El cardenal Timothy M. Dolan, arzobispo de Nueva York, repitió esa frase al acercarse nuestra visita pastoral a Israel y Palestina, prevista del 12 al 18 de abril — que se vio interrumpida inesperadamente.
En los últimos años, ha sido habitual que miembros de la junta directiva de la Asociación Católica para el Bienestar del Cercano Oriente, CNEWA, realicen visitas pastorales a los lugares donde CNEWA trabaja. Este abril, el director de la junta, el cardenal Dolan, visitó Israel y Palestina. Michael La Civita, director de comunicaciones de CNEWA, y yo formamos parte de su delegación.
La visita estaba programada para conmemorar el 75 aniversario de la fundación de la Misión Pontificia, la agencia operativa de CNEWA en el Medio Oriente. Inicialmente estaba previsto que visite varios sitios, así como actividades que realiza la Misión Pontificia a través de su equipo en Jerusalén. Bajo el liderazgo de Joseph Hazboun, director regional en Jerusalén, la Misión Pontificia apoya a la comunidad local en áreas como la atención médica, especialmente para ancianos, educación, programas juveniles para todas las edades y formación de líderes comunitarios, incluyendo futuros sacerdotes.
Pero, el 7 de octubre toda la región se vio afectada cuando se lanzó un ataque contra Israel. Todos estamos al tanto de las noticias que informan la pérdida masiva de vidas humanas inocentes, israelíes y palestinas, la toma de rehenes, el desplazamiento de personas y la separación de tanta gente de sus familias y amigos.
Durante su visita pastoral, el cardenal Dolan expresó su solidaridad y preocupación por el cambio sísmico experimentado por la población local, que los ha dejado con “los corazones rotos y muchas lágrimas”.
El cardenal se reunió con sobrevivientes de los atentados del 7 de octubre y con familiares de los rehenes. Se reunió con el presidente Mahmoud Abbas de Palestina y con el presidente Isaac Herzog de Israel. Visitó al cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, a otros líderes cristianos y a palestinos que fueron desplazados al campo de refugiados de Aida, cerca de Belén. Participó en diálogos interreligiosos y, junto a representantes de la Unión Europea, asistió a una ceremonia para inaugurar un proyecto de rehabilitación para ancianos, dirigido por CNEWA-Misión Pontificia.
Entre tanto dolor, sufrimiento y desolación, en cada visita, el cardenal Dolan evocó los corazones rotos y las muchas lágrimas. Incluso después de una noche en la que tuvimos que refugiarnos mientras Israel se protegía de un bombardeo de drones y misiles, la fe y la alegría contagiosa del cardenal permitieron que aquellos con quienes nos encontramos experimentaran una chispa de esperanza auténtica en Jesús crucificado y resucitado, cuyo corazón traspasado y sagrado asegura que la última palabra es la vida, no la muerte, porque:
“[Dios] secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó” (Ap 21,4).
Con mi gratitud y oraciones,
Peter I. Vaccari
Presidente
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