Cuando el Papa Pablo VI visitó las Naciones Unidas y se dirigió a la Asamblea General el 4 de octubre de 1965, la percepción del obispo de Roma como un “prisionero del Vaticano” comenzó a transformarse en un constructor de puentes trotamundos. Desde aquel acontecimiento hace 60 años, los papas han hecho de las visitas pastorales un componente central de su ministerio petrino, visitando a católicos, ortodoxos, no católicos, no cristianos y no creyentes de todo el mundo. Dada la diversidad religiosa del planeta, esas visitas pastorales tienen inevitablemente un componente ecuménico e interreligioso.
Los observadores del papa y los “vaticanólogos” cuentan cuidadosamente los diferentes países que los papas han visitado y sus encuentros ecuménicos e interreligiosos — y casi podrían llegar a revelar el número de millas de viajero frecuente que cualquier papa podría haber acumulado.
Al observar los viajes y, lo que es mucho más importante, el impacto ecuménico e interreligioso de esas visitas, viene a la mente el proverbio “un viaje de diez mil millas comienza con un paso”, y también la observación de que los primeros pasos determinan la dirección del viaje.
Jorge Mario Bergoglio dio pasos bastante pequeños pero importantes al principio de su camino ecuménico e interreligioso. Sus primeros pasos, como siempre debe ser el caso, fueron en su propio vecindario. El joven Jorge se encontró con aquellos que pensaban diferente, inicialmente como vecinos y amigos en su natal Buenos Aires, Argentina. Francisco tenía amigos como el rabino Abraham Skorka y Marcello Figuera, presbiteriano. Y el afecto de Francisco hacia los cristianos evangélicos tuvo sus raíces en su amistad con Giovani Traettino, quien fundó la Iglesia Pentecostal de la Reconciliación.
En los primeros pasos de su largo viaje, Francisco no percibió ni encontró a protestantes, ortodoxos, evangélicos y judíos como especímenes, y ciertamente menos como enemigos. Los percibió y los encontró como vecinos y amigos. Esta actitud le acompañaría a lo largo de toda su vida, como joven jesuita y como papa octogenario, lo que aportó una nueva vida y energía a los movimientos ecuménicos e interreligiosos.
Un elemento importante de sus encuentros con líderes religiosos fue su capacidad para formar verdaderas amistades. Se nota esto especialmente en su relación con el patriarca ecuménico Bartolomé de Constantinopla. Había un claro sentimiento de afecto entre los dos. Esto le dio una mayor profundidad a las relaciones entre católicos y ortodoxos y abrió nuevas líneas de cooperación.

Mientras escribía su encíclica sobre la ecología, “Laudato si’” (“Sobre el cuidado de nuestra casa común”), Francisco trabajó junto con un sacerdote ortodoxo griego nombrado por el patriarca ecuménico para hacer uso de las ideas de la tradición ortodoxa. De hecho, el compromiso de Francisco y de Bartolomé con la responsabilidad ecológica como imperativo moral tuvo un profundo impacto tanto en el movimiento ecuménico como en el ecologista.
Se nota algo similar en las relaciones de Francisco con los no cristianos. En febrero de 2019, Francisco se reunió con el jeque Ahmad al-Tayyeb, gran imán de la Universidad de al-Azhar, el principal centro del islam en el mundo musulmán suní. Juntos, produjeron el “Documento Sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia”. Es un documento verdaderamente extraordinario por muchas razones, la primera y más importante de las cuales es su propia existencia.
Es también un documento verdaderamente conjunto. Muchos de nosotros somos conscientes de que los documentos emitidos por la Santa Sede tienen un estilo distinto y fácilmente reconocible, a veces denominado “vaticanista”. Puede que sea menos conocido, pero no debería sorprendernos, que los documentos islámicos, como fatāwin (singular: fatwā), también tendrían un estilo distintivo y fácilmente reconocible. Maravillosamente, ambos estilos están representados en este documento en el que tanto un católico como un musulmán podrían reconocer su tradición en acción.
Esto también es interesante porque 43 años antes, casi exactamente, la Santa Sede se había sentido avergonzada por un documento producido en un diálogo católico-musulmán en Túnez. Parece que como si el anfitrión, Muamar el Gadafi, hubiera añadido un párrafo en árabe que avergonzó a la Santa Sede. Más de cuatro décadas después, católicos y musulmanes fueron capaces de producir un documento verdaderamente conjunto.
El encuentro entre el papa Francisco y el jeque al-Tayeb fue significativo en otro sentido. Las relaciones entre la Santa Sede y la Universidad de al-Azhar han sido tensas. En enero de 2011, el jeque y los miembros de la Academia de Investigación Islámica suspendieron todo diálogo con la Santa Sede después de los comentarios del Papa Benedicto XVI sobre la terrible condición de los cristianos egipcios. Las relaciones del papa Benedicto XVI con el Islam fueron, a veces, incómodas. La publicación de una declaración conjunta sobre la fraternidad, por lo tanto, fue mucho más que un simple gesto, sino la sanación de una ruptura.
Como soberano de la Ciudad del Vaticano, el papa es el jefe de Estado. La Santa Sede es una nación observadora permanente ante las Naciones Unidas y tiene relaciones diplomáticas con 180 naciones de todo el mundo. Las visitas oficiales de Estado son habituales en el mundo de la diplomacia internacional. Aunque los papas itinerantes hablan con frecuencia de visitas “pastorales” o “apostólicas”, en muchos aspectos también son visitas de Estado.
Sin embargo, Francisco casi nunca perdió la oportunidad de tender la mano de la amistad y el diálogo. El 6 de marzo de 2021, durante su histórica visita a Irak, Francisco se desvivió para visitar a Ali Husayni al-Sistani. Si bien el ayatolá Jomeiní y quizás otros destacados ayatolás musulmanes chiítas en la política iraní son más conocidos, muy pocos sabían que el gran ayatolá Ali Husayni al-Sistani era considerado el líder más importante del mundo musulmán chiíta. Su erudición y santidad son profundamente apreciadas en Irán e Irak. Y debido a que ha evitado escrupulosamente la política en Irán, ha asumido silenciosamente el papel de un poderoso contrapeso a las formas más radicales del islam chiíta.
El encuentro entre el octogenario Francisco y el nonagenario al-Sistani no tenía agenda. El papa se reunió con al-Sistani en su casa. Para las personas, cristianas y musulmanas, familiarizadas con el islam chiíta, el encuentro entre los dos gigantes ancianos fue un momento increíblemente poderoso. Cuando al-Sistani se puso de pie para saludar a Francisco, fue un acto de respeto y amistad. No se hicieron grandes declaraciones, no hubo un gran séquito de medios de comunicación. Más bien fue una visita amistosa entre dos hombres, dos hombres que resultan ser figuras religiosas mundiales.
Dondequiera que iba, Francisco se desviaba intencionalmente de su camino para encontrarse con los líderes y fieles de las religiones del mundo como un amigo. Sin duda, fue pontifex maximus, el sumo constructor de puentes, sucesor de San Pedro y soberano de la Ciudad del Vaticano.
El diálogo ecuménico e interreligioso es algo reciente en el mundo de las religiones. El movimiento ecuménico tiene unos 150 años; el diálogo interreligioso, como esfuerzo concertado y coordinado, solo ha cobrado fuerza en las últimas seis décadas. Con cierta simplificación, ambos movimientos fueron y siguen siendo académicos e intelectuales. Los eruditos han hecho un progreso increíble en el fomento de la comprensión entre las comunidades religiosas bastante diferentes y a veces hostiles de nuestro planeta.

Últimamente, sin embargo, el interés y el entusiasmo por el diálogo han disminuido. Los observadores han hablado de un “invierno ecuménico” y han especulado sobre si el diálogo ha llegado tan lejos como ha podido. A este malestar, Francisco le inyectó un nuevo elemento: la amistad. Los acuerdos teológicos entre iglesias son importantes, pero pronto pierden energía cuando los miembros de las diferentes iglesias se desagradan o desconfían unos de otros. Es peor cuando los líderes se desagradan y desconfían unos en otros.
Por último, no se puede dejar de recordar que Francisco era miembro de la Compañía de Jesús, un jesuita, y, profundamente inculcado en la espiritualidad ignaciana, su teología seria le permitía también expresar afecto y cooperar con los amigos sin tener que estar de acuerdo con ellos en todo, incluso en las cosas importantes.
Al trabajar con el patriarca ecuménico Bartolomé sobre las amenazas a nuestra casa común y con el jeque al-Tayeb sobre la fraternidad humana, Francisco no trivializó las diferencias entre nuestras tradiciones religiosas. Pero dio un ejemplo maravilloso de cómo podemos vivir y trabajar juntos como amigos mientras nuestras diferencias se resuelven en el buen tiempo de Dios.