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No Teman

Elias D. Mallon, S.A., Ph.D., reflexiona sobre las lecturas del Evangelio para la Pascua como antídotos para un tiempo de gran angustia.

Es fácil, incluso comprensible, para el lector moderno de los Evangelios concluir que el ministerio de Jesús ocurrió en tiempos “normales’, incluso pacíficos. Nada más lejos de la realidad. En el primer siglo de la era cristiana, durante la llamada Pax Romana, hubo constantes luchas violentas. Uno solo tiene que pensar en figuras como Calígula o Nerón o en las sangrientas reyertas que ocurrían para ser emperador. Poncio Pilato, el gobernador romano de Judea (26 a 36), fue destituido y exiliado por violencia “excesiva”. 

¿Qué podría constituir una violencia excesiva para los invasores romanos? 

Herodes el Grande fue tristemente célebre por su crueldad. Entre sus muchas víctimas se encontraba su segunda esposa, Mariamna, y sus dos hijos.

El historiador judío Flavio Josefo (circa 37 a 100) en sus dos obras masivas, “La guerra de los judíos” y “Antigüedades judías”, relata la violencia, la inestabilidad y la increíble crueldad de su época. Sin embargo, los únicos ecos de esto en los Evangelios son, como era de esperar, principalmente aquellos directamente relacionados con la vida de Jesús.

El Evangelio según san Marcos comienza así: “Comienzo de la Buena Noticia [euaggelion en griego] de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. 

Esta primera línea, del que quizás fue el primer Evangelio que se escribió, establece su propósito: contar la historia de Jesucristo, el Hijo de Dios, proclamar que Jesús era verdaderamente divino y verdaderamente humano y que resucitó de entre los muertos. Como verdaderamente humano, vivió en un lugar y un tiempo específicos, pero a diferencia de lo que haría un biógrafo moderno, Marcos y los otros evangelistas no se preocupan por los detalles de la biografía de Jesús, solo hacen referencia al paso, por ejemplo, de su edad: “tenía [ὡσεὶ] unos treinta” (Lc 3,23).

Sin embargo, los lectores inquisitivos del Evangelio, modernos y antiguos, han buscado más información sobre Jesús, queriendo una biografía, no un evangelio. Ninguno de los cuatro Evangelios, sin embargo, proporciona tal información. La piadosa imaginación cristiana ha “llenado los espacios en blanco” —a veces desatinadamente— con varias leyendas.

El Jesús histórico vivió en la provincia romana de Judea durante una época descrita como Judaísmo del Segundo Templo tardío, durante los reinados imperiales de los césares Augusto y Tiberio y de sus gobernadores, siendo Poncio Pilato el más conocido, con varios sumos sacerdotes y diferentes gobernantes judíos de la dinastía herodiana, que sirvieron como vasallos de los romanos. Fue la época muy tempestuosa, con algunas de las personas más violentas de la historia en el poder. Sin embargo, con excepción de la historia de Mateo sobre los Reyes Magos y la muerte de Juan el Bautista, la dinastía herodiana juega un papel muy pequeño en los Evangelios. Incluso Poncio Pilato, una figura central en la muerte de Jesús, aparece solo dos veces fuera de los relatos del juicio de Jesús. 

Cada uno de los cuatro Evangelios tiene una narración de Pascua o de la tumba vacía, que relata los eventos de ese primer domingo de Pascua. Los relatos difieren en muchos aspectos, y en el Evangelio de Marcos incluso hay problemas con la evidencia de manuscritos antiguos, lo que resulta en dos posibles finales para el Evangelio. Aunque hay diferencias notables entre los cuatro relatos evangélicos de los eventos de ese primer domingo de Pascua, hay acuerdo en varios puntos cruciales:

El domingo por la mañana, una o más mujeres fueron a la tumba.

La encontraron vacía.

Alguien (en Marcos, “un joven”; en Mateo, “un ángel”; en Lucas, “dos hombres con ropas brillantes”; explica que Jesús, el Crucificado, está vivo.

Después, cada Evangelio enumera diferentes apariciones de Cristo resucitado (Pablo, que nunca conoció al Jesús histórico, menciona que el Cristo resucitado se apareció a “más de quinientos hermanos al mismo tiempo” (1 Cor 15:6).

En los relatos más modestos y detallados de las apariciones en Lucas y Juan, Cristo resucitado saluda a sus seguidores con “la paz esté con ustedes” y “no teman».

Si asumimos —erróneamente— que Jesús y los discípulos vivieron en tiempos pacíficos y prósperos, entonces “la paz esté con ustedes” suena muy parecido a un “hola”. Y “no teman” suena muy parecido al coloquial “¡no se asusten!” 

Si, por otro lado, estudiamos a Josefo, nos damos cuenta de que el mundo en el que vivían Jesús y los discípulos era uno de increíble violencia, opresión, inseguridad y miedo; si recordamos a los emperadores romanos Nerón y Calígula que mataban a sus enemigos y llevabana cabo crucifixiones masivas y masacres de los judíos que despreciaban y oprimían; si vemos la violencia de los herodianos contra su propio pueblo; y cómo incluso el oficio de sumo sacerdote estaba a la venta del mejor postor; entonces, el llamado de Jesús, “no teman”, adquiere un significado mucho más profundo.

El temor que abrumó a los primeros seguidores de Cristo no era que él fuera un fantasma. El miedo profundo y aterrador era quedarse solos en un mundo donde Jesús se había ido, y lo que quedaba eran figuras como Pilato, Nerón, Caifás y sus séquitos opresivos y asesinos. Por lo tanto, cuando Jesús les dice a sus seguidores que no tengan miedo, les está diciendo ante todo que no los está dejando solos. Él promete en el último versículo del Evangelio de Mateo: “Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”.

Al entrar en el segundo cuarto del siglo XXI, pocos, si acaso alguno de nosotros, tememos que Jesús sea un fantasma. Pero sí comprendemos fácilmente los temores que conlleva estar rodeados de guerras, violencia, opresión, codicia, odio e injusticia. Cada vez escuchamos más en los medios de comunicación que la gente tiene miedo. Palestinos y ucranianos temen por sus vidas. El aumento del antisemitismo a niveles elevados. Oímos hablar y vemos entre algunos de los poderosos un desdén casi sádico por los débiles, los pobres y los diferentes. Y los más observadores entre nosotros nos preguntamos cuándo se detendrá el miedo o si alguna vez acabará. 

Es fácil sentirse abandonado y abrumado. El miedo en el segundo cuarto del siglo XXI no siempre es una emoción irracional. Sin embargo, al escuchar el Evangelio del Domingo de Pascua con su llamado, “no teman”, podría ser útil reflexionar sobre el hecho de que el llamado a no tener miedo no se dirigía simplemente a los seguidores y contemporáneos de Jesús, sino que se dirige a nosotros aquí y ahora.

Un sacerdote franciscano de la Expiación, el padre Elías Mallon sirve como asistente especial del presidente de CNEWA.

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