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Enraizados en la Tierra Llamada Santa

Cristianos palestinos se movilizan por la supervivencia en Cisjordania

Un camino de tierra polvoriento cuatro millas al noroeste de la iglesia de la Natividad en Belén, en la Cisjordania ocupada, conduce a una vista impresionante del valle Al Makhrour.

La empinada y verde cuenca, de terrazas agrícolas escalonadas, apreciada por sus custodios palestinos y designada Patrimonio de la Humanidad por UNESCO, es ideal para cultivar robustos olivos y frutas de hueso. Agricultores palestinos cristianos han trabajado la tierra durante generaciones.

Sin embargo, el valle se ha convertido cada vez más en un foco de violencia y de desplazamientos de tierras palestinas, parte de las crecientes presiones sobre las comunidades cristianas de Cisjordania desde que estalló la guerra entre Israel y Hamás el 7 de octubre de 2023.

La guerra no se limita a la Franja de Gaza, y los palestinos de Cisjordania sufren incursiones militares israelíes, que han provocado la muerte de 736 palestinos hasta octubre de 2024 —719 a manos de fuerzas israelíes, 12 por colonizadores israelíes y siete por autores desconocidos.

De los 2.7 millones de palestinos en Cisjordania, unos 50.000 se identifican como cristianos. Dentro de este territorio, Jerusalén y Belén han sido centros de vida cristiana desde la época de los apóstoles. Los cristianos árabes fundaron Ramallah en el siglo XVII, y sigue siendo un importante centro cristiano palestino.

Las iglesias y los grupos de defensa han expresado su preocupación, durante décadas, por el declive de la vibrante comunidad cristiana palestina en la región. Los informes sobre el aumento de la discriminación y los crímenes de odio contra los cristianos y sus iglesias por parte de grupos de colonizadores extremistas, en particular en ciudades mixtas como Jerusalén, han alimentado los temores existenciales.

Los cristianos de Cisjordania, y sus vecinos musulmanes, también enfrentan los desafíos de vivir bajo ocupación militar, que han empeorado desde que empezó la guerra. La severa restricción de movimiento impuesta por Israel impide que los trabajadores transiten entre Israel y Cisjordania, lo que ha reducido el porcentaje de trabajadores palestinos empleados en Israel del 22% al 2.3% desde octubre de 2023, según la Organización Internacional del Trabajo.

Además se han intensificado los esfuerzos del estado por desplazar a los palestinos de Cisjordania. Según Naciones Unidas, en los primeros 11 meses de guerra, “las autoridades israelíes demolieron, confiscaron o forzaron la demolición de 1.598 estructuras palestinas”, incluidas viviendas, escuelas y edificios comunitarios, desplazando a más de 4.000 palestinos, entre ellos unos 1.700 niños, más del doble de la cantidad de personas desplazadas en los 11 meses anteriores a la guerra. Las familias han perdido sus hogares y sus medios de vida.

Durante casi dos décadas, los palestinos impidieron que los colonizadores confisquen y ocupen ilegalmente el valle Al Makhrour, pero están perdiendo terreno.

Alice Kisiya, 30, es una cristiana palestina cuya familia ha cultivado la tierra y vivido en el valle por generaciones. La tierra de su familia en una ladera con terrazas cerca de la cima de la colina occidental es visible desde el mirador.

“Lo llamamos ‘el paraíso de Belén’”, dice Kisiya, “porque es uno de los últimos lugares limpios y vírgenes, donde la gente puede disfrutar la naturaleza y contemplar la puesta de sol”.

Sin embargo, el 31 de julio, soldados israelíes acompañaron a un grupo de colonizadores y entregaron a su familia una orden militar. Desalojaron a la familia de su parcela de un acre y declararon las tierras adyacentes como zona militar. Los colonizadores derribaron la valla de los Kisiya y erigieron un nuevo recinto mientras el ejército israelí montaba guardia.

El padre Rami Asakrieh, O.F.M., ministra en la iglesia latina de Santa Catalina en Belén. (foto: Samar Hazboun)

A mediados de agosto, el ministro de finanzas israelí, Bezalel Smotrich, anunció una orden militar que asignaba 148 acres de tierra para la construcción de un nuevo asentamiento en la zona al oeste de Belén. Esto después que el gabinete israelí aprobó cinco nuevos asentamientos el 27 de junio en represalia a los esfuerzos diplomáticos de la Autoridad Palestina para que la comunidad internacional reconociera los crímenes contra el pueblo palestino. Los asentamientos en Cisjordania son ilegales según el derecho internacional.

La batalla de la familia comenzó en 2005, cuando autoridades civiles empezaron a alegar que la familia no tenía derecho a construir en su tierra, dice Kisiya.

La situación se agravó en 2012, cuando soldados israelíes demolieron el restaurante familiar en su propiedad, alegando que fue construido en 2001 sin un permiso válido. En 2013 y 2015 se produjo un ciclo de reconstrucción y demolición. En 2019, su restaurante y su casa fueron demolidos, y la familia recurrió a vivir en tiendas de campaña, que fueron derribadas repetidamente por soldados israelíes y que la familia reconstruía, dice Kisiya. A lo largo de estos años, la familia permaneció en su tierra y continuó cultivando limones, higos, almendras y albaricoques.

En 2019, buscando resolver el caso, la familia decidió emprender acciones legales. Kisiya y su madre, ambas ciudadanas israelíes (una ventaja que muchos palestinos no tienen), presentaron los documentos de registro de tierras que recibieron de la administración civil ante un tribunal de distrito en 2023 y perdieron. La batalla legal incluyó un reclamo del Fondo Nacional Judío indicando que compró la tierra de la familia en 1969, lo que la familia Kisiya niega. La familia planea apelar.

La violencia y la incertidumbre han hecho mella en Kisiya y su familia. Para financiar la batalla legal, Kisiya aceptó un trabajo de reparto, que terminó con un grave accidente del que sigue recuperándose. Una campaña de recaudación de fondos en línea ayuda a pagar las necesidades de la familia, cubrir los honorarios legales y saldar la deuda que la familia incurrió para reconstruir su casa y restaurante después de las demoliciones.

“Sabemos que vamos a volver. Tarde o temprano, lo recuperaremos”.

No obstante, dice, su fe se ha fortalecido. La familia ha adoptado su planteamiento de resistencia no violenta como una lucha interreligiosa. Tras la confiscación de tierras, los Kisiya construyeron una “carpa solidaria” a varios metros de su tierra, donde vivieron durante un mes y celebraron sentadas interreligiosas con simpatizantes y activistas, hasta que el ejército la desmanteló. Kisiya y su madre fueron detenidas, el 25 de agosto, y puestas en libertad al día siguiente.

A fines de septiembre, los Kisiya y varios activistas levantaron durante tres días una estructura en un terreno público cerca de su propiedad confiscada. Kisiya dice que sacerdotes, rabinos, jeques y activistas no religiosos acudieron al santuario improvisado para rezar por la paz y encender velas. Los soldados israelíes desmantelaron el refugio al día siguiente.

A la familia no se le ha permitido entrar en su tierra desde que fue confiscada y ahora alquila una casa en Al Walaja, cerca de Beit Jala. Kisiya vigila a diario la tierra de su familia desde la distancia. A fines de octubre, algunos colonizadores vivían allí en pequeños remolques.

Kisiya intentó recuperar la tierra con un puñado de seguidores el 26 de octubre, cuando la orden militar inicial iba a expirar. Se acercaron a los soldados israelíes en el perímetro de la zona militar cerrada, pero recibieron una nueva orden militar y se les impidió el paso.

Kisiya afirma que el mapa del nuevo documento no incluye la tierra de su familia y está estudiando la posibilidad de tomar medidas legales. A diferencia de muchas familias palestinas que no tienen ningún recurso legal después de ser expulsadas de sus tierras, Kisiya dice que su familia no se da por vencida.

La Guardería de Belén cuida a niños abandonados. Página opuesta, Alice Kisiya y su madre hacen pan en su casa en Al Walaja, Cisjordania, en octubre. (foto: George Jaraiseh)

“Estoy segura de que las cosas cambiarán y volveremos”, dice. “Los estamos vigilando. No nos vamos”.

“Sabemos que vamos a volver. Tarde o temprano, la recuperaremos”.

Organizaciones cristianas han ayudado a preservar el carácter del valle Al Makhrour y a promover el desarrollo agrícola.

Un campesino cristiano palestino de unos 60 años tiene una parcela en terrazas al pie de la colina más abajo de la tierra de los Kisiya. Después de que su esposa murió y sus hijos crecieron, Jamil, un seudónimo para proteger su identidad, comenzó a cultivar uvas, albaricoques y olivos.

Dice que la tierra lo “curó” de su dolor. Pero sus vides miden sólo unos quince centímetros de alto; volvieron a crecer en septiembre después de ser pisoteadas y destruidas por las ovejas de los colonizadores. Pastar ovejas en tierras agrícolas palestinas es una táctica utilizada para desplazar y desmoralizar a los palestinos y su conexión con su tierra.

“Puse toda mi fuerza en la tierra, regando, cultivando mis plantas, pero un día llegué a la granja y las ovejas se habían comido toda la cosecha”, dice Jamil. “Antes quería luchar contra ellos, pero ahora [que están armados] no puedo. Quiero vivir”.

Caritas Jerusalén, la organización benéfica de la Iglesia católica en Tierra Santa y miembro de Caritas Internationalis con sede en Roma, financió una nueva valla para proteger a su parcela de las ovejas y un tanque de agua para mejor riego. Este apoyo ha renovado su resiliencia.

“Esta tierra es mi espíritu, pero mis hijos tienen miedo por mí”, dice, refiriéndose a la intimidación por parte de los colonizadores armados que le han apuntado con sus armas.

“Pero les digo que pertenezco a este lugar”.

Sus hijos vienen de Beit Jala para cultivar con él; espera que sientan la misma esencia curativa. Su hijo menor trabajaba en Jerusalén para la Iglesia luterana, pero su permiso para viajar fuera de Cisjordania fue revocado después de que comenzó la guerra, y ha estado sin trabajo desde entonces.

A pesar de aceptar trabajos ocasionales, incluso en iglesias en Beit Jala y Belén, el hijo de Jamil ha estado hablando de emigrar. Jamil dice que está descorazonado por esa decisión, pero entiende que los jóvenes necesitan oportunidades para prosperar.

Belén ha estado económicamente deprimida desde el comienzo de la guerra. Alguna vez estuvo repleta de autobuses turísticos, hoteles, tiendas de regalos y restaurantes que atendían a peregrinos de todo el mundo, sus calles zigzagueantes ahora están tranquilas.

Según la Cámara de Comercio e Industria de Belén, antes de la guerra, el turismo constituía entre el 23% y el 25% de la economía local. Con menos turistas, los empleos son escasos. El desempleo en Cisjordania supera el 35% y cerca del 26% de la población vive bajo el umbral de pobreza, informa Samir Hazboun, quien dirige la cámara.

A mediados de septiembre, los voluntarios colocaban bolsas de pan fresco en los pasillos de la Sociedad Benevolente Ortodoxa Árabe en Beit Jala, a dos millas de Belén, para las personas necesitadas. CNEWA-Misión Pontificia ha apoyado al grupo durante muchos años. Imad Abu Mohor, el director, dice que debido a la pérdida del turismo las necesidades están aumentando en la ciudad, que estima que es cristiana en un 70%. Su organización también proporciona apoyo para matrícula escolar y facturas médicas, pero le preocupa que las donaciones se agoten a medida que la guerra continúa y la situación se vuelve cada vez más grave.

Mohor dice que un mayor número de jóvenes cristianos abandonan Cisjordania para ir a Europa y a países del golfo desde que comenzó la guerra, y le preocupa la eliminación de la vida cristiana en Palestina.

“El precio de un misil podría alimentar a muchas familias”.

Para los jóvenes que siguen trabajando o han optado quedarse en Cisjordania, la guerra ha calado hondo en sus hogares, dice el padre Rami Asakrieh, O.F.M., que ministra en la iglesia latina de Santa Catalina en Belén. El sacerdote franciscano aconseja a los feligreses en sus dificultades, incluidas muchas parejas jóvenes afectadas por la violencia del año pasado y su impacto económico.

“El precio de un misil podría alimentar a muchas familias”, afirma. “Esta guerra está destruyendo nuestra sociedad y tiene efectos a largo plazo en la psiquis”.

La parroquia ayuda a las familias con comida, alquiler, servicios públicos, medicinas y matrícula. Las familias de clase media han caído en la pobreza y muchas familias no pueden acceder a la atención de salud debido al costo.

“Hemos oído que algunas familias se han ido”, afirma. “Muchas quieren irse debido a la terrible situación, pero no pueden pagarlo”.

El 7 de octubre, aniversario de la guerra, su parroquia, de 5.000 miembros, participó en el día universal de oración y ayuno por la paz, convocado por el Papa Francisco y el Patriarcado latino de Jerusalén.

“Esperamos y rezamos por la paz y por el regreso de los peregrinos”.

La hermana Anna Salwa Isaieda, de las Hijas de Santa Ana, dirige el Grupo de Jóvenes de San Francisco en la iglesia, que ofrece oportunidades de trabajo y retiros religiosos para unos 150 jóvenes adultos. Ella dice que los jóvenes “están perdiendo sus esperanzas y sus sueños”.

Al principio de la guerra, “la gente rezaba mucho, pero ahora parece más cansada”, añade. “Se preguntan: ‘¿Dónde está Dios en mi sufrimiento?’”.

Un soleado viernes de septiembre, la hermana Salwa estaba rodeada de varios jóvenes ocupados preparando el salón adyacente a la Capilla del Campo de los Pastores para un retiro de oración.

Lina Jackaman y Zain Sleibi, ambos de unos 20 años, describieron cómo la guerra ha afectado sus vidas y sus sueños. Sleibi estudia para ser analista médica, pero no puede obtener suficientes horas de capacitación, ya que sus supervisores a menudo no pueden llegar al laboratorio de la escuela debido a la seguridad. Jackaman trabaja en Belén en el Hogar Infantil de la Sagrada Familia, conocido como la Guardería, mientras estudia para ser maestra, una profesión todavía viable que le permitirá mantener a sus padres.

Las jóvenes y la hermana Salwa esperaban con ansias el retiro, cuyo objetivo era ayudar a los jóvenes a “encontrar la paz en la Palabra de Dios”, dice la hermana.

La palabra “paz” se menciona en el Nuevo Testamento más de 400 veces, agrega.

“Quieren esperanza”, dice, señalando al ocupado grupo de jóvenes detrás de ella. “Trato de estar cerca de ellos y les digo: ‘No están solos, Dios está con ustedes incluso cuando sufren’”.

Conexión CNEWA

Por 75 años, CNEWA-Misión Pontificia ha brindado apoyo socioeconómico, médico y humanitario a través de su red de socios en Cisjordania, incluida su asociación de larga data con la Sociedad Benevolente Ortodoxa Árabe en Beit Jala y la Guardería, que cuida a niños abandonados. Las organizaciones dirigidas por la iglesia en los Territorios Palestinos Ocupados brindan más del 33% de todos los servicios sociales al pueblo palestino. Sin embargo, no reciben financiación del gobierno, sino que dependen de donaciones caritativas, como las subvenciones recibidas de generaciones de donantes de CNEWA-Misión Pontificia.

Para continuar apoyando el trabajo de CNEWA-Misión Pontificia en Cisjordania, llame al: 1-800-442-6392 (Estados Unidos) o 1-866-322-4441 (Canadá) o visite https://cnewa.org/es/donacion/.

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Claire Porter Robbins es una periodista independiente y ex trabajadora humanitaria que ha trabajado en el Medio Oriente y los Balcanes.

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