Nota de los directores: Para destacar el 50 aniversario de la revista ONE en inglés, en cada edición publicaremos un “clásico” de ONE, un artículo que continúa captando la atención y el interés de los lectores de todo el mundo años después de su publicación.
En esta edición, presentamos el artículo del rabino Michael Lerner, publicado en enero de 2006. El rabino Lerner de la sinagoga Beyt Tikkun en Berkeley es también editor fundador de la revista Tikkun. Hace 18 años, su reflexión sobre lo que constituye una crítica justa e injusta de las políticas del gobierno israelí fue en respuesta a la evacuación forzada de colonos judíos de Gaza por parte de Israel en 2005. Si bien las circunstancias han cambiado, su artículo ofrece puntos y perspectivas para considerar en el contexto actual de la guerra entre Israel y Hamás.
No hay nada inherentemente antisemita en criticar el trato de Israel al pueblo palestino, pero hay formas de hacer que esas críticas sean antisemitas.
Los judíos no regresaron a Palestina para ser opresores o representantes del colonialismo y el imperialismo cultural. Es cierto que algunos líderes sionistas del siglo XIX y principios del XX trataron de presentar su movimiento como una forma de servir a los intereses de los países de Europa, la cuna del sionismo. Además, muchos judíos que vinieron trajeron consigo una arrogancia occidental que les permitió ver a Palestina como “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” e ignorar virtualmente a los árabes de Palestina y sus derechos culturales e históricos.
El pueblo judío que dio forma a Israel (declaró su independencia en 1948) en sus primeros años saltaba desde los edificios en llamas de Europa. Y cuando aterrizaron sobre las espaldas de los árabes autóctonos, los palestinos, estaban tan paralizados por su propio dolor que no se molestaron en darse cuenta de que estaban desplazando y lastimando a otros en el proceso de creación de su propio estado. Posteriormente, muchos de estos judíos negarían su papel en la creación de refugiados palestinos, que soñaban con su propio “retorno” tal como lo hicimos los judíos durante unos 1.800 años.
Esta insensibilidad judía hacia el dolor de los demás también fue instigada por las acciones de los líderes árabes antes y después de la creación de Israel. A medida que el nacionalismo judío y el árabe chocaban, se cometían atrocidades en ambos bandos. Muchos judíos no pueden olvidar los ataques contra las comunidades judías que comenzaron en 1880 y culminaron con la masacre de docenas de judíos religiosos en Hebrón en 1929. (Vale la pena recordar que judíos y árabes vivieron pacíficamente en Hebrón por cientos de años). E incluso mientras ocurría el Holocausto, líderes árabes, respaldados por autoridades británicas que entonces administraban Palestina, negaron las peticiones judías de entrada.
Finalmente, después de tres guerras entre Israel y sus vecinos árabes, la mayoría de los palestinos han reconocido la realidad de Israel y la necesidad de acomodarse a él para hacer posible su propia autodeterminación.
Pero era demasiado tarde. Para entonces, la mayoría de los judíos e israelíes se aferraban a la noción —una poderosa percepción errónea de la realidad— de que su estado podía ser aniquilado en cualquier momento a menos que ejercieran la máxima vigilancia. Empapados en los recuerdos del Holocausto, en su condición aparentemente eterna de víctima, los judíos fueron incapaces de reconocer que se habían convertido en el estado más poderoso de la región. Han usado esta sensación de fatalidad inminente para justificar su ocupación de Cisjordania y Gaza durante más de 30 años. (Gaza fue entregada a la Autoridad Palestina en agosto de 2005).
Israel, la ocupación y el judaísmo
La ocupación israelí de los territorios palestinos sólo puede mantenerse mediante lo que se ha convertido en un escándalo internacional: la violación de los derechos humanos básicos de los ocupados; el uso documentado y generalizado de la tortura; la destrucción sistemática de viviendas palestinas; la confiscación de tierras palestinas para asentamientos en Cisjordania creados para socavar la posibilidad de un estado palestino viable en Cisjordania; y la transformación de la política israelí en un sistema en el que la violencia verbal engendró violencia real, sobre todo en el asesinato del primer ministro Yitzhak Rabin en 1995.
Para permitir esta ocupación, la sociedad israelí se ha auto degradado. Tales distorsiones se manifiestan en el racismo perverso exhibido hacia los árabes. De ese modo, se culpa a todos los palestinos de las acciones terroristas de una pequeña minoría. Además, los ciudadanos israelíes de ascendencia palestina han sido tratados como ciudadanos de segunda clase. Sólo un ejemplo, se asigna menos dinero público a la Jerusalén oriental árabe o a los árabes israelíes que al resto de Jerusalén.
El sentimiento antiárabe también se extiende a las divisiones entre los judíos. Se ha negado a corregir las desigualdades sociales entre los judíos askenazíes (de Europa occidental y oriental) y los judíos sefardíes (ibéricos) y los judíos mizrajíes (de Medio Oriente). Además, tanto el Partido Laborista como el Likud de Israel están dispuestos a llegar a acuerdos electorales con partidos ultraortodoxos que intentan utilizar el poder del estado para imponer el control religioso sobre la vida personal de los israelíes y obtener una parte desproporcionada de los ingresos del estado.
Pero quizás la mayor víctima de todas estas distorsiones ha sido el propio judaísmo.
Históricamente, una rama del judaísmo ha afirmado la posibilidad de sanar al mundo y trascender su violencia y crueldad. Otra ha visto al “otro” —ya sean griegos, romanos, cristianos o árabes— como inherentemente malvados, sin redención y merecedores de violencia. A esta última corriente la llamo “judaísmo colonizador”. Refleja la ideología de la colonización de la tierra, como se ejemplifica tanto en el Libro de Josué (y algunas citas del Torá) como en los actos imprudentes de muchos israelíes.
Sin embargo, esta ideología colonizadora ha jugado un papel necesario en mantener a la comunidad judía psicológicamente sana a lo largo del largo período de nuestra historia en el que los judíos fueron oprimidos y brutalizados por los ocupantes imperiales y nuestros “anfitriones” en Europa. Durante muchos años, los cristianos degradaron sistemáticamente a los judíos en sus servicios del Viernes Santo como “asesinos de Dios” y los retrataron en su iconografía como bestias con colas y cuernos. Periódicamente, los judíos fueron acorralados y deportados (de Inglaterra, Francia, España y Portugal) o asesinados (durante las Cruzadas, la Peste Negra, la Inquisición y muchos otros períodos). Ante tal persecución, los judíos necesitaban una forma de mantener su propio sentido de autoestima. Por ende, se vieron como los elegidos por Dios, sufriendo para mantener viva la palabra de Dios. Un día, sostenían los judíos, Dios rectificaría la situación, derrotaría a todos sus enemigos y los llevaría de regreso a su tierra natal.
Así como los afroamericanos alguna vez necesitaron proclamar: “Lo negro es hermoso”, y las feministas abrazaron el grito de la “hermandad”, también los judíos necesitaban una visión de fuerza.
Pero hoy, cuando los judíos gobiernan sobre un pueblo ocupado y viven en occidente en la opulencia entre nuestros vecinos no judíos, las ideas supremacistas del judaísmo colonizador solo atraen a los atrapados en la noción de que somos eternamente vulnerables.
Para una nueva generación de judíos, criados en circunstancias de poder y éxito, un judaísmo basado en el miedo y la crueldad, usado para justificar el poder y la ocupación judíos, es un judaísmo que tiene muy poco atractivo espiritual. Irónicamente, la necesidad de ser un siervo de Israel distorsiona el judaísmo y crea una crisis de continuidad, ya que los judíos más jóvenes buscan una visión espiritual fuera de su tradición heredada.
La otra rama del judaísmo, el “Judaísmo Renovador”, se inspira en los profetas y se ha reafirmado en todas las épocas importantes de la vida judía. Insiste en que el Dios del Torá es una fuerza de sanación y transformación y que nuestra tarea no es santificar las relaciones de poder existentes, sino desafiarlas en nombre de la paz y la justicia mundiales.
Tal vez el mayor peligro que Israel representa para el pueblo judío es la medida en que ha ayudado a los judíos a volverse cínicos acerca de su tarea central: proclamar al mundo la “posibilidad de la posibilidad” y afirmar al Dios del universo como la fuerza que hace posible dejar de infligir a otros la violencia y la crueldad que se les hizo. En otras palabras, hacer posible la trascendencia de la “realidad” tal como es para que se pueda forjar un mundo nuevo. Si Israel ha de ser sanado alguna vez, sólo será cuando sea capaz de rechazar esta subordinación servil al realismo político y abrace una vez más el mensaje espiritual transformador de la renovación.
Criticando a Israel
La crítica a la política israelí hacia los palestinos es fundamentalmente legítima. No hay nada antisemita en señalar que la reciente retirada de Gaza se hizo de la manera más destructiva posible porque su objetivo no era poner en marcha sino detener un proceso de paz: sacrificar a 9.000 colonos para crear una escena horrible en Gaza mostró al mundo lo doloroso que era desarraigar a los colonos. …
Pero no había necesidad de desarraigar a los colonos. En un acuerdo de paz genuino, a los colonos se les habría permitido permanecer en Cisjordania y Gaza si aceptaban vivir como ciudadanos palestinos regidos por la ley palestina. Aquellos que deseaban regresar a Israel lo habrían hecho por elección, no como parte de una evacuación forzada.
Denunciar las manipulaciones para mantener el control sobre los palestinos, criticar las políticas de ocupación y a quienes las instigan, insistir en que los países occidentales presionen a Israel para que ponga fin a la ocupación de Cisjordania —no hay nada antisemita en ello. De hecho, hacerlo es un favor al pueblo judío y debe ser bien recibido por aquellos de nosotros en el mundo judío que vemos los mejores intereses del pueblo judío como intrínsecamente ligados a una reconciliación sincera con el pueblo palestino.
No obstante, hay elementos de antisemitismo en la forma en que se hacen las críticas, y los amigos del pueblo judío deberían evitarlos.
Algunos ejemplos. Señalar a Israel como el foco de las críticas: La verdad es que la falta de respeto de Israel por los derechos humanos palestinos no es el peor ejemplo de violaciones de los derechos humanos en el mundo. Israel palidece en comparación con las políticas en algunos países de África, Asia y el Medio Oriente. Cuando los progresistas de los países occidentales con poblaciones mayoritariamente cristianas señalan a Israel con un énfasis especial sin extender esas mismas críticas a aún peores violadores de derechos humanos, dan la apariencia de ser antisemitas.
Del mismo modo, las campañas de desinversión enfocadas en Israel… que no piden medidas similares contra otros violadores de los derechos humanos podrían interpretarse como antisemitas.
Usando un doble rasero: Los judíos en el movimiento pacifista israelí piden el fin de la ocupación, es decir, un retorno a las fronteras de Israel anteriores a 1967. Pero hay personas en occidente y en el mundo árabe que, cuando hablan de “ocupación”, se refieren a la existencia misma de Israel. Piden el fin de la existencia de Israel. Pero, no se pone en tela de juicio el derecho a existir de ningún otro país en función de las políticas que subyacen su creación. Quienes cuestionan la legitimidad de Israel también deben cuestionar la legitimidad de los Estados Unidos, por ejemplo, cuya creación se produjo inmediatamente después de la matanza de la mayoría de la población nativa americana y la esclavitud de los afroamericanos. Pero aquellos que cuestionan la legitimidad de Israel rara vez exigen a otros países los mismos estándares.
Creo que la ira principal contra los judíos en el mundo de hoy se deriva de la ira legítima dirigida contra la política israelí hacia los palestinos y ya no se deriva principalmente del largo legado histórico de las enseñanzas cristianas contra los judíos. Sin embargo, la ira hacia un estado específico se expresa con demasiada frecuencia contra todos los judíos, aunque muchos judíos, tanto en Israel como en otros lugares, se oponen a las políticas israelíes. Creo que los judíos siguen siendo vulnerables a este tipo de racismo y que podemos volver a ser objeto de oleadas de antisemitismo. A lo largo de la historia, las élites han utilizado a los judíos para desviar la ira que, de otro modo, podría estar dirigida hacia ellas.
Pero también creo que el pueblo judío tiene la gran responsabilidad de disociarse pública e inequívocamente de las políticas de ocupación palestina. Debemos rechazar las enseñanzas del judaísmo colonizador y utilizar cualquier influencia política que podamos reunir para crear un estado palestino viable que viva en paz con Israel.
Las constantes distorsiones sobre los palestinos y la negación sistemática de las violaciones de los derechos humanos por parte de Israel crean una profunda división entre los judíos. Aquellos acostumbrados a los periódicos judías y a las oraciones en muchas sinagogas pueden no ser conscientes de su visión distorsionada de la realidad. Romper este muro de desinformación y negación es muy difícil, dada la tendencia de los líderes judíos a etiquetar como “antisemita” a cualquiera que desafíe su perspectiva.
Si bien estos puntos de vista deben ser cuestionados, también creo que la mejor manera de hacerlo es con compasión. Los críticos de Israel también deberían reconocer la narrativa judía sobre nuestra propia historia y la larga historia de abusos que han sufrido los judíos. Es sólo reconociendo el dolor de los demás que podemos empezar a aliviarlo.
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