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La noche anterior a que celebre una misa de acción de gracias en la parroquia de la Anunciación de Beit Jala por los 75 años de trabajo de la Misión Pontificia, el cardenal Timothy Dolan se encontró buscando protección en un refugio antiaéreo en la casa de huéspedes de peregrinos del Centro Nuestra Señora de Jerusalén. Irán había lanzado 300 misiles hacia Israel.
Fue en represalia por un ataque anterior de Israel contra objetivos iraníes en Siria relacionado con el ataque de Hamás del 7 de octubre contra las comunidades agrícolas del sur de Israel.
Al mismo tiempo, desde mi casa en Jerusalén, seguí las noticias, que daban casi una ubicación detallada de los misiles a medida que se abrían paso a través del espacio aéreo de Oriente Medio.
Mientras tanto, comunicándonos por WhatsApp con un miembro de la delegación del cardenal a las 12:25 a.m., decidimos ponernos en contacto en la mañana para confirmar cualquier cambio en la agenda del cardenal. A las 2 de la madrugada, escuché las primeras explosiones de misiles interceptados. Luego sonaron las sirenas, advirtiendo sobre la llegada de misiles.
A las 2:27 a.m., el miembro de la delegación escribió: “Dudo que podamos llegar a Belén mañana”. Pero después de esa tensa noche, cuando una coalición militar internacional pudo frustrar el ataque, a las 9 de la mañana del día siguiente, el miembro de la delegación escribió: “Nos vemos en Beit Jala, Inshallah. Si Dios quiere”.
De hecho, cuando entré en Beit Jala sin problemas en el puesto de control israelí, las bancas de la iglesia no tardaron en llenarse, ya que cada vez llegaban más feligreses para la Misa del cardenal.
Ellos también habían escuchado las explosiones de los misiles interceptados sobre lo alto la noche anterior, pero cuando amaneció y la vida volvió lentamente a la normalidad, las voces claras del coro que cantaban “¡Aleluya!” se elevaron, uno podía casi imaginarlo, elevándose sobre el espacio donde habían estado los misiles hacia un lugar más allá de la violencia y el odio que envelven sin cesar esta región.
El cardenal Dolan, quien es arzobispo de Nueva York y director de la junta directiva de CNEWA, agradeció a todos por compartir su fe con él y permitir a CNEWA el privilegio de ayudar a la iglesia y a la comunidad cristiana en la tierra llamada santa.
Con su característica franqueza y jovialidad, el cardenal pasó casi una semana en Tierra Santa, reuniéndose con líderes religiosos y políticos, así como con clérigos religiosos locales y residentes que trabajan a través de proyectos apoyados por CNEWA para mejorar la vida de los más necesitados, incluyendo a los bebés abandonados, los discapacitados auditivos, los niños de kindergarten y a los ancianos, que se habían quedado sin el apoyo tradicional de la familia. ya que muchos de la generación más joven se han ido en busca de mejores oportunidades en Europa y Estados Unidos.
Aunque su visita, programada mucho antes del ataque de Hamás del 7 de octubre y el estallido de la guerra, tuvo lugar en medio de la creciente violencia, el cardenal aprovechó su visita para difundir un mensaje de unidad compartida que aún existe y para la que dijo que es imperativo buscar la paz.
Hizo hincapié en que, aunque había visto oscuridad y luz durante esta visita, todavía había resurrección. El cardenal se reunió con personas de todas las comunidades: musulmanes, cristianos y judíos, representantes de los refugiados palestinos, así como representantes de familias israelíes cuyos miembros han sido tomados como rehenes en Gaza por Hamás.
En Belén, generalmente llena de peregrinos justo antes de Pascua, menos de un puñado de grupos de peregrinos visitaban la Iglesia de la Natividad cuando el cardenal llegó para unos momentos de oración en la gruta. Esta ha sido una de las difíciles repercusiones de la guerra, ya que el turismo se ha visto muy afectado y Belén, cuya economía depende en gran medida del turismo y la peregrinación, ha estado sufriendo.
Un amigo que tiene una tienda de souvenirs cerca me dijo que viene a abrir su tienda por una o dos horas por aburrimiento, pero sin visitas, no hay ventas. Haciéndo eco de las palabras del cardenal, dijo: “La gente solo quiere seguridad, empleo y paz”. En la gruta, el cardenal se arrodilló para rezar en silencio en el lugar que tradicionalmente se considera el lugar de nacimiento de Jesús.
Para él, como había dicho antes, el camino hacia la paz tiene que ver con el amor, el servicio y el cuidado de los que sufren. Y por eso, dijo, está agradecido por el trabajo que la Misión Pontificia ha llevado a cabo durante los últimos 75 años.Lea “Un Signo de Esperanza en Tierra Santa” en la edición de junio 2024 de la revista ONE en español.