seguir carreras y tener familias propias, evitándoles una vida en las calles.

Para apoyar esta y otras partes de nuestra misión en Etiopía, llame al 1-800-322-4441 (Canadá) o al 1-800-442-6392 (Estados Unidos).

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