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Armenios étnicos huyen de Nagorno-Karabaj sin esperanza de regresar

Al amanecer del 20 de septiembre, Boris Simonyan recibió la noticia de que él y su familia debían evacuar su hogar en Kochoghot, una pequeña aldea en la región de Martakert de Nagorno-Karabaj, una comunidad que históricamente ha sido étnica armenia en una región disputada desde hace mucho tiempo y ahora ocupada por Azerbaiyán.

Los bombardeos de las fuerzas azerbaiyanas habían sido inclementes desde la 1 p.m. del día anterior. A los 17 años, con su padre militar en el frente de batalla, le tocó a Boris guiar a su madre y hermanos a un lugar seguro.

El bloqueo impuesto por Azerbaiyán meses antes había impedido que Boris continuara estudiando en la escuela técnica de Stepanakert, capital de la región. Trabajaba en una obra de construcción cuando comenzaron los bombardeos. Salió del trabajo y rápidamente recogió a su hermano de 11 años de la escuela y lo llevó a casa, donde lo esperaban su madre y su hermana. Los escoltó a un sótano cercano para cubrirse antes de ayudar a otros en el pueblo.

Al día siguiente, Boris, su madre y sus hermanos se apiñaron en la camioneta de un amigo y huyeron de Kochoghot a las 8:30 a.m.

Una familia huye de Nagorno-Karabaj hacia Armenia. Más de 100.000 personas de etnia armenia evacuaron la región después de que cayera en manos de Azerbaiyán en un acuerdo de alto el fuego el 20 de septiembre. (foto: Nazik Armenakyan)

“No imaginamos que poco después, el enemigo ya había ocupado nuestro pueblo”, dice. “Tiemblo al pensar en lo que pudo haber ocurrido si nos hubiéramos demorado unos minutos”.

“En un instante, la gente perdió lo que sus antepasados habían construido minuciosamente durante siglos”.

Boris, su madre, sus hermanos y sus abuelos maternos encontraron refugio en un campamento en la provincia de Shirak, al noroeste de Armenia. El campamento del Ordinariato Católico Armenio, situado en Torosgyugh, normalmente organiza actividades de verano para niños, pero ahora acoge a refugiados de Nagorno-Karabaj en colaboración con Caritas Armenia. Está a unas 11 millas de la segunda ciudad más grande de Armenia, Gyumri, pero a 208 millas del lugar que Boris llamó hogar.

La familia de Boris es parte de la histórica comunidad armenia evacuada a la fuerza este otoño de Nagorno-Karabaj, en disputa desde hace mucho tiempo. El derecho internacional reconoce la región como parte de Azerbaiyán, pero la comunidad armenia local lo rechazó en la década de 1990, lo que desencadenó décadas de guerra.

“Nos fuimos solo con lo que llevábamos puesto”, dice. “No había tiempo para ir a buscar combustible para el coche de mi padre, pero poco importaba. Al salir, todos, excepto nuestra familia, ya sabían su destino, pero decidieron no decirnos”.

Kochoghot, una aldea de 560 habitantes, según el censo de 2010, tiene un historial de participación militar. Sus residentes estuvieron (1941-1945) en varios puestos del Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial en la guerra entre la Unión Soviética y la Alemania nazi; 78 de los 113 combatientes nunca regresaron. A principios de la década de 1990, Kochoghot formó dos unidades de voluntarios para luchar en la Primera Guerra de Nagorno-Karabaj. Entre ellos estaba el abuelo de Boris.

“Mi abuelo perdió la vida en la primera guerra, y ahora mi padre en esta”, dice Boris.

La familia viajó desde Kochoghot al aeropuerto de Stepanakert, cerrado desde hace mucho tiempo, donde estaban las tropas rusas de mantenimiento de la paz.

“Pasamos tres días allí, expuestos a la intemperie, hambrientos y con frío”, dice Boris. “Allí enterramos a nuestro padre en el cementerio fraterno”.

Los desplazados por la fuerza de Nagorno-Karabaj llegan a Goris y se registran para partir hacia los refugios temporales proporcionados por el gobierno. (foto: Nazik Armenakyan)

Enclavado en el corazón de las montañas del Cáucaso Sur, Nagorno-Karabaj, rico en historia que abarca milenios, a menudo se omite en los mapas del mundo. Los zares rusos anexaron la región armenia en 1805, pero el control de sus recursos y su gente se convirtió en una fuente de discordia cuando Armenia y Azerbaiyán buscaron su independencia con el colapso del Imperio Ruso en 1917.

Los soviéticos controlaron la disputa cuando ambos países fueron absorbidos como repúblicas socialistas en la década de 1920. En 1923, Nagorno-Karabaj se integró en la República Socialista Soviética de Azerbaiyán como una “región autónoma”, un “regalo”, se dice, de Stalin, que despreciaba la orgullosa cultura cristiana armenia.

Con el fin de la Unión Soviética en 1991, y después de que Azerbaiyán rechazara una propuesta tres años antes para unir la región a Armenia, los armenios étnicos declararon una república independiente de Nagorno-Karabaj, también llamada República de Artsaj, que defendieron en la Primera Guerra de Nagorno-Karabaj (1991-1994).

“Nos fuimos solo con lo que llevábamos puesta. No había tiempo para ir a buscar combustible para el coche de mi padre, pero poco importaba”.

Las fuerzas armenias expulsaron al ejército azerbaiyano, apoderándose de otros siete distritos azerbaiyanos que limitaban con la ahora independiente República de Armenia y establecieron su propio gobierno, apoyado por Armenia. La guerra mató al menos a 30.000 y desplazó a cientos de miles en ambos bandos. A pesar del alto al fuego de 1994, continuaron estallando conflictos armados ocasionales dentro de Nagorno-Karabaj y a lo largo de la frontera entre Armenia y Azerbaiyán, incluida una ofensiva azerbaiyana de cuatro días en 2016.

La Segunda Guerra de Nagorno-Karabaj estalló en septiembre 2020. Durante 44 días, unos 7.000 soldados murieron y más de 100.000 fueron desplazados en ambos bandos. En el alto al fuego negociado por la Federación Rusa, Azerbaiyán recuperó los siete distritos que perdió, así como un tercio del territorio de Nagorno-Karabaj, aislando la región de Armenia.

Dos años después, en diciembre 2022, Azerbaiyán bloqueó el corredor de Lachin, la única franja de tierra que conectaba Nagorno-Karabaj con Armenia, cortando así el acceso a bienes esenciales y atención médica.

Luego, el 19 de septiembre 2023, las fuerzas de Azerbaiyán lanzaron un ataque a gran escala contra Nagorno-Karabaj. Según el acuerdo de alto al fuego alcanzado al día siguiente, el Ejército de Defensa de Artsaj fue desarmado y comenzaría el proceso de integración de la región en Azerbaiyán. El 28 de septiembre, los dirigentes de la autoproclamada República de Nagorno-Karabaj acordaron disolverla antes del 1 de enero de 2024.

La operación militar de un día mató a más de 220 personas de etnia armenia y provocó la huida de más de 100.000 a Armenia. Para el 30 de septiembre, Nagorno-Karabaj, que llegó a tener una población de 120.000, se había vaciado en gran medida.

Cruzar a Armenia a lo largo del corredor de Lachin fue el primer encuentro con las fuerzas azerbaiyanas para la hermana de Boris, Arpine, de 19 años.

“Traté de convencerme de que eran como nosotros, gente común que seguía órdenes, pero no podía dejar de temblar, sin saber qué pasaría en ese momento”, dice.

El viaje de dos horas desde Stepanakert hasta la frontera armenia en Kornidzor duró casi dos días. Luego continuaron hasta el campamento de refugiados, del que se habían enterado por su vecina, Rima Poghosyan, y llegaron el 10 de octubre.

El campamento cuenta con varias cabañas, un encantador paseo, una capilla y un comedor. Cada cabaña tiene cinco habitaciones con baño privado. Ropa recién lavada cuelga cuidadosamente afuera. El aroma a comida caliente flota desde la cocina del campamento. Al caer la noche, el parque infantil reverbera con los alegres sonidos de los niños.

En una habitación de una cabaña, la madre de Boris llora en un rincón. Cerca, su abuela a la lotería con su hermano, para distraerse. El niño asiste a la escuela local. Sus compañeros de clase lo apoyan a pesar de que le cuesta entender el dialecto local. Boris, en cambio, se ha visto obligado a madurar más rápido.

“Busco trabajo para satisfacer las necesidades de mi familia”, dice. “Nuestro futuro depende de ello”.

Cuando la familia huyó a Armenia durante la Segunda Guerra de Nagorno-Karabaj, creyeron que regresarían a Kochoghot, dice. Pero esta vez no.

“Ni siquiera pudimos tomar una foto de mi hermano de 7 años que falleció en un accidente automovilístico. Todo sucedió muy rápido y entramos en pánico”, dice.

“Si tan solo hubiera podido recuperar el coche de mi padre y la foto de mi hermano. Y movería la tumba de mi padre. Nada más”.

Rima Poghosyan, su nuera y seis nietos también huyeron de Kochoghot el 20 de septiembre, buscando refugio entre las tropas rusas de mantenimiento de la paz en el aeropuerto de Stepanakert.

Sin embargo, expuestos a la intemperie, decidieron refugiarse en un hotel y después en el sótano de una escuela. Sus tres hijos, que luchaban en la frontera, se reunieron con la familia el 24 de septiembre. Salieron de Stepanakert tres días después.

“Un anciano enfermo murió en nuestro coche, lo que nos llevó a pasar rápidamente por el puesto de control”, relata.

Es su segunda vez en el campamento de Torosgyugh, donde su familia se refugió por siete meses debido a la guerra de 2020.

“Nos esperaban aquí, como si hubiéramos regresado a casa, lo que significaba mucho”, dice. “Lo perdimos todo, lo dejamos todo, fuimos testigos de todo. Por lo menos, hemos recibido una cálida acogida aquí”.

Los 11 miembros de su familia viven en una cabaña. Su hijo mayor, su esposa y sus seis hijos, ocupan una habitación; ella y otros dos hijos ocupan otra. Un vecino anciano vive en la tercera habitación.

Los trabajadores de Caritas llevaron a cabo una evaluación de las necesidades y exámenes médicos, proporcionando lo esencial. Una trabajadora social visitó el campamento.

Poghosyan destaca el contraste entre la atención que reciben en el campamento y lo que soportaron durante el bloqueo, cuando “casi no había comida, y la poca que había disponible tenía precios exorbitantes”. Recuerda haber molido cebada, garbanzos y lentejas para crear un sustituto del café.

“Para los niños, incluso molimos el alimento para cerdos para asegurarnos de que tuvieran algo que comer. Había noches en las que nos íbamos a la cama con hambre, pero aceptábamos nuestra situación. Nos mantuvimos firmes en nuestra tierra”, dice.

“Como si soportar esos nueve meses de privaciones no fuera suficiente, tal vez [los azerbaiyanos] no estaban seguros de que nos fuéramos, por lo que recurrieron a la guerra, asegurándose de que no tuviéramos otra opción”.

Durante sus momentos más difíciles, dice, encuentra consuelo en la oración y en sus fervientes súplicas a Dios por la seguridad de sus hijos.

“Dios contestó mis oraciones. Mis hijos lograron salir sanos y salvos, y ahora estamos en este maravilloso campamento donde recibimos apoyo constante”, dice. “Después de soportar tanto dolor, realmente necesitamos esta ayuda”.

El reverendo Grigor Mkrtchyan, rector de la Catedral de los Santos Mártires en Gyumri, ministra principalmente a los desplazados por la guerra.

“Tuvimos víctimas, y un mayor número de personas fueron desarraigadas por la fuerza de sus hogares, despojadas de su herencia cultural y espiritual”, dice. “Necesitan nuestra compasión; están en un estado psicológico frágil”.

“En los primeros días, trajimos psicólogos. Los equipos médicos los visitan regularmente, asegurándose de que reciban la atención que requieren”.

A mediados de octubre, el campamento tenía 90 personas, casi la mitad menores de 14 años. Eran 150 personas solo unos días antes. Durante ese tiempo, el cura bautizó a 36 refugiados en la capilla del campo y organizó el Rito de la Santa Coronación para las parejas que aún no se habían casado en la iglesia. Los niños del campamento fueron matriculados en la escuela local.

Inicialmente, se esperaba que los refugiados permanecieran en el campamento seis meses.

“Sin embargo, es evidente que nadie los dejará sin refugio si no pueden encontrar un lugar propio, a pesar de que enfrentamos serias limitaciones económicas”, dice el padre Mkrtchyan.

La iglesia está recaudando fondos para apoyar el campamento y construir un hogar para los refugiados ancianos, ya que los dos hogares de ancianos en la provincia de Shirak están llenos.

“Estas personas han superado enormes dificultades para llegar a Armenia”, dice Mkrtich Babayan, que dirige el programa de Caritas Armenia para los desplazados de Nagorno-Karabaj.

Babayan describe el tipo de atención que la organización benéfica de la comunidad católica ha podido brindar en el campamento: tres comidas al día, lavandería y dispositivos de calefacción.

“El clima es frío y estamos trabajando para mejorar las condiciones”, dice. “Estas personas estaban en estado de shock, y poder recibirlas y no dejar a nadie a la intemperie fue un esfuerzo tremendo”.

Caritas Armenia también operó un centro de refugiados en Goris, cerca de la frontera entre Armenia y Azerbaiyán, en los primeros días de la evacuación de Nagorno-Karabaj. Allí, distribuyó paquetes de alimentos e higiene a 100 familias, así como 50 colchones. Proporcionó comidas calientes a 3.000 personas en un centro de registro en la provincia de Vayots Dzor, unos 500 juegos de ropa de cama en la provincia de Ararat y ropa de invierno a cientos de personas.

“Es una tragedia y una catástrofe para nuestro pueblo”, dice Babayan. “En un instante, la gente perdió lo que sus antepasados habían construido minuciosamente durante siglos”.

“Es nuestro deber moral ofrecerles apoyo e integrarlos. Es un problema urgente que requiere una solución a largo plazo”.

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Gohar Abrahamyan, especialista en comunicaciones, cubre temas de justicia y paz en el Cáucaso para medios locales e internacionales.

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