Nota de los directores: Para destacar el 50 aniversario de ONE en inglés, cada edición de la revista contará con una reimpresión de un “clásico” de ONE, un artículo que continúa captando la atención y el interés de los lectores años después de su publicación.
En esta edición, presentamos un artículo por John L. Esposito, publicado por en julio de 2011. Él es profesor de religión, asuntos internacionales y estudios islámicos, y director fundador del Centro Príncipe Alwaleed Bin Talal para el Entendimiento Musulmán-Cristiano de la Universidad de Georgetown, Washington, D.C. Escribió esta reflexión tras las revueltas políticas en el Medio Oriente, conocidas como la Primavera Árabe. Desde entonces, los países de la región han visto conflictos armados y guerras civiles, el ascenso y la caída de grupos extremistas islámicos, como ISIS, y colapsos políticos y socioeconómicos, de modo que la idea de una democracia pacífica en la región casi parece ser una noción pintoresca del pasado.
Es una pregunta que más observadores hacen a medida que los recientes acontecimientos en el Medio Oriente se expanden: levantamientos han derrocado regímenes en Egipto y Túnez; protestas buscan hacer lo mismo en Bahréin, Libia, Siria y Yemen; reformistas exigen un mayor reparto del poder en Jordania, Marruecos y otros lugares. ¿Qué rol tendrá la religión en los nuevos gobiernos emergentes? ¿Serán prominentes los partidos políticos islámicos y cuáles son las implicaciones?
La historia demuestra que todas las tradiciones religiosas pueden adaptarse a diferentes y múltiples realidades políticas e ideológicas. La evolución de Europa de principados feudales a estados democráticos modernos encendió vibrantes debates teológicos en las comunidades cristianas y judías, que, con el tiempo, llegaron a abrazar el ideal democrático.
Del mismo modo, el islam se presta a diferentes y múltiples interpretaciones: ha sido invocado en apoyo de monarquías y dictaduras, democracia y republicanismo. El siglo XX es testigo de todo esto.
Algunos eruditos creen que el islam es inherentemente democrático, basando sus puntos de vista en el principio coránico bien establecido de la “shura” (“consulta” en árabe). Sin embargo, a menudo no están de acuerdo sobre hasta qué punto “el pueblo” debe ejercer este deber.
También reafirman el principio islámico de “iyma” (“consenso” en árabe). Argumentan que los gobernantes tienen el deber de consultar ampliamente y gobernar sobre la base del consenso. Pero, como con la “shura”, académicos y activistas tienen puntos de vista muy diferentes sobre el papel que debe desempeñar el “iyma” en la sociedad.
Los conservadores y los tradicionalistas definen estos principios de manera estrecha y abogan por una reforma democrática restringida.
Los conservadores, a los que pertenece la mayoría de los “ulema”, la clase educada de juristas musulmanes, respaldan la formulación clásica de la ley islámica tal como se elabora en los antiguos manuales y comentarios, y no creen necesaria una reforma significativa. Aunque aceptan el carácter democrático de la “shura” y el “iyma” en teoría, en la práctica se adhieren a interpretaciones estrictas y tradicionales de la Sharía, la ley religiosa del islam.
En contraste, los tradicionalistas veneran la Sharía, pero también le buscan nuevas interpretaciones que permitan un mayor grado de reforma democrática.
Los reformadores modernistas islámicos son los más adaptables. Consideran que el islam primitivo encarna un ideal normativo, y no un modelo práctico para la sociedad contemporánea.
Distinguen más claramente entre la forma y la sustancia, en otras palabras, entre los principios y valores de la revelación inmutable del islam y las instituciones, leyes y prácticas histórica y socialmente condicionadas. Estas últimas, argumentan, son creadas por el hombre e históricamente relativas y pueden necesitar ser reformuladas para adaptarse a las necesidades políticas, sociales y económicas de la sociedad moderna.
Desde fines del siglo XIX, los reformadores han lidiado con la relación del islam con las realidades cambiantes de la vida moderna. Siguen dirigiendo animados debates sobre cuestiones tan diversas como el alcance y los límites de la reforma democrática, el papel de la tradición, los derechos de la mujer, las formas de resistencia, los peligros del islam radical —como el terrorismo y los atentados suicidas con bombas—, el pluralismo religioso y la relación entre los musulmanes y occidente.
Los reformadores también trabajan para desacreditar prejuicios profundamente arraigados entre los no musulmanes: por ejemplo, que el islam es medieval, estático e incapaz de cambiar; que es una religión violenta; que degrada a las mujeres; que los musulmanes no se pronuncian contra el islam radical y el terrorismo; que rechazan el pluralismo religioso y el diálogo interreligioso; y que, desde luego, no pueden ser ciudadanos leales de países no musulmanes.
Pero, ¿qué pasa con la gente en el mundo musulmán? ¿Qué opinan de la democracia? ¿La quieren? Las opiniones en el mundo musulmán sobre la democracia son muy variadas. Aunque un pequeño número de extremistas islámicos rechazan todo asociado con la democracia moderna, desestimándola como “occidentalización” e incompatible con el islam, la mayoría de los musulmanes al menos han aceptado la idea de democracia, aunque a menudo de maneras drásticamente diferentes. …
Pero la dura realidad es que la experiencia política de la mayoría en el mundo musulmán está lejos de ser democrática. En general, los gobiernos de países mayormente musulmanes son monarquías absolutas, autocracias o regímenes militares con una legitimidad tenue.
De hecho, los observadores a menudo se refieren a los estados del mundo árabe como “mujabarat” (“estado policial” en árabe). Fuera del mundo árabe, los regímenes autoritarios —islámicos y seculares— gobiernan la mayoría de los demás países musulmanes, como Irán, Pakistán, Sudán y el Afganistán de los talibanes.
La expansión de grupos terroristas islámicos, como Al Qaeda, con una agenda yihadista global, refuerza el prejuicio común de que el islam nunca será hospitalario con la democracia de estilo occidental.
Sin embargo, la relación del islam con la democracia es mucho más compleja.
Entender el Medio Oriente hoy requiere que siempre tengamos en cuenta que la mayoría de los estados-nación actuales en la región son relativamente jóvenes, muchos de ellos esculpidos en territorios coloniales cuando las potencias europeas se retiraron después de la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, los franceses crearon el Líbano moderno, que incluía partes de Siria; Gran Bretaña determinó las fronteras y a los gobernantes de Irak, Kuwait y Jordania.
Desde la descolonización, las élites gobernantes de la región han estado en su mayor parte más preocupadas por mantener su poder y sus privilegios que por defender los principios democráticos, como el reparto del poder y las libertades de reunión, expresión y prensa.
Por razones geopolíticas y económicas relacionadas con la Guerra Fría, el apoyo a Israel, el acceso al rico suministro de petróleo de la región y, más recientemente, la guerra global contra el terrorismo, los Estados Unidos y Europa han hecho poco para promover la democracia en la mayoría de los países del Medio Oriente. De hecho, occidente ha apoyado a muchos de los gobiernos menos democráticos de la región, como los de Egipto, Arabia Saudita y Túnez.
A fines del siglo XX, los pedidos por reformas democráticas y mayores libertades individuales aumentaron en el norte de África, el Medio Oriente y el sudeste asiático, mayormente musulmanes. En muchos países, diversos sectores de la sociedad comenzaron a ver la respuesta de sus gobiernos a sus demandas de una participación política más amplia y libertad individual como una prueba de fuego para medir su legitimidad. Como resultado, muchos países han visto una proliferación de movimientos reformistas democráticos seculares e islamistas, así como un aumento de las protestas callejeras y la violencia por motivos políticos.
Las crisis económicas en Argelia, Jordania, Túnez y Turquía a finales de los años ochenta y noventa provocaron una enorme protesta pública. Muchos pidieron una mayor distribución del poder, transparencia y respeto de los derechos humanos. Otros recurrieron a grupos islámicos fundamentalistas, cuyos miembros aumentaron.
El crecimiento de los movimientos islámicos, en particular, ha tenido un profundo impacto en el panorama geopolítico. …
Además, los atentados del 11 de septiembre, la guerra mundial contra el terrorismo que siguió y otras actividades terroristas violentas atribuidas a islamistas radicales han proporcionado una excusa conveniente para que los autócratas y monarcas de los países musulmanes y algunos políticos occidentales impidan reformas democráticas. Advierten que el proceso democrático corre el riesgo de permitir que los grupos islamistas hagan más incursiones en los centros de poder. Los partidos gobernantes de los países musulmanes, incluidos los de Argelia, Egipto, Pakistán, Túnez y los países de Asia central, también han explotado el peligro del islam radical y sus deberes en la guerra global contra el terrorismo para reprimir los movimientos de oposición —extremistas y convencionales— así como para atraer la ayuda estadounidense y europea.
Pero, a pesar de estos desafíos, en los últimos meses, el mundo ha visto con asombro cómo cientos de miles de ciudadanos de países mayormente musulmanes del norte de África y el Medio Oriente han salido a las calles para hacer oír sus aspiraciones democráticas.
A mediados de diciembre de 2010, tunecinos de todos los ámbitos de la vida se unieron para manifestarse contra los agravios políticos y económicos de larga data: corrupción desenfrenada, falta de libertad de expresión y otras libertades civiles y políticas, desempleo persistentemente alto, aumento de los precios de los alimentos y una brecha enorme entre ricos y pobres. A finales de enero de 2011, las protestas, mayoritariamente pacíficas, derrocaron al presidente Zine el-Abidine Ben Ali, allanando el camino para elecciones democráticas libres y justas.
El evento desencadenó lo que ahora se llama la “Primavera Árabe” e inspiró sucesivos levantamientos en Egipto, Bahréin, Libia, Yemen y Siria; y protestas por reformas democráticas en Argelia, Jordania, Marruecos, Omán y Arabia Saudita.
El 25 de enero, manifestantes egipcios salieron a las calles a protestar contra los mismos agravios políticos y económicos que los tunecinos habían enfrentado en semanas anteriores. A pesar de los violentos intentos de las autoridades de dispersar las manifestaciones, los manifestantes se negaron a retroceder o a recurrir a la violencia. El 11 de febrero, el presidente Hosni Mubarak se vio obligado a dimitir, poniendo fin a 30 años de gobierno.
Los éxitos en Egipto, Jordania, Marruecos y Túnez demuestran que muchas personas en el mundo musulmán quieren la democracia y la creen compatible con el islam. También demuestran que los “mujabarat” del mundo árabe no son inquebrantables, sino que pueden ser depuestos o obligados a implementar reformas democráticas.
A medida que avanza la Primavera Árabe, los observadores deben recordar que una transición exitosa a la democracia es un proceso difícil y frágil de ensayo y error.
Los egipcios y los tunecinos se enfrentan a muchos desafíos en los próximos meses, el principal de los cuales es el establecimiento de nuevos gobiernos elegidos democráticamente. Aunque hay grandes expectativas de que estos gobiernos sentarán las bases para un futuro próspero basado en el respeto al estado de derecho y los derechos humanos, nada es seguro.
Incluso si los egipcios y los tunecinos logran establecer mecanismos democráticos que garanticen elecciones libres y justas con una amplia participación pública, esto por sí solo no garantiza que la sociedad adopte otros valores democráticos. Más específicamente, el principio democrático del pluralismo religioso ya se ha manifestado como un tema espinoso en el mundo posterior a la Primavera Árabe.
La mayoría de los egipcios abrazan la diversidad religiosa. A principios de este año, musulmanes y coptos protestaron codo a codo en las calles, coreando al unísono: “Mantén la cabeza en alto; eres un egipcio”.
Sin embargo, algunos militantes islamistas están virulentamente resentidos con la antigua minoría cristiana copta del país. En los últimos meses, una serie de ataques violentos contra coptos sirvió como un escalofriante recordatorio de que las visiones religiosas miopes del mundo pueden volverse feas.
En Alejandría, la pasada víspera de Año Nuevo, pocos minutos después de la medianoche, un terrorista suicida islamista detonó explosivos en la entrada de una iglesia copta, donde feligreses celebraban la Divina Liturgia. La explosión mató a 23 personas e hirió a otras 97.
El suceso conmocionó a la nación; líderes religiosos musulmanes y cristianos, políticos y medios de comunicación condenaron el ataque. Y el 6 de enero, cuando los cristianos coptos celebran la Navidad, miles de musulmanes se unieron a ellos para realizar vigilias con velas en iglesias de todo el país para honrar a las víctimas y ayudar a proteger a sus vecinos coptos. Sin embargo, la paz volvió a verse amenazada en mayo, cuando coptos y musulmanes se enfrentaron en el distrito de Imbaba, en El Cairo.
La relación entre el islam y la democracia sigue siendo fundamental para el desarrollo del Medio Oriente y del mundo musulmán en el siglo XXI. Como dijo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en su discurso en El Cairo: “Todas las personas anhelan ciertas cosas: la capacidad de decir lo que piensas y opinar sobre cómo te gobiernan; la confianza en el imperio de la ley y en la igualdad de administración de justicia; un gobierno transparente y que no robe al pueblo; la libertad de vivir como tú elijas. Esas no son solo ideas estadounidenses, son derechos humanos, y es por eso que las apoyaremos en todas partes”.
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