Nicholas Nakoul, 24, puede respirar tranquilo. Este verano, después de prolongar sus estudios para evitar el servicio militar, completará su licenciatura en economía en la Universidad de Damasco.
Hasta el 8 de diciembre, cuando los 24 años de gobierno de Bashar al-Assad terminaron abruptamente, Nakoul deliberadamente reprobó exámenes —una táctica usada por jóvenes en los 14 años de guerra civil de Siria— para evitar ser reclutado.
Nakoul es uno de los 150 voluntarios del Centro Don Bosco en Al-Salihiya, un vecindario al noroeste de la antigua ciudad amurallada de Damasco, donde ayuda en la administración y organiza actividades para niños.
Su familia es una de cientos en el suburbio económicamente deprimido de Jaramana que acuden al centro para beneficiarse de los programas de los salesianos de Don Bosco, una comunidad religiosa fundada por San Juan Bosco en 1859 para servir a migrantes y niños pobres durante la Revolución Industrial. Con presencia actual en más de 130 países, los salesianos sirven en el Medio Oriente, el noreste de África, India y Europa del Este.
Nakoul tenía 11 cuando una revolución antigubernamental se extendió por Siria y estalló en una guerra civil que mató a más de 650.000 personas, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR, la guerra desplazó a más de 13 millones de personas. Según la Red Siria para los Derechos Humanos, cientos de miles fueron arrestadas o desaparecieron.
“Fue una pesadilla”, dice Nakoul. “Nos empujó a pensar en ir al extranjero”.
Al comenzar la guerra, Nakoul comenzó a asistir a actividades semanales y clases de catecismo en el Centro Don Bosco.
“El centro cambió mi vida”, dice. “Me hizo más sociable; aumentó mi conciencia y comprensión sobre mi vida diaria”.
Nakoul quiere trabajar en la banca después de graduarse. Aunque las oportunidades de empleo son limitadas en Siria, sigue optimista, un testimonio del apoyo ofrecido por el centro, que sigue siendo un salvavidas para las familias nerviosas por el nuevo gobierno de Siria.
Siria inició un nuevo capítulo el 27 de noviembre, cuando el grupo rebelde islamista Hayat Tahrir al-Sham (H.T.S.) dirigió una ofensiva sorpresa de 12 días que culminó el 8 de diciembre con la captura de la capital, Damasco, obligando a la familia Assad, que había controlado Siria desde 1971, a huir.
El comandante del grupo, Ahmed al-Shara, asumió el liderazgo de la nación fracturada y se comprometió a reconstruir Siria como una sociedad inclusiva. Aunque surgieron preocupaciones sobre su anterior afiliación con Al Qaeda, les dijo a las comunidades minoritarias alauitas, cristianas y drusas que sus derechos serían respetados en la nación musulmana mayormente suní.
El 31 de diciembre, casi al mes antes de ser nombrado presidente interino de Siria, Shara tuvo una cordial reunión pública con altos dirigentes cristianos.
La población cristiana en Siria, alguna vez estimada en el 20% del total, ha disminuido drásticamente desde el comienzo de la guerra de 14 años, de alrededor 2 millones de personas a menos de 450.000, según la Agencia de Asilo de la Unión Europea.
Los líderes cristianos en Siria dicen que, bajo el nuevo gobierno, temen una implementación de la estricta ley islámica, que podría limitar las libertades religiosas. Dos días de nuevos combates internos en marzo, en los que murieron más de 1.000 personas, provocaron temores de un regreso a la guerra civil.
Pero la esperanza se renovó el 13 de mayo, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció el levantamiento de las sanciones contra Siria, que líderes religiosos y organizaciones humanitarias habían solicitado por años.
Estados Unidos impuso sanciones por primera vez al país en 1979, con sanciones adicionales durante décadas. Las más recientes, conocidas como la Ley César, en 2019, incluyen una disposición que le permite al presidente suspenderlas. Sin embargo, se requeriría la acción del Congreso para eliminar otras sanciones. Al momento de esta publicación, no estaba claro cuánto tiempo llevaría el proceso de reversión de las sanciones y si solo se levantarían algunas o todas.
El archimandrita Antoine Mousleh, vicario general de la archieparquía greco-católica melquita de Damasco, dice que la Iglesia melquita, una de las iglesias más grandes de Siria, está trabajando para tranquilizar a las familias en este período de transición.
“En Siria, hemos vivido durante miles de años unos con otros, con diferentes grupos étnicos o religiosos, y es una sociedad única”, dice el padre Mousleh.

Aunque las familias siguen pensando en irse, sus principales prioridades tienden a ser las necesidades diarias, dice. Es demasiado pronto para comparar la vida de los cristianos bajo el régimen de Assad con la situación actual, añade.
“Todos tienen una historia; todos un milagro”.
Años de conflicto, aislamiento internacional y el terremoto de magnitud 7,8 de febrero 2023 hundieron al país en una de las peores crisis socioeconómicas del mundo. Según estadísticas del Banco Mundial de 2024, el producto interno bruto de Siria se contrajo un 54% entre 2010 y 2021, y su moneda se depreció un 141% frente al dólar estadounidense en 2023. La inflación aumentó un 93% ese mismo año.
Las limitadas oportunidades de empleo han obligado a hombres, mujeres y niños a realizar trabajos informales, como la venta de combustible de contrabando en botellas de plástico o la reventa de pan en la calle.
El patriarcado greco-católico melquita, así como la Sociedad de San Vicente de Paúl, ayuda cada mes a unas 320 familias necesitadas con alimentos, ropa y medicinas.
Los hombres son tradicionalmente el sostén de la sociedad siria. Sin embargo, durante la guerra civil, muchos desaparecieron —fueron reclutados a la fuerza o secuestrados— o murieron en combate, lo que dio lugar a un aumento de los hogares encabezados por mujeres.
Jacqueline Jirjis es madre soltera de tres hijos desde 2013, cuando los militantes secuestraron a su esposo, Ghassan, y a otras personas, de su aldea de Maaloula. La antigua aldea cristiana fue invadida por el ejército sirio, que en ese momento luchaba contra el Frente Al Nusra, uno de cinco grupos militantes islamistas que se fusionaron en 2017 para formar el grupo rebelde islámico H.T.S.
El ejército libanés finalmente encontró su cuerpo cerca de la frontera siria con el Líbano.
Jirjis y sus hijos huyeron de Maaloula en 2013 y desde entonces han vivido en una casa de una sola habitación en un callejón del antiguo barrio cristiano de Damasco.
Sara y Sidra, ahora de 16 y 11 respectivamente, están sentadas en el nivel superior de su litera, balanceando las piernas. Azar, 15, está sentado en el suelo bajo una imagen enmarcada de la Virgen María y una foto de su padre. La pintura se está despegando de la pared y sus pocas pertenencias están cuidadosamente dobladas en estantes sobre su cabeza. Hay libros escolares en una mesa auxiliar. Los niños acababan de regresar de sus lecciones matutinas.

Jirjis, 48, juega con sus manos mientras habla de sus luchas diarias y de la ayuda que ha recibido en ropa y vales de comida ocasionales de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María, una comunidad de religiosas fundada en el siglo XIX en Francia por Santa Claudina Thévenet para ayudar a personas vulnerables.
“Comemos principalmente verduras, ya que la carne es muy cara”, dice Jirjis, mientras corta y fríe papas para el almuerzo de los niños en la pequeña cocina al aire libre.
Azar, mientras tanto, patea una pelota de fútbol en el patio; anhela ser jugador de fútbol. A Sidra, que muestra sus libros escolares, le gustaría ser profesora, y a Sara traductora.
Aunque la misión de las hermanas está enfocada en los niños, también abordan las necesidades de las madres. El año pasado, en su Centro de la Esperanza, en las afueras de Damasco, lanzaron una iniciativa de microproyectos para ayudar a las mujeres a establecer pequeños negocios de costura o catering.
Unos 300 niños y sus padres también visitan el centro de música de las hermanas en Jaramana.
“Cuando sanamos a los niños con la música, descubrimos que eran los padres los que necesitaban sanación, más que los niños”, dice la hermana Insaf Chahine, R.J.M.
“Todos tienen una historia; todos un milagro. Lo que decimos ahora es que Dios realmente nos salvó muchas veces”.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, estima que el 85% de los hogares en Siria “luchan para llegar a fin de mes” y más de 7 millones de niños necesitan ayuda, desde fórmula de lactancia y agua potable hasta alimentos, ropa y útiles escolares. Además, más de 2,4 millones de niños sirios, de 5 a 17, no van a la escuela, y más de 7.000 instalaciones escolares necesitan reparación tras haber sido dañadas por la guerra.
El golpeado sector educativo de Siria también sufre una escasez de docentes, bajos salarios y, en consecuencia, una enseñanza deficiente.
A pesar de la educación pública gratuita, el costo para el transporte, útiles y uniformes sigue siendo demasiado para muchas familias, dice Marwa Alsharqawi, especialista en educación del Consejo Noruego para los Refugiados.
“A veces el cálculo hará que [los padres] decidan que no vale la pena que [sus hijos] regresen a la escuela, no vale la pena la educación”, dice.
El Centro Don Bosco es vital en este contexto. Los salesianos, que llegaron a Damasco en 1990, han aliviado algunas de las cargas de las familias y aumentado las oportunidades educativas para los niños con actividades extracurriculares, deportes, clases de arte, música, y catecismo.
Unos 860 niños y 185 estudiantes universitarios visitan el centro cada fin de semana. Durante los períodos de exámenes, los salesianos organizan tutorías en matemáticas, inglés, ciencias y árabe, a cargo de los estudiantes mayores, muchos de los cuales llegaron al centro cuando eran niños.
“Las familias no pueden sobrevivir hasta fin de mes, sobre todo porque la mayoría [de los padres] son empleados públicos”, dice el padre salesiano Miguel Ángel Condo Soto, uno de cuatro sacerdotes en el centro.
Con la depreciación de los salarios estatales por el colapso de la libra siria, muchos padres han tomado un segundo trabajo, dejándolos con menos tiempo para sus hijos, explica.
“No debemos sentarnos en un rincón esperando el futuro”.
“Esto va en detrimento de los jóvenes; no pueden desarrollar habilidades familiares o sociales”, dice el padre Condo, un boliviano que se mudó a Siria en 2022. La programación del centro ayuda a llenar los vacíos en el desarrollo psicosocial y espiritual de los niños.
En enero, Edward Bitar y Bassam Jarouj, de Jaramana, estaban entre las docenas de padres que hacían fila en Don Bosco para recoger mochilas escolares para sus hijos.
“Durante más de 11 años [de guerra], no tuvimos nada para entretener a los niños, excepto este centro”, dice Bitar.
El padre salesiano Pedro García, rector del centro, dice que a pesar de las incógnitas que enfrentan las familias bajo el gobierno de transición, el cambio ofrece una oportunidad para que los jóvenes den forma a su futuro.
“Animamos a los niños a ser los protagonistas de sus propias vidas”, dice.
“Es un momento histórico para el país en el que hay muchas oportunidades. No debemos sentarnos en un rincón esperando el futuro; cada persona debe hacer un esfuerzo”.
Conexión CNEWA
Después de 14 años de guerra civil, los niños de Siria necesitan alimentos, vivienda y escuelas adecuados. También necesitan apoyo espiritual y psicosocial para ayudarles a recuperarse del trauma de la guerra. Con el apoyo de CNEWA, los programas de la iglesia, como los destacados aquí, proporcionan refugios seguros para que los niños y los jóvenes adultos desarrollen sus habilidades y crezcan espiritual e intelectualmente. Las iniciativas de la iglesia les ofrecen esperanza para el futuro, aliviando algunas de las cargas de las familias que solo han conocido la violencia durante más de una década.
Para ayudar a CNEWA a apoyar su trabajo en Siria, llame al 1-800-442-6392 (Estados Unidos) o al 1-866-322-4441 (Canadá) o visite cnewa.org/es/donacion/