El éxodo de cientos de miles de cristianos de Siria en la última década no ha afectado el compromiso de los hombres y mujeres religiosos de permanecer y servir a los que se quedaron.
“Los que se quedaron son los pobres”, dice el Padre Georges Fattal, S.D.B., de los Salesianos de Don Bosco de la pequeña comunidad cristiana de Alepo, la ciudad más grande de Siria. La congregación de sacerdotes y hermanos religiosos, fundada en Italia por San Juan Bosco en 1869 para atender a los jóvenes y a los pobres, cumple este año 75 años de ministerio en Alepo.
“A pesar de los riesgos, la guerra y la muerte, nunca saldremos [de Siria] porque hemos elegido servir a la juventud”, afirma. “Dondequiera que haya jóvenes, a pesar del cansancio, el dolor y la guerra, estaremos junto a ellos para compartir sus vidas”.
Un importante apostolado salesiano en Alepo es el Centro Georges y Matilde Salem, que atiende a unos 850 jóvenes con 120 voluntarios. Incluso en las horas más oscuras de la guerra civil, de 2011 a 2021, el centro no cerró sus puertas. Estaba “fuera de discusión” abandonar a los niños al miedo, dice el padre Fattal, cuya comunidad se movilizó para crear una apariencia de normalidad para los niños.
“Fuimos alcanzados por una bomba de racimo [en 2014]”, explica. “Se rompieron vidrios, pero reparamos todo inmediatamente y, por la tarde, continuamos las actividades con los niños”.
El centro ofreció ayuda humanitaria durante la guerra civil, distribuyendo alimentos y medicinas a todas las personas necesitadas sin distinción. En febrero 2023, cuando un terremoto de magnitud 7,8 sacudió la ciudad, derribando casas y edificios, unas 800 personas se refugiaron en el centro, algunas de ellas hasta por cinco semanas.
El sacerdote de 73 años recuerda cómo “la providencia… se encargó de todo”. Con el apoyo de CNEWA, el centro proporcionó tres comidas diarias, medicamentos y otras necesidades básicas.
Muchas donaciones provinieron de exalumnos antes de que huyeran de Alepo, una señal de su aprecio por el trabajo de los Salesianos.
Srour Ibrahim, 24, enseña catecismo en el centro y dirige una fraternidad infantil. Srour, recién graduado de la escuela de odontología, no tiene expectativas de trabajar como dentista en Alepo. En cambio, es uno de los muchos voluntarios que asistieron al centro cuando era niño y ahora ayuda a llevar a cabo sus programas.
“Si no fuera por el centro, hace tiempo nos hubiéramos ido”, afirma. “Es el único lugar donde podemos sentirnos física y psicológicamente seguros mientras todo lo que nos rodea se desmorona. Para mí es como estar en casa”.
Johnny Azar, 31, también es catequista y dirige las actividades juveniles y los esfuerzos de ayuda del centro. Entre su grupo de 35 miembros que asistieron al centro cuando eran niños, sólo él y otra persona continúan viviendo en Siria. Y sólo dos personas de los dos siguientes grupos viven aquí, señala.
“Todo el mundo se ha ido”, dice.
Muchos jóvenes se han ido para evitar el servicio militar obligatorio de Siria, añade. Johnny, como hijo único, ejerció su derecho legal de no participar.
El número de cristianos en Siria, que tenía una población de unos 23 millones a mediados de 2023, ha disminuido significativamente en los últimos años. Aunque no hay acuerdo sobre las cifras exactas, los estimados indican que la población cristiana ha caído de más de 2 millones a entre 450.000 y 603.000. La última cifra la reporta Open Doors, una organización sin fines de lucro dedicada a rastrear la persecución cristiana en el mundo. Este año, Siria ocupó el puesto 12 entre los 50 países donde los cristianos sufren la mayor persecución por su fe.
En Alepo, aunque no hay cifras oficiales, grupos cristianos sin fines de lucro, incluidos los Maristas Azules, estiman que el número de cristianos es de 30.000, lo que representa menos del 2% de la población de la ciudad de unos 2 millones. Los cristianos eran 150.000, o el 10%, de la población de Alepo antes de 2011.
El Banco Mundial informa que la situación económica en Siria está en una espiral continua. Según el Instituto del Medio Oriente, la moneda siria alcanzó un mínimo histórico en agosto de 15.500 libras por dólar estadounidense y la inflación seguía en aumento. Además, el salario estatal mensual en Siria en agosto equivalía a 13 dólares, y el costo de una cesta de alimentos mensual era de 81 dólares, según el Programa Mundial de Alimentos.
“El futuro de los cristianos en Alepo está en manos de Dios”, afirma el padre Fattal.
“Nuestro pueblo carece de todo; luchan por satisfacer hasta sus necesidades más básicas”, afirma. “Hacemos todo lo posible para ayudarlos a quedarse, pero sólo Dios sabe si lo harán”.
“Creo que no importa lo que pase, siempre quedará alguien aquí porque somos la levadura con la que se fermenta la masa. Si los cristianos se fueran de este lugar, no sería lo mismo”, afirma. “Que Dios nos dé la fuerza para perseverar y permanecer en esta tierra”.
El Padre Pierre Jabloyan, S.D.B., superior de la comunidad salesiana de Alepo, se muestra optimista sobre el futuro de los cristianos de la ciudad.
“Tengo mucha fe, porque debemos tener esperanza, incluso cuando no la hay”, afirma. “De lo contrario, nuestra misión aquí no tendría sentido”.
La Hermana Siham Zgheib, F.M.M., dice que su comunidad también busca ser “un signo de esperanza y apoyo para quienes se han quedado, haciendo todo lo posible para servir con amor”.
Las Franciscanas Misioneras de María están presentes en Alepo desde 1914. Su convento estaba equipado para recibir a las hermanas ancianas de la provincia. Antes que comenzara la guerra civil en 2011, había 23 hermanas. Pero, la mayoría se fue y sólo quedan cuatro hermanas.
La Hermana Bernadette D’Hauteville, F.M.M., de Francia, ha vivido en varios lugares del Medio Oriente durante más de 50 años. Regresó a Alepo en 2014.
“Durante la guerra, recuerdo que teníamos un papel muy importante que desempeñar en la acogida de todos: con los refugiados, con la cocina de emergencia y con los grupos que fueron enviados aquí por diferentes organizaciones”, dice.
Como el área alrededor del convento era relativamente segura, las hermanas recibieron a muchos desplazados internos de regiones más afectadas por la guerra. De 2012 a 2018, trabajaron con el Servicio Jesuita a Refugiados para proporcionar alrededor de 18.000 comidas al día.
La hermana Bernadette fue, y sigue siendo, la encargada de acoger a diferentes grupos, adultos y niños, a quienes se les ofrece apoyo psicosocial y actividades sociales.
“Durante la guerra, tuvimos un papel muy importante: escuchar a esta gente destrozada y ansiosa, buscarle sentido a todo esto, mientras las bombas seguían cayendo sobre nosotros”, dice.
Dado que la mayoría de los desplazados eran musulmanes, pudimos conocer mejor al “otro”, añade. La hermana Siham también considera esta oportunidad “un regalo y una bendición” de la guerra.
“Después de que cerraron la cocina de emergencia, nos dimos cuenta de cómo había cambiado su visión de nosotros”, dice la hermana Siham. “Realmente apreciaron que les abriéramos nuestro convento”.
Las hermanas organizaron grupos de apoyo que acogieron a musulmanas desplazadas. También iniciaron un taller de costura, con maquinaria, telas e insumos, donde las mujeres aprendieron a confeccionar prendas y accesorios. Luego, las hermanas llevaron los artículos al mercado. En el punto álgido de la crisis de desplazamiento en Alepo, el taller empleaba a más de 60 mujeres. La primavera pasada, sólo había unas 30.
El taller ayudó a construir puentes entre las comunidades religiosas, dice la Hermana Antoinette Battikh, F.M.M., quien supervisa el taller desde 2015.
“Las musulmanas nos tenían miedo, pero cuando vieron que no discriminábamos entre musulmanes y cristianos, se sorprendieron”, dice la hermana Antoinette. “Se abrieron con nosotras, nos contaron sus problemas y siempre tratamos de ayudar si podíamos. Muchas han vuelto a casa, pero cuando pasan se detienen a saludar. No se han olvidado”.
En 1993, las hermanas abrieron una guardería para niños con autismo. Actualmente acoge a 17 niños y emplea a ocho personas. En 2013 pensaron cerrar el centro, debido a la dificultad y los costos asociados a la búsqueda de personal especializado. Pero lo reconsideraron, ya que el apoyo al centro continuó.
“Es la providencia”, dice la hermana Siham, directora del centro. “Nuestro principal donante es musulmán. Él paga los salarios de los profesores. Es amigo de nuestra congregación”.
Conmovidos por la acogida incondicional de las hermanas hacia todas las personas, los miembros de la comunidad musulmana también financiaron su labor de ayuda en respuesta al terremoto de febrero, cuando abrieron su convento como refugio para 150 personas.
“En esta ciudad siempre hemos vivido juntos. Pero, con la guerra, la gente empezó a tener miedo unos de otros”, dice la Hermana Renée Koussa, F.M.M., superiora de la comunidad, quien creció en Alepo. “En las zonas rurales, los musulmanes viven en comunidades cerradas y no saben nada de nosotros. Éste es nuestro papel: ser signo de la presencia de Cristo donde Cristo no es conocido”.
La Escuela de Padres Mequitaristas de Alepo ha tratado de brindar educación de alta calidad a los niños, de kindergarten al décimo grado, desde su fundación en 1936.
Después del genocidio armenio en 1915, muchos armenios fueron desplazados de Turquía a Siria, y los padres mequitaristas —una orden monástica católica armenia que sigue la Regla de San Benito— fundaron la escuela para satisfacer las necesidades de la creciente comunidad armenia en el país.
Aunque la presencia armenia en Siria se remonta al período bizantino, después de las persecuciones y el genocidio armenio durante la Primera Guerra Mundial, muchos armenios y otras minorías étnicas cristianas buscaron refugio en Siria, con un mayor número en Alepo.
La escuela nunca cerró durante la guerra, ni siquiera cuando los combates estaban cerca. Durante los intensos bombardeos, los profesores llevaban a los estudiantes a refugiarse. También mantuvieron una rutina diaria que evitara que los estudiantes cedieran al miedo y al pánico.
Datevig Najjarian, el director, dice que el objetivo es “ofrecer la educación más moderna con las últimas tecnologías posibles, para que los padres no abandonen el país en busca de una mejor educación para sus hijos”. El plan de estudios también incluye el idioma armenio en un esfuerzo continuo por preservar la herencia armenia.
La escuela ofrece un importante apoyo para la matrícula y todos los niños armenios hasta los cinco años asisten gratis. Las familias con varios hijos reciben un descuento en la matrícula y la matrícula se exime para niños cuyos padres no pueden pagar.
A pesar de eso, la inscripción ha disminuido significativamente, de 1.100 en el año 2000 a 400 antes de que comenzara la guerra en 2011. Este año, la matrícula fue de 180.
La señora Najjarian dice que su decisión de permanecer en Alepo se basa en su optimismo de que la situación en Siria mejorará, así como en su convicción de que está llamada a “quedarse y servir”.
“Aquí sembramos esperanza”, dice. “Siempre tratamos de levantar el ánimo de los niños. Tenemos que quedarnos. Somos necesarios”.
Conexión CNEWA
Los sirios continúan reconstruyendo sus vidas más de 10 años después del inicio de una guerra civil de una década, un éxodo masivo, un devastador terremoto en febrero 2023 y una crisis económica paralizante. A pesar de todo, la iglesia, a través de sus instituciones, comunidades religiosas y organizaciones de servicio social, ha seguido apoyando a los que se quedan.
Aunque la población cristiana de Siria es pequeña, el papel de la iglesia es sustancial. CNEWA apoya a la iglesia en Siria para alimentar y albergar a los desplazados, proporcionar educación a los niños sirios y refugiados, ofrecer atención médica a los pobres y vulnerables, y servir como un faro de esperanza para todos.
Para apoyar este trabajo crucial, llame al 1-800-442-6392 (Estados Unidos) o al 1-866-322-4441 (Canadá) o visite emergencia-siriacnewa.org/work/emergency-syria.
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